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El formato de juego que podría salvar la Europa League de la extinción

Inter Milan's Belgian forward Romelu Lukaku (C) and Shakhtar Donetsk's Georgian defender David Khocholava (R) vie for the ball during the UEFA Europa League semi-final football match Inter Milan v Shakhtar Donetsk on August 17, 2020 in Duesseldorf, western Germany. (Photo by Sascha Steinbach / POOL / AFP) (Photo by SASCHA STEINBACH/POOL/AFP via Getty Images)
Inter Milan contra Shakhtar Donetsk. (Photo by SASCHA STEINBACH/POOL/AFP via Getty Images)

Al final, lo que mató a la Recopa de Europa fue una causa común: hasta las cosas buenas pueden terminar hartando un poco. Durante tres décadas, las tres principales competiciones de clubes de Europa se acoplaron de manera perfecta. Cada una tenía su noche: la Copa de la UEFA el martes, la Copa de Europa el miércoles y la Recopa de Europa el jueves.

Cada una tenía su rol. La Copa de Europa era el pináculo, el torneo donde lo mejor del continente se enfrentaba cara a cara. A su manera, la Copa de la UEFA representaba el camino más arduo: era el hogar de las nuevas promesas, de las próximas revelaciones, el campo donde se demostraba la grandeza. Sin embargo, la Recopa de Europa era donde estaba la diversión.

Lo que definía a la Recopa de Europa, más que cualquier otra cosa, era su absoluta aleatoriedad. A diferencia de sus competencias hermanas, esta no era una recompensa por la excelencia constante durante el curso de la temporada previa. No estaba llena de las potencias tradicionales de Europa. No se doblegaba a las dinastías establecidas.

En vez de eso —debido a que se tenía que ganar una copa nacional para acceder, y las copas nacionales tenían tiempo no siendo prioritarias en la mayoría de los países— sus filas solían estar nutridas, hasta cierto punto, de equipos inesperados o que habían realizado un gran esfuerzo o que sencillamente habían tenido suerte. Los contendientes cambiaban casi todos los años. Y debido a que solo había un puesto por cada país y a que se jugaba en formato de eliminatoria directa, era lo suficientemente pequeña y breve como para que la calidad no siempre dictaminara el ganador.

Así fue como se convirtió en la competición en la que Alex Ferguson, Ronaldo y Marco van Basten forjaron temprano sus reputaciones y anunciaron sus talentos al mundo. Pero también fue el torneo en el que el Dinamo Tiflis enfrentó una vez al Carl Zeiss Jena, de Alemania del Este, en una final celebrada frente ante menos de 10.000 personas.

Fue la competición del gol de Nayim desde el centro del campo, del Chelsea jugando en un verdadero banco de nieve al norte del Círculo Polar Ártico, del Newport County llegando a milímetros de una importante semifinal, de los mejores momentos del FC Malinas, el FC Magdeburgo y el Slovan Bratislava, de equipos de Hungría, Polonia y Austria cayendo en el último obstáculo. Fue la competición en la que casi cualquier cosa podía pasar.

Al final, su caída vino de la misma fuente de su gloria. Durante la década de 1990, a medida que la Copa de la UEFA comenzó a expandirse y la Copa de Europa mutó en la Liga de Campeones, la Recopa de Europa se volvió quizás demasiado aleatoria.

Un vistazo rápido a los testimonios sobre su fracaso sugiere que una proporción bastante injusta de la culpa le fue asignada al Sportclub Heerenveen, un por lo demás humilde club neerlandés que prácticamente ha sido declarado culpable “in absentia” de haber asestado el golpe mortal.

Heerenveen entró a la Recopa de Europa en 1998 debido a que había alcanzado las semifinales de la Copa de los Países Bajos el año anterior y los dos finalistas, el Ajax y el PSV Eindhoven, ya habían calificado a la Liga de Campeones.

COLOGNE, GERMANY - AUGUST 16: Bruno Fernandes of Manchester United in action with Suso of Sevilla during the UEFA Europa League Semi Final between Sevilla and Manchester United at RheinEnergieStadion on August 16, 2020 in Cologne, Germany. (Photo by Matthew Peters/Manchester United via Getty Images)
Sevilla contra Manchester United. (Photo by Matthew Peters/Manchester United via Getty Images)

El desempeño del equipo no fue para nada risible —alcanzó la segunda ronda y allí perdió por poco contra el Varteks de Croacia—, pero su presencia pareció desvirtuar el motivo mismo de la competición. Un torneo para ganadores de copas es una cosa. Un torneo para semifinalistas de copas es otra muy distinta.

