Roland Garros. Los tres objetivos de Diego Schwartzman y el gran reto que se viene: Rafael Nadal

Un combate feroz, con más de cinco horas de puntos electrizantes. Una pelea interna y externa: contra sí mismo, primero, y frente al número 3 del mundo, nada menos, del otro lado de la cancha en el inmenso Philippe Chatrier. Un canto al tenis, con puños en alto, tensión y ceños fruncidos que desembocaron en una cálida conversación entre dos amigos en la red, ambos exhaustos después de regalar un duelo inolvidable. Diego Schwartzman y Dominic Thiem protagonizaron EL partido en lo que va de este Roland Garros otoñal. Como lo define el tenis en su esencia, sólo uno puede festejar. Y el que alzó los brazos fue el Peque, que en el Súpermartes argentino en París tachó varios objetivos: llegar por primera vez a las semifinales de un Grand Slam, asegurarse el ingreso dentro del Top 10 y conseguir su primera victoria sobre un Top 5 en un Grand Slam. Todo, a expensas del flamante campeón del US Open y dos veces finalista sobre el polvo de ladrillo parisino.

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Hubo festejo, claro, y Schwartzman dibujó esa sonrisa enorme que parece contagiar a todo el mundo. Pero eso llegó recién después de 308 minutos de combate y 376 puntos disputados de manera encarnizada. Dentro de ese tiempo pasaron muchas cosas, con todos los altibajos que el tenis puede ofrecer. Podría haberlo ganado el Peque con más holgura, sin desmerecer el espíritu combativo del austríaco, si hubiera acertado un par de puntos en los cierres del segundo y el tercer set. Y tranquilamente podría habérselo llevado Thiem, que estuvo dos sets a uno al frente y 2-0 en el arranque del cuarto, pero el argentino reaccionó a tiempo, en una pulseada mental y física sin tregua.

En el tramo decisivo del segundo set, Schwartzman envió a la red una volea cuando tenía la oportunidad de adelantarse 6-5; tuvo la chance de colocarse 15-40, pero ese error lo sacó de foco. En el game siguiente, cuando estaba 15-30 con su saque, se lo escuchó: "Me quedé enganchado, no se puede creer el game que pierdo, no puedo dejar de pensar en esa bola que erré, bol.". Y enseguida repitió: "Es increíble, estoy haciendo todo bien y me quedo con eso", y se señaló la cabeza. Así se le escapó el segundo parcial.

Dentro de ese laberinto de pensamientos negativos y sensaciones, Schwartzman perdió otra vez la brújula en el tercer set. En el 3-3, tras una doble falta, soltó: "No me sale. Lamentablemente tengo una sal, bol. Le pongo garra, pero no me sale". Cuando quedó set-point abajo en el 5-6, encaró a su coach, Juan Ignacio Chela, que lo alentaba desde la tribuna: "No me digas más 'vamos', decime algo que me sirva para el partido". Acaso en ese momento de tensión no evaluó que su entrenador estaba imposibilitado de decirle nada por las reglas de coaching, que lo exponían a un warning. Pero al mismo tiempo es posible que haya disparado esa frase a modo de desahogo ante la frustración.

Por fin, tras recuperar el quiebre en el cuarto, encontró las sensaciones positivas y se dio ánimo: "Vamos, con buena actitud, vamos". Se sobrepuso a un décimo game espectacular, en el que tuvo triple set-point (5-4 y 40-0) y Thiem reaccionó con tres puntos descollantes, y con un juego inmenso en el tie-break le torció el codo al austríaco para llevar el duelo a un quinto parcial y llevarse un choque durísimo por 7-6 (7-1), 5-7, 6-7 (6-8), 7-6 (7-5) y 6-2. El partido más largo de su carrera.

Después, Schwartzman habló sobre los demonios internos: "Tuve un montón de oportunidades, algunas fáciles, por eso estaba frustrado y enojado conmigo mismo, porque sé que estuve cerca de ganar el segundo y el tercer set, y no lo pude hacer. En el 5-4 del cuarto pensé: OK, hoy no va a pasarme eso, tuve muchas oportunidades. Y el tie-break fue una locura, jugué bárbaro. Gané un partido de locos". Con el tanque más lleno que su rival -Thiem venía de quemar otros cinco sets ante el francés Hugo Gaston-, el argentino dominó a voluntad el quinto set. El austríaco explicó después: "Se me hizo muy rápido el encuentro, la verdad, creo que fue un partidazo, con peloteos increíbles y cuatro sets muy cerrados. Cuando nos encontramos en la red le dije a Diego que él lo merecía. Lo que logró es muy importante. Los dos dejamos todo, pero el tenis tiene esto: hay un perdedor y un solo ganador. Más allá de mi frustración, estoy contento por él". Una amistad que va más allá de la rivalidad en los courts, y un gesto caballeresco del actual campeón del Abierto de los Estados Unidos.

El paseo de sensaciones tras semejante partido lo aflojó a Schwartzman tras el final. "Sí, cuando terminó, me senté y me emocioné un poco por todo lo que había logrado. Pero a la vez, mientras estaba debajo de la toalla, me dije: esto sigue, estás jugando un hue. olvidate, ya va a haber tiempo para disfrutarlo". El viernes, muy posiblemente desde las 10, animará otro reto de novela contra Rafael Nadal, que en plena madrugada [terminó a la 1.25] superó al promisorio Jannik Sinner por 7-6 (7-4), 6-4 y 6-1.

Hace dos semanas, el Peque dio el gran golpe en Roma, cuando superó con autoridad al número 2 del mundo (6-2 y 7-5). "Pero eso fue en dos sets, y acá es al mejor de cinco, que es una eternidad", consideró. Y amplió: "Hay que estar muy preparado mental y físicamente. A Rafa, en cinco sets y en polvo son muy pocos los que le pudieron ganar, Ojalá pueda estar a la altura, como hace dos años". En 2018 se cruzaron también en Roland Garros, pero en cuartos de final, y el Peque dominaba con buen juego y un set de ventaja; una interrupción por lluvia alteró el curso, y al regreso, el zurdo de Manacor fue incontenible.

Schwartzman es entonces el décimo semifinalista argentino en Roland Garros. Tendrá por delante tres nuevos desafíos: el primero, llegar a la final en el Bois de Boulogne, algo que sólo consiguieron previamente Guillermo Vilas (cuatro veces, un título), Guillermo Coria, Gastón Gaudio y Mariano Puerta; el último, en 2005. Luego, ser el primer argentino en derrotar a Nadal en Roland Garros (11 derrotas albicelestes hasta aquí) y extender la mejor actuación de su carrera en un Grand Slam.

Pase lo que pase, Schwartzman dejará París convertido en el duodécimo argentino en la historia que gana un lugar dentro de los 10 mejores del ranking; quedará 8° o 9°, dependiendo de sus resultados y los del rus Andrey Rublev. También se posiciona para intentar el asalto al Masters de Londres, el torneo que reunirá en pocas semanas a los ocho mejores de esta curiosa temporada. Pero para eso todavía falta, y aunque se viene un examen más que complejo, nadie puede quitarle el derecho ni las ganas de soñar a lo grande.