Roland Garros. Schwartzman y Podoroska: los triunfos que dan confianza y también permiten invertir en la propia carrera

Es nuestra esencia. La historia del tenis argentino esta tapizada de transpiración, talento y polvo de ladrillo. Zapatillas, medias, raquetas y pelotas manchadas por la superficie más maravillosa, la que recorre cada rincón de nuestro país. No hay vueltas que darle: la arcilla es parte de nuestra sangre. El saque y la volea pertenece a otra época y, sobre todo, a otros artistas: los hombres y mujeres que nacen en el fin del mundo, prefieren la tierra batida. Y Roland Garros siempre fue el destino elegido. París era una fiesta para los argentinos.

La tierra de los Mosqueteros, antes y después de la desgarradora final de 2004, la que no supo ganar Guillermo Coria, la que le arrebató, como si fuera un imposible, el inefable Gastón Gaudio. Guillermo Vilas, el fundador, conquistó París en 1977. Gabriela Sabatini, única en su rubro por clase y carisma, alcanzó cinco semifinales. Mariano Puerta fue finalista en 2005. Todos los grandes de nuestra historia se subieron a la clase virtual de la arcilla. Hasta los enamorados del césped de la Catedral y del cemento de Nueva York: David Nalbandian (semifinalista en 2004 y 2006) y Juan Martín del Potro (la misma instancia en 2009 y 2018) se sentaron en la mesa de los galanes.

Y hoy, ahora mismo, Francia, embriagada en una estación errática, con lluvias y frío, con desoladoras gradas vacías, encapsulado por el rebrote del coronavirus, vuelve a bailar el tango. Nadie lo había imaginado. Dos petisos enormes deslizan sus zapatillas, se visten de naranja. Diego Schwartzman y Nadia Podoroska levantan la bandera celeste y blanca, un cuento compartido inesperado, instalados en los octavos de final. París vuelve a hablar nuestro idioma.

El Peque era una certeza. La finalísima conseguida en Roma, horas después de derribar a Rafael Nadal, resumía un mensaje. Puede ser número 10 mundial, un atrevimiento a su historial. Nadia es una revelación. Arrolla a las adversarias con la nostalgia de Gaby dando vueltas. Ya está entre las 100 mejores, un sueño imposible apenas días atrás. Bien temprano, Nadia abre las puertas del arco del triunfo y Diego, las cierra, de noche y con apenas 10 grados en las plateas.

Y un día le tocó: Rafael Nadal jugó por primera vez bajo techo en Roland Garros y dio su opinión

El deporte -el tenis, en este caso-, derriba fronteras: los argentinos miden menos de 1,70m en tiempos de gigantes, pero se sostienen con tres atributos imprescindibles para cazar la historia. Desparpajo, talento y personalidad. Ya saben de qué se trata caer barrancas abajo. Ahora, envueltos en su pequeño envase, sólo miran hacia arriba. Hacia el cielo.

Schwartzman atraviesa la mejor etapa de su carrera. Juega y se divierte. Tira lujos, corre hasta acalambrarse, aprende que el sufrimiento es parte del aprendizaje, no lo detiene ni el reloj del tiempo. El mejor tenista argentino de la ATP y número 14 del mundo, supera por 7-6 (7-3), 6-3 y 6-3, en 2 horas y 37 minutos al indescifrable eslovaco Norbert Gombos (106°). Y parece encaminado a repetir su mejor producción en París, que fue en la edición de 2018 cuando Rafael Nadal, 12 veces ganador del trofeo, lo frenó en los cuartos de final. Esta vez, sufrió, la pasó mal (sobre todo, en el primer parcial), y luego logró otro paso arrollador, siempre adelante. Tiene cabeza, juego y entusiasmo para ser top 10.

Y en ese camino, Roland Garros se presenta como una estación ideal. No le afecta ni el clima destemplado, ni las lluvias, ni las pelotas con otro peso, otro vuelo. Ni correr de noche, con iluminación artificial, en la extraña, poco romántica París. Había 12 grados más allá de las 21. Y el Peque es un fuego: juega como en las grandes galas.

Su próximo adversario será el italiano Lorenzo Sonego, que sorprendió, al imponerse sobre el norteamericano Taylor Fritz por 7-6, 6-3 y 7-6. Nacido en Turín, tiene 25 años, es 46º mundial y todo un peligro: no tiene nada que perder frente al aguerrido jugador surgido en Hacoaj.

