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Pase lo que pase, tienes todo el derecho a emocionarte con Roger Federer

LONDON, ENGLAND - JULY 05: Roger Federer of Switzerland celebrates victory after winning his Men's Singles Fourth Round match against Lorenzo Sonego of Italy during Day Seven of The Championships - Wimbledon 2021 at All England Lawn Tennis and Croquet Club on July 05, 2021 in London, England. (Photo by Clive Brunskill/Getty Images)
Photo by Clive Brunskill/Getty Images

Cuando Adrian Mannarino se puso dos sets a uno en su partido de primera ronda contra Roger Federer, todos los fanáticos del suizo nos temimos lo peor. Mannarino es un buen jugador, talentoso y con habilidad para las pistas de hierba, lo que le convertía en un rival a temer. El problema, sin embargo, estaba en el otro lado de la red, en aquel hombre a punto de cumplir los cuarenta, con la autoestima destruida e incapaz de mantener una mínima regularidad en el saque. Federer estaba a un set de perder en primera ronda en Wimbledon, algo que no pasaba desde 2002 con el croata Mario Ancic. Otras veces había jugueteado con el destino pero en esta ocasión parecía el destino el que estaba jugando con él como si fuera un muñeco.

La sensación era horrible. Tras año y pico de lesión y un regreso mejorable a las pistas, Federer se quedaba sin su última oportunidad, sin su clavo ardiendo. Al borde de la retirada, Wimbledon tenía ese aire mágico donde cualquier milagro era posible. Una derrota en primera ronda ante un rival que no está ni entre los cuarenta mejores del ranking sería la primera pieza en caer dentro de un dominó de imprevisibles consecuencias. Si Federer no está para pasar de segunda ronda de Halle ni de primera ronda de Wimbledon, ¿para qué está? Es lógico pensar que para retirarse.

Y entonces, de repente, el milagro. El resbalón de Mannarino sobre la hierba mal cuidada de la pista central y su retirada. Una bola extra. El hombre que pensaba en cómo decir adiós cada vez que lanzaba la pelota para arriba se colaba en segunda ronda. Y algo debió de hacer "clic" ahí, porque el jugador que hemos visto desde entonces es otro completamente distinto. De los siguientes diez sets ha ganado nueve. De acuerdo que el actual Richard Gasquet, Cameron Norrie y Lorenzo Sonego no son parte de la élite de este deporte, pero sí son una clase media tirando a alta, justo la que estaba llamada a ajusticiar al gran ídolo.

Y así, set tras set, saque tras saque, Federer se ha metido en cuartos de final de Wimbledon. La frase nos sale tan natural que no nos damos cuenta de todo lo que esconde: está a un mes de cumplir los 40 años, tiene cuatro hijos -dos son ya adolescentes-, ganó este mismo torneo hace dieciocho, se tuvo que retirar de Roland Garros completamente agotado y necesitado de energía para la temporada de hierba y durante su partido ante Felix Auger-Aliassime en Halle había parecido una marioneta triste, brutalmente inferior a su jovencísimo oponente.

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Pese a todo, aquel hombre que podría haberse rendido ahí, que podría haberse quedado a vivir en esa espiral de autocompasión que da la derrota cuando uno no está al cien por cien de su forma física, se ha empeñado en salir adelante. La última vez que disputó este torneo, en 2019, tuvo dos puntos para ganarlo... y lo perdió ante Novak Djokovic. Si no fue la derrota más dura de su carrera, lo pareció. De un lunes al siguiente, Roger Federer parece haber pasado del hombre de las mil dudas al hombre con una sola convicción: la necesidad de venganza. Parece Clint Eastwood asolando el pueblo del sheriff Gene Hackman. Parece Uma Thurman deshaciéndose de todos los que se crucen en su paso hasta llegar a Bill y culminar su misión.

Federer es ahora mismo un animal herido y rabioso. Muy herido y muy rabioso. Cada partido ganado, y más a partir de esta ronda, será un milagro. Lo que pasa es que el suizo ahora mismo solo ve rojo, solo ve a Djokovic al final del camino y está deseando embestir y llevárselo por delante. Hablamos de un campeón que no tiene nada que perder, como en Australia 2017, cuando nadie, absolutamente nadie, esperaba nada de él y ganó el torneo derrotando en la final a Rafa Nadal y remontándole en el quinto set. La historia de Federer ya no es una historia de terror sino un cuento de hadas. Ya no hay miedo, ya todo parece como antes. Ace tras ace hasta la victoria final.

Los fans del suizo tenemos todo el derecho a emocionarnos porque le vimos retirado en su casa y, de repente, ¿quién sabe? No es descartable que llegue Hurkacz en cuartos y le quite de en medio. O Berrettini en semifinales. A lo sumo, que dispute la ansiada final contra Djokovic y el serbio le humille con inquina. De acuerdo, pero todo eso sería mejor que perder en primera ronda, impotente, contra Adrian Mannarino. Eso sería mejor que verle sufrir en los tie-breaks ante los Dominik Koepfer del mundo. ¿Por qué no ilusionarse con lo improbable? ¿Por qué tenemos que ser tan racionales con todo? Federer gana a Medvedev, gana a Berrettini y en la final, despistado, convencido de su superioridad, Djokovic muestra una versión más parecida a la de los dos primeros sets contra Tsitsipas en Roland Garros que a la de los tres últimos.

Y así, de la nada, de los abismos del deporte profesional, Roger Federer consigue en 2021 lo que debió conseguir en 2019: su noveno Wimbledon, su vigésimo primer título de Grand Slam. Lo vuelve a hacer. Él, el gran escapista. Y todos celebramos y somos felices y el mundo es un poquito mejor. ¿Por qué no? ¿Qué es más improbable, eso, o la España de Luis Enrique a dos partidos de ganar una Eurocopa? Hay algo de "último baile" en este torneo y justo es que queramos apurarlo hasta la última nota. Cuando toque despertarse, pues nada, lo haremos y a seguir. Mientras tanto, queda el sueño. Y es un sueño tan bonito que dan ganas de pedir, como los niños, cinco minutitos más. O los que sean.

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