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Sabemos poco sobre David Silva porque así lo ha querido él

Durante mucho tiempo, David Silva hizo una aparición al año en los medios. Había pocas excepciones: la ocasional conferencia de prensa a la que obliga la UEFA antes de un partido de la Liga de Campeones o charlas poco frecuentes después de los partidos, en las que su comportamiento era siempre amable, pero sus ojos vagaban por el pasillo hacia la salida y los espacios despejados entre las líneas de periodistas.

Sin embargo, en general, solo había un compromiso que siempre tenía que cumplir, en apoyo a una campaña anual para promover el turismo en las islas Canarias, donde creció. Silva había aceptado un puesto como embajador de marca de un complejo turístico familiar en Gran Canaria y parte del acuerdo era que, una vez al año, debía contarle a la gente sobre este.

Las entrevistas siempre seguían más o menos el mismo ritmo. Silva era reservado y diplomático sobre cualquier cosa que estuviera sucediendo en el Manchester City en ese momento, pero mucho más comunicativo al hablar de su niñez, de cuando jugaba fútbol con una naranja o una papa en los callejones alrededor del puerto en Arguineguín, de su vínculo con la isla y de su amor hacia ella.

El problema —desde el punto de vista de un periodista— es que solo puedes contar esa historia una vez (tal vez dos si eres astuto). Además, debido a que sonsacarle algo más a Silva era un desafío, después de un tiempo la asistencia a sus citas promocionales de cada año comenzó a menguar.

El viernes por la noche, Silva hizo la que puede haber sido su última aparición en un campo inglés, cuando entró tarde a la victoria del City sobre el Real Madrid en la Liga de Campeones. Espera cerrar su gira de despedida en Lisboa, Portugal, el 23 de agosto, con la primera copa europea en la historia del club. Sería el último y más grande triunfo que habría conseguido para el City.

Ya le dieron una emotiva despedida de la Liga Premier, endulzaron sus oídos con himnos de elogios por sus contribuciones a cuatro campeonatos e incontables copas y lo reconocieron por ser posiblemente el jugador de mayor calidad en la historia del City y también la contratación más transformadora en la nueva era del club, ya que contribuyó más que ningún otro jugador a convertirlo en la fuerza preeminente del fútbol inglés de la década de 2010.

No obstante, los testimonios deslumbrantes de su impacto van más allá del City. El consenso es que su nombre debería sumarse al de Thierry Henry, Dennis Bergkamp, Eric Cantona y otros como una de las importaciones de mayor calidad que haya tenido ese deporte en Inglaterra.

Cuando Silva llegó al City, entró al vestidor de las antiguas instalaciones de entrenamiento del club en Carrington, justo a la salida de Mánchester, para encontrar que habían puesto una foto en la pared. Era la icónica imagen de Nigel De Jong, su nuevo compañero de equipo, plantándole el pie en el pecho a Xabi Alonso durante la final del Mundial entre España y los Países Bajos.

Silva se rio y lo tomó a broma, con la risa tranquila de alguien que acababa de ganar la Copa del Mundo, pero ese fue un indicio de la que puede considerarse la contribución más importante de Silva: no la racha de éxitos que ha tenido en el City, sino la demostración indiscutible de que los jugadores con sus habilidades no solo pueden prosperar en una liga que aún está ligeramente obsesionada con la condición y las cualidades físicas, sino que también pueden llegar a dominarla.

En ese sentido, Silva ha sido revolucionario. En casi cualquier otro sentido, ha sido más bien lo opuesto. El Manchester City al que llegó en 2010 todavía reflejaba una imagen de vecinos ruidosos, como los llamaba Alex Ferguson: Roberto Mancini, el entrenador, siempre estaba despotricando en contra de algo o de alguien, interno o externo; Mario Balotelli estaba en su fase de “enfant terrible”; Carlos Tévez, la estrella de la cartelera que provocaba la ira de Ferguson, protagonizaba motines ocasionales en la banca de los sustitutos.

