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Rutinas, cábalas y miedos: un viaje a la intimidad del US Open 2009 que le cambió la vida a Del Potro

En cada gran obra hay detalles que cobran mucho más valor del que se cree a simple vista. Hay matices, decisiones y palabras que, en el mapa general, adquieren una gravitación quirúrgica. El título de Juan Martín del Potro en el US Open 2009 comenzó a gestarse mucho antes que aquel lunes 14 de septiembre, cuando a las 20.25 de Nueva York el revés de Roger Federer se fue largo y el tandilense se coronó en el Arthur Ashe. El perfeccionamiento de la máquina se había iniciado la temporada anterior, es verdad. Pero ya inmerso directamente en el objetivo Flushing Meadows 2009, el gran golpe empezó a escribirse en la pileta del Marriott Northeast, un hotel de Mason, Ohio.

Después de jugar diez partidos en dos semanas (título en Washington y final en Montreal), el tenista tenía la energía consumida. Había viajado a Ohio para notificar su baja en el Masters 1000 de Cincinnati y, antes de dejar la ciudad, decidió refrescarse un poco. La temperatura era asfixiante. Mientras tomaba una bebida con hielo, les comunicó a Franco Davin (su entrenador) y a Martiniano Orazi (su preparador físico) que quería regresar a la Argentina para ver a su familia y amigos, pese a que en diez días comenzaría el último Grand Slam. Entre el clima porteño y el estadounidense había casi 40 grados de diferencia. "No, Juan. Tenemos que quedarnos. Hiciste un esfuerzo enorme para adaptarte al calor de acá. Sería un error volver al frío", le dijo Davin; Orazi opinó igual. Les costó, pero lo convencieron, dejaron Ohio, viajaron a Miami y, luego de tres días de descanso total, empezaron los entrenamientos en la Universidad de Miami, ya que el Crandon Park de Key Biscayne no estaba disponible.

"Primero lo planteó en la habitación. Le dijimos que no. No quería saber nada. De ahí fuimos a relajarnos un poco a la pileta. Estuvimos charlando, descansando en las reposeras. Llevó un tiempito convencerlo; no fue fácil. Para él venía todo nuevo: hacía un año, un año y medio había estado 70 del mundo. Y de repente estaba ganando torneos importantes y apuntando alto", rememora Orazi, ante LA NACION. Y añade, con precisión: "Juan ya había hecho la preparación ideal para el US Open. Le había ido muy bien en los torneos previos. Y quería irse a la Argentina para disfrutar un poco con su gente, pero era una locura. Era tirar a la basura todo el esfuerzo. Hubiera sido un error volver a 0 grados. Para todos era una gira muy larga (terminarían siendo siete semanas), pero estábamos dispuestos a quedarnos. Nos fuimos a Miami. Entrenó la parte física muy bien. Después, tenis. Y empezó a explotarla de todos lados y a jugar cada vez mejor. Fuimos al US Open súper preparados".

El hotel InterContinental Barclay, sobre la avenida Lexington, entre la 48 y la 49, alojó, como era habitual en Manhattan, a Del Potro y a su equipo. Una de las mayores preocupaciones de Davin era tratar de mantener aislado al por entonces Nº 6 del mundo de la efervescencia que ya generaba. En ese torneo se había sumado al grupo el italiano Ugo Colombini, que era su manager internacional. Todos se movían en bloque, dentro de una burbuja. Del Potro era evasivo a ver series de TV y, a veces, las horas libres se convertían en momentos tediosos. Adoraba Nueva York, pero durante la competencia no saldría a hacer turismo, claro. Consciente de ello, Davin, fanático de Prison Break, la serie que transcurre en la ficticia Penitenciaría Estatal Fox River, compró la primera temporada y se la regaló. Y la estrategia funcionó: se transformó en sana adicción para el tandilense. Empezó a ver capítulo tras capítulo, sin detenerse. "Llegábamos al hotel después de entrenar o de jugar y Juan me decía: 'Mirá que me quedan solo uno o dos capítulos, eh'. Entonces yo salía corriendo por la Quinta Avenida para comprar las otras temporadas. Después, ya me empecé a preocupar con que se quedara despierto de madrugada, porque esas series son tan adictivas que te las querés comer en un día. Pero eso lo ayudó para no pensar tanto en todo el torneo. Ver las series lo descomprimió, le quitó presión", contó Davin en el libro El Milagro Del Potro (Ediciones B; junio de 2017).

Del Potro y su equipo tenían diversas rutinas. Una de ellas, gastronómica. Las noches previas a los partidos cenaban en el restaurante "San Martín", a una cuadra del hotel, sobre la calle 49. El lugar, con platos españoles e italianos, ofrecía comida casera. El cuerpo técnico de Del Potro consideraba que probar nuevos restaurantes los días previos a los partidos era un riesgo. También era verdad que se convertía en algo monótono comer siempre en el mismo sitio. Por ello, iban a cenar al Soho cuando al otro día no tenía que jugar. Aunque el salón de San Martín estuviera completo, el dueño del comercio siempre les hacía un lugar. De entrada se servían jamones y quesos. De plato principal, Del Potro solía comer pollo con puré o milanesas con jamón y queso gratinado. En esos días, la mesa, que habitualmente reunía a tres personas, se ampliaba: se sumaban Colombini, José María Davin y Fabián Heller, padre y amigo de Franco, respectivamente.

