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Roland Garros. Emocionan: Podoroska y Schwartzman se metieron en el corazón de los argentinos con un torneo superlativo

Este Roland Garros de la pandemia parece aquel de 2004, que ya fue muy distinto al de 1977, cuando se coronó Guillermo Vilas: lo seguíamos por radio, con los flashes que llegaban por Radio Rivadavia con la voz inconfundible de Juan José Moro. Ya en una era más globalizada, aquella final de Gastón Gaudio con Guillermo Coria, sumadas también las presencias de David Nalbandian y Paola Suárez en las semifinales, le entregó al tenis argentino un Grand Slam soñado y quizás irrepetible en cuanto a protagonistas en instancias decisivas. Pero siempre habrá una hendija para brindarnos algo especial.

Filosofía zen y neurociencia: las claves del salto de calidad de Podoroska

Se emociona Manu Ginóbili. Se conmueve Gabriela Sabatini. Explota Ricardo "Bombita" Darín. Reflota sus sensaciones ganadoras Juan Martín del Potro. Aplaude a rabiar Gabriel Batistuta, quien vuelve a creer que todo lo que le inculcó su padre en Reconquista no fue en vano: se siente menos idiota que ayer. Es un Abierto francés diferente a todos por las razones obvias, en medio del dolor y la incertidumbre, de las pérdidas irreparables y de la angustia. Es un Roland Garros que sacude la sensibilidad del tenis argentino y del aficionado porque el contexto también es diferente en cuanto a potencialidad. ¿Valen más aquellos cuatro semifinalistas de hace 16 años que estos dos del 2020?

Seguramente el sí brotará espontáneamente. Pero nos referíamos al contexto. Aquella vez había dos productos surgidos de la Escuela Nacional de Tenis (Coria y Nalbandian), chicos por los que se apostó desde la Asociación Argentina de Tenis antes de la hecatombe de 2001. Son como estrellas fugaces para un deporte nacional poco amigo del trabajo a largo plazo a nivel dirigencial, repetidamente dispuesto a desaprovechar los eventuales impulsos de masividad que despiertan los grandes hitos. Ahora, con un país erosionado moral y económicamente, Nadia Podoroska y Diego Schwartzman sensibilizan a partir de sus logros y de sus historias personales. Nadie les regaló nada. Es lo que se llama mérito. Bien ganado está.

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Que en 2004 hubiese tres semifinalistas en varones y una en mujeres fue monumental y hasta razonable: eran parte de la formidable Legión, una etapa inolvidable y de opulencia del tenis argentino. Que en 2020 "los Peques" se ubiquen entre los cuatro mejores del torneo es de un valor superlativo. ¡Si una semana atrás hasta afloró la perplejidad de aficionados argentinos al anoticiarse de que Podoroska era rosarina y no una nueva figurita de algún país de Europa del Este!

El tenis femenino argentino no llegaba a una semifinal de Grand Slam desde 2004. Hacía seis años que ni siquiera contaba con una jugadora en el cuadro principal de París. Podoroska fue cautivando con un estilo como los de antes: de juego variado. Schwartzman fue "cansando" a los rivales y revolucionando a los televidentes: ¿cómo puede correr así 3, 4 o 5 horas, y jugar tan bien al tenis desde un envase tantas veces mirado de reojo? ¿Acaso es de amianto ese Gladiador? Un jugador que le hace honor a la Legión.

Los dos cumplieron largamente los objetivos, aunque no están hechos. Sí están entre los mejores del mundo, con rankings soñados, con premios que son una bendición (mucho más en el caso de Podoroska) y contratos a la vista que pueden llegar y/o mejorarse. Todas cosas que suman a sus carreras y sus vidas. Siendo fieles a su esencia: sin altivez, lejos de la desmesura. Se les ve su esfuerzo, sus ganas de progresar, y que probablemente no les sobre nada. Perdón, sí les sobra algo: corazón y ganas de vivir un sueño mejor.