En algún punto de todo este jaleo, el City tomó una decisión: para que el club se convirtiera en una fuerza consolidada y consistente, se necesitaba ser un poco menos Tévez y mucho más Silva. Comenzaron a prescindir de cualquiera que fuera considerado un alborotador y los serios, estudiosos y callados se convirtieron en la orden del día, es decir, gente como Ilkay Gundogan, Aymeric Laporte y Bernardo Silva. Es difícil pensar en un entrenador tan distinto al tempestuoso Mancini que su ingenioso y monótono sucesor, Manuel Pellegrini.

Los beneficios de esa política no necesitan explicación: tres títulos más de la Liga Premier, en 2014, 2018 y 2019, la llegada de Pep Guardiola y un montón de récords y trofeos.

No obstante, en la despedida de Silva, hubo evidencia que sugiere que los cambios también le han beneficiado a él en el largo plazo. Desde hace tiempo, ha sido consciente de que el perfil puede ser tan importante como el talento; alguna vez comentó que una de las razones por las que no había jugado tantas veces como hubiera querido con España fue que militaba en el Manchester City y no en el Barcelona o el Real Madrid.

Y es razonable suponer que, en varios momentos de su carrera, lo hayan animado a abrirse un poco más, a tomar algún trabajo más comercial, a estar un poco más disponible para los medios. Ese habría sido el primer paso para maximizar sus ingresos; además, los anuncios ocasionales para una firma japonesa de gimnasia facial (hablo en serio) o una empresa egipcia de energía nunca le hicieron ningún daño a Cristiano Ronaldo.

Salvo ese único compromiso con las islas Canarias, Silva no ha hecho casi nada de eso. Siempre se ha mantenido en silencio. De los cuatro jugadores en los que se basa el éxito moderno del City, parece como si Silva fuera del que menos sabemos. Vincent Kompany tuvo un gran y bien merecido perfil público. Sergio Agüero realiza una cantidad considerable de trabajo comercial.

Sin embargo, Yaya Touré, uno de los pilares de esos equipos del City previos a Guardiola, es el mejor ejemplo y la moraleja. En el imaginario de la gente, las riñas frecuentes por su contrato (encabezadas por su agente, más que por el jugador) opacaron todo lo que Touré hizo por el club. De alguna manera, uno de los futbolistas más importantes en la historia del club es recordado, principalmente, por una discusión sobre un pastel de cumpleaños.

No obstante, de una manera u otra, los aficionados del City y de otros equipos tienen una opinión sobre Agüero, Kompany y Touré no solo como jugadores, sino como personas. Esa percepción del público no es precisa, claro está; como mucho, se basa en fragmentos.

Silva, por el contrario, aun después de una década, sigue siendo en esencia un misterio. Su silencio ha sido tal que solo hemos tenido vistazos ocasionales a su vida personal, e incluso en esos momentos únicamente por la gravedad de la situación: a finales de 2017, su hijo, Mateo, nació tres meses antes de tiempo y pasó los primeros meses de su vida en cuidados intensivos.

Eso es lo único que sabemos de Silva: creció en las islas Canarias y pasó muchos meses de oscuridad preocupándose por su bebé. La falta de información es tal que no tenemos más opción que hacer algo que cada vez es más raro en la actualidad: basar nuestra opinión sobre él en lo que hizo en el campo y no en su manera de ser fuera de este.

Así que, cuando se despidió de Inglaterra, Silva no fue en absoluto evaluado por su personalidad, sino por su habilidad, al contrario de lo que sucedió con Kompany, aunque en su caso la evaluación personal fue positiva. Tampoco lo juzgaron mal, como le pasó a Touré, por la conducta de un agente antagonista.

Nadie se puso en su contra por sus opiniones fuera del campo, ni sintió la necesidad de sacar a la luz una controversia, ni llegó a alguna conclusión engañosa con base en su manera de caminar, correr o comportarse. No hubo —y es difícil pensar en otro jugador al que se le haya permitido esto, excepto tal vez Lionel Messi— ninguna discusión sobre su personalidad.

En cambio, la atención se centró en su incuestionable habilidad como jugador. Y sobre eso no puede haber debate alguno. Después de todo, Silva ha pasado los últimos diez años dejando que su talento hable por sí solo.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company