Si de hábitos se trataba, nada podía alterarse en los viajes que hacía el grupo en el transporte oficial desde Manhattan a Queens, y viceversa, que dependiendo del horario podía demorarse 30 minutos o más de una hora. Davin portaba un reproductor de audio del que salían acordes de Rod Stewart, U2, Bruce Springsteen, Rolling Stones. En esos momentos, el aparatito no se activaba por Bluetooth; para que se escuchara en el auto debía conectarse con un cable a la entrada del estéreo. En uno de los tantos traslados, antes de que el chofer encendiera el motor, advirtieron que la camioneta no contaba con el ingreso del cable, entonces, supersticiosos, se bajaron del vehículo y solicitaron uno en el que sí se pudiera escuchar la música del iPod de Davin. A partir de esa anécdota, cada vez que pedían un transporte en el club o en el hotel aclaraban: "Que tenga entrada de reproductor en el estéreo, por favor".

Otra rutina de Del Potro y de su entorno en el US Open 2009 estuvo vinculada con el encordador. En la sala de stringers del certamen neoyorquino, las raquetas de Juan Martín, con peso de 347 gramos sin la cuerda, solo las manipulaba Luis Pianelli. Oriundo de Arroyo Seco (Santa Fe), Pianelli se recibió de abogado en 1997 pero su vocación son el tenis y las cuerdas, y así llegó a trabajar en los Grand Slam y en el equipo argentino de la Copa Davis. Durante aquellos días de septiembre de 2009, Davin le llevaba las raquetas a Pianelli y cuando este las recibía ya sabía lo que debía hacer: trabajar con cuerdas sintéticas de monofilamento y con 63 libras de tensión. Pero Pianelli había llegado al certamen durante la clasificación y tenía pasaje para regresar a la Argentina antes de la final. Del Potro siguió avanzando y se produjo una situación incómoda. Teniendo en cuenta las cábalas a las que se aferrara la mayoría de los deportistas, Davin decidió no contarle al tandilense. "Si no se da cuenta, pasa. Y si llegamos a pasar por la sala de encordadores y me pregunta por vos, le digo que saliste a comer", le avisó Davin a Pianelli. Y así actuaron.

Para las semifinales ante Rafael Nadal y para la final, las raquetas las encordó Scott Schneider, un muchacho de Las Vegas que había logrado la confianza de Pianelli y ganado un concurso en el que se buscaba al hombre que encordara en menor cantidad de tiempo. Scott demoró 11 minutos y 14 segundos; se ganó una TV de 42 pulgadas, US$ 1000 y una guitarra. Además, le dieron la oportunidad de ser parte del equipo de encordadores del US Open. Tras el final del torneo, Davin le contó a Del Potro el pequeño secreto que lo unía con Pianelli.

Davin hubiera preferido tener la charla estratégica con Del Potro durante la noche previa al match contra Federer, pero "hay veces que el jugador está tan pasado de rosca que lo que menos quiere es pensar en el próximo partido", explicó. Entonces, su técnica fue dar las indicaciones durante la entrada en calor del día del partido. Ese lunes, tras la lluvia, Davin, que también hacía de peloteador, aprovechó las pausas del peloteo para acercarse y refrescar conceptos. El entrenador pehuajense tenía la experiencia de haber acompañado a Gastón Gaudio en la final de Roland Garros 2004, pero el Gato en París, a diferencia de Juan Martín en Nueva York, estaba más estresado en la previa, por el contexto: jugaba contra Guillermo Coria.

La noche previa al partido con Federer se le hizo interminable a Del Potro. Chateó por la computadora con los amigos en Tandil, pero a medida que fue avanzando la noche, lo fueron dejando; todos adolescentes, al otro día debían ir a la facultad o a trabajar. Se durmió cerca de las 2.30, pero a las 7.30 se despabiló. Le sirvieron el desayuno, pero solo lo miró; no pudo comer ni una tostada. La ansiedad le hacía doler el estómago, la cabeza. "Así y todo, transmitía seguridad", rememora Orazi. Por entonces, Juan Martín dudaba sobre su capacidad para llegar con entereza al quinto set.

Qué llegó después, ya es muy famoso. Del Potro construyó esa obra de arte en el Arthur Ashe frente a la presencia de Guillermo Vilas, el hombre que popularizó el tenis en la Argentina. Además, el tandilense logró su primer trofeo de Grand Slam en la primera oportunidad que tuvo, al igual que Federer en Wimbledon 2003. Tras el desplome en el festejo, desde el momento en el que el argentino se levantó del cemento la vida le cambió. Ingresó en uno de los mercados más importantes del mundo, se ganó el reconocimiento de todos.

Después de los interminables compromisos periodísticos, Del Potro y su equipo se marcharon al hotel. Luego de una ducha, el festejo continuó en el restaurante Smith & Wollensky. Ya siendo la madrugada del martes 15, se dirigieron a un boliche donde había una fiesta armada por el cantante y actor Justin Timberlake. Estaban LeBron James, Ben Stiller, Adam Sandler y Mickey Rourke, a quien Orazi le pidió una foto, pero se la negó.

Ese martes 15 por la mañana, Del Potro siguió con los compromisos comerciales y recorrió varios medios de TV. Antes de abordar el vuelo 955 de American Airlines a las 22.30, Orazi empezó a sentir palpitaciones; temió que fuera un problema cardíaco. En el aeropuerto le hicieron un electrocardiograma, pero no surgió nada malo; solo le había pasado factura el estrés. En Nueva York quedaba atrás algo muy, muy grande; en la Argentina, los esperaba un escenario nuevo y gigante. "Cuando nos fuimos de Ezeiza a EE.UU. lo hicimos solos. Volvimos en tres semanas y había un mundo esperándolo a Juan. ¿Quién está preparado para eso? Nadie", sentenció Davin. Ya nunca nada sería igual.