A medida que los mejores equipos de Europa entraban a la Liga de Campeones o a la Copa de la UEFA, se decidió que la competencia en la Recopa de Europa se había vuelto muy débil. Muchos de sus participantes ya no eran solo inesperados, sino indignos. La UEFA decretó que sería descontinuada: el torneo 1998-1999 sería su última edición, y la Lazio sería su campeón final.

En definitiva, el evento había perdido su razón de ser. Se había vuelto demasiado aleatorio, y el futbol europeo —en la era de la Liga de Campeones— había llegado a odiar la aleatoriedad. Se había convencido a sí mismo de que lo que la gente quería era la mundanidad de la excelencia: lo mejor de los mejores equipos de Europa, no más de unos doce de ellos, enfrentándose en variadas combinaciones cada primavera, como anfitriones y visitantes, para minimizar el riesgo de que el mejor equipo pudiera no ganar.

No fue entonces una sorpresa que la UEFA dejara bien claro que los torneos continentales de este año —diseñados para garantizar que tanto la Liga de Campeones (para hombres y mujeres) como la Liga de Europa pudieran culminarse a pesar de la pandemia, y planificados con precisión militar— serían asuntos de una sola ocasión.

Sin importar cuán atractiva pudiera ser la idea de una competición condensada, estilo Copa del Mundo, el órgano rector del futbol europeo no quiso que nadie pensara que esta era la manera de hacer las cosas de ahora en adelante. Hacer que los cuartos de final y las semifinales se decidieran en un solo juego —en vez de partidos de ida y vuelta— sería sacrificar uno de los bienes televisivos más valiosos en el mundo deportivo. Significaría que los clubes perderían dos días de juegos lucrativos. No iba a pasar. La Liga de Campeones funciona perfecta así como (normalmente) está, muchas gracias.

Eso es cierto a grandes rasgos en la Liga de Campeones, al menos. Pero no es así en absoluto en el caso de la Liga Europa, la cual está tambaleándose en el borde de la irrelevancia, del mismo modo que la Recopa de Europa hace dos décadas. El valor de los derechos televisivos de la Liga Europa palidecen en comparación con los de la Liga de Campeones. Su prestigio se ha desvanecido. Está en un punto medio entre una carga y un premio de consolación.

La UEFA podría haber conseguido una manera de revitalizarla. Ciertamente, tras ver los cuartos de final de la semana pasada —el triunfo jadeante 2 a 1 del Inter de Milán sobre el Bayer Leverkusen, el tenso avance progresivo del Manchester United sobre el Copenhague, la victoria del Sevilla en el último aliento contra el Wolverhampton y la brutal destrucción del Basilea a manos del Shakhtar Donestk— pareciera que este formato debería ser el futuro de la Liga Europa.

DUISBURG, GERMANY - AUGUST 11:  Willy Boly of Wolverhampton Wanderers competes with Youssef En-Nesyri of Seville during the UEFA Europa League Quarter Final between Wolves and Sevilla at MSV Arena on August 11, 2020 in Duisburg, Germany. (Photo by James Williamson - AMA/Getty Images)
Wolverhampton contra Sevilla. (Photo by James Williamson - AMA/Getty Images)

El formato funciona porque resuelve todos los problemas que han plagado al torneo por años. Al reducir el número de juegos, el torneo se siente menos rutinario. Al condensarlo en algo más de una semana y celebrarlo en un espacio neutral, el torneo se convierte en un evento. Al organizarlo al final de la temporada, deja espacio de maniobra al principio de la campaña. Al darle una identidad más allá de la que tiene en la actualidad de versión inferior de la Liga de Campeones, se vuelve un producto más comerciable y con mayor valor como contenido televisivo.

Pero también funciona porque trae de vuelta cierto grado de aleatoriedad a la competición europea. Los empates en casa y de visitante reducen las posibilidades de sorpresas; están diseñados para que la calidad tienda a ganar y el papel de la fortuna sea mitigado. Partidos únicos y puntuales lograrían lo opuesto y elevarían la tensión y el peligro. Acentuarían el papel de la suerte en el deporte.

Lograría que la Liga Europa fuera un espectáculo, algo diferente, irrepetible y único, y no una simple versión diluida de la Liga de Campeones. Pero, sobre todo, podría lograr que fuera divertida. Y diversión era la única cosa que, en la tradición del futbol europeo, las noches de los jueves siempre solían ofrecer.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company

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