El regreso de las carreras a San Isidro: alivio, aire fresco y un jockey que repitió lo que había logrado en Palermo

Que no la pasó bien durante el primer set. No sólo perdía por 5-2: salvó seis pelotas de set en varios tramos. Parecía abrumado, desorientado frente a un velocista que tiraba, arrojaba la pelota con alma y vida, aunque con los ojos cerrados. Algunos impactos fueron demoledores: otros, volaron por el espacio. Luego, se recompuso más allá de algunos vaivenes. Tiene la mano caliente. El corazón, también.

Schwartzman, 12º preclasificado, ya había ganado sus dos primeros partidos en tres sets: en el debut eliminó al serbio Miomir Kecmanovic, mientras que en la segunda rueda batió al italiano Lorenzo Giustino. De 28 años, no pierde la brújula: está enfocado. La ambición lo lleva a cumplir sus sueños. El Peque juega como si no hubiera un mañana. Es aquí, es ahora.

"Lo de Podoroska es muy importante para el tenis femenino. Me encanta cómo juega, sus drops, su agresividad". Schwartzman entiende el juego: sabe que la unión hace la fuerza. Y que la portada, en realidad, debe tener un enfoque más grande en la rosarina, de 23 años, todo un suceso en París. Juega como si estuviera en una academia, su muñeca brilla hasta en la luz del día. Gana y escribe la historia. Gana, como una locomotora en velocidad: va y va hacia adelante, tocando bocina para espantar a las rivales. El triunfo ante la eslovaca Anna Karolina Schmiedlova, en una hora y 39 minutos, le da el pase a los octavos de final de Roland Garros por primera vez en su carrera. No sólo eso: desde 2011 que no había una argentina en esta instancia, cuando Gisela Dulko también alcanzó la etapa de las 16 mejores en el abierto francés.

Se garantizó, al menos, instalarse entre las mejores 90 en el mundo. Va a ganar un premio de 189.000 euros, cifra que la flamante top 100 invertirá en su carrera. "Una de las cosas que más cambia al subir al nivel de los WTA es en lo económico, sí. Lo había sufrido en los últimos años, y conseguir esto es una tranquilidad y un alivio para mí, estos resultados me permiten estar en otra posición. Es una tranquilidad poder seguir pagándole el sueldo a mi equipo y continuar viajando por el circuito. Hasta hace poco no tenía ese respaldo, esa seguridad", describe. Dinero en el bolsillo para dedicarse a lo que ama: darle con alma y vida a la pelota.

Se abre un mundo nuevo para la joven que está radicada en Alicante, en España. "Los objetivos siguen siendo los mismos, con la idea de seguir creciendo como jugadora. Ahora, al jugar en otro nivel -pasará de los torneos ITF al WTA-, voy a tener que mejorar muchas cosas, como el saque, mi juego en la red... Pero desde lo económico esto me ayudará a estar más tranquila para seguir entrenando y estar en el circuito, que hasta no hace mucho no estaba segura de poder hacerlo", reflexiona.

¿Se entiende el concepto? Ese maravilloso impacto mundial inclina la balanza para una chica que amagaba con arrojar la raqueta hacia el vacío. El dinero no lo es todo. Pero sin billetes, no hay tenis. Más allá del talento, del esfuerzo. De la valentía. La checa Barbora Krejcikova, una especialista en dobles, será su próxima rival: que tenga cuidado, porque Nadia no patina: danza sobre el polvo de ladrillo.

Había dado un golpe sobre la mesa en Saint-Malo, Francia, al ganar el trofeo de la ITF, que repartía 60.000 euros en premios. Fue a mediados de septiembre, cuando llegó a su mejor ranking: 130°. Lo que ocurre ahora, lo supera todo.

El día argentino en Francia tuvo un tropiezo que, en realidad, es un triunfo a futuro. "En la casa de mis padres ya no habrá sólo toallas de Guille", bromea Federico Coria, que se despide del mejor club del mundo de la arcilla frente a la promesa italiana, de apenas 19 años, Jannick Sinner (75º). Pese a la caída por 6-3, 7-5 y 7-5 en dos horas y 30 minutos, el rosarino de 29 años cerró su mejor semana como profesional: nunca había alcanzado la tercera etapa de uno de los grandes. Va a integrar el grupo de los 90 mejores en el mundo. Perdió la timidez: no sólo superó a Benoit Paire, un crédito local, sino que se quitó, al fin, el traje del hermano menor. Es Federico Coria, ya no es el otro. "Confío en mí de una vez por todas. Estoy poniendo mucho empeño en trabajar con mi psicólogo para levantar la cabeza. He roto muchas barreras mentales y miedos", cuenta.

Al fin: París volvió a bailar el tango, el presente se mezcla con la irresistible nostalgia de aquellos buenos viejos tiempos de tenis y croissant.