Roger Federer caminó por la cornisa del adiós, se salvó por la lesión de su rival y sigue adelante en Wimbledon

Momento de drama: Roger Federer habla con Adrian Mannarino, tendido en el piso después de la lesión
Kirsty Wigglesworth

Los fanáticos de Roger Federer empiezan a sentir que esto puede ser el final. Por momento se niegan a creerlo, pero las señales no ayudan. Tal vez aquí, en el que debió ser un día cualquiera, podrían estar ante su última participación en Wimbledon. El máximo rey en el legendario césped del All England, ganador de ocho títulos, marca que ningún otro tenista alcanzó (y que será difícil de igualar), ahora sufre para poder seguir prendido en un partido que se le escapa de las manos ante el apenas discreto Adrian Mannarino, número 42 del ranking mundial. Al final gana. Por abandono: 6-4, 6-7 (3), 3-6, 6-2 y retiro por lesión.

No es para menospreciarlo al francés. Tiene 32 años y es un obrero del circuito, un hombre con oficio, pero que en otros tiempos sólo hubiera sido un partenaire en la función de lujo en el court central. Ahora tiene ínfulas y expone apetito de triunfo Mannarino, en un lugar que no debería ser suyo.

Federer, en sus desplazamientos es el de siempre. Elegancia, golpes precisos, pasos sobrios y andar erguido. Se lleva el primer set por 6-4 y la gente disfruta. Lanza esas exhalaciones entre el asombro y la admiración cada vez que ejecuta algún tiro que sólo él puede hacer: “¡Ooooooohhhhhh!”. Y luego se sobreponen los aplausos. Es como una orquesta que acompaña los sonidos de las ejecuciones de la principal estrella sobre el escenario.

Bochorno. Schwartzman le ganó al francés que se cansó del circuito y odia al tenis

Pero desde el segundo set algo diferente ocurre. Los gestos del suizo confunden. No está bien. Mira al box donde se encuentra su equipo y espera que desde allí alguna mirada le devuelva algo. Ivan Ljubicic, su coach, percibe las mismas sensaciones. No hay fórmula mágica. Se le va el parcial en el tie break por 7-6 (3) y el tercero lo pierde más fácil aún: 6-3 en apenas 35 minutos.

El corazón y la mente aún están preparados. Aunque los huesos y los músculos no quieran acompañar. Federer se repone. Se levanta en el cuarto set. Quiebra el saque de Mannarino y se pone al frente. La gente vuelve a bramar. Hoy, ahora, es igual que siempre para la gente. No va a resignarse tan fácilmente.

A Roger Federer cada vez le cuesta más mantenerse en pie en un circuito muy competitivo
Kirsty Wigglesworth


A Roger Federer cada vez le cuesta más mantenerse en pie en un circuito muy competitivo (Kirsty Wigglesworth/)

Pero entre los especialistas los datos se disparan. Sólo tres veces perdió Federer en primera rueda de Wimbledon. Y perdón por la incorrección, pero fueron todas cuando todavía no era “Federer”. En 1999, con el checo Jiri Novak (59°), cuando Roger era 103° del mundo. En 2000, con el ruso Yevgeny Kafelnikov (5°), cuando Roger era 35°. 57 57 67 (6). Y en 2002, contra el croata Mario Ancic (153°), cuando Roger era 9°.

¿Podría volver a ocurrir, después de 19 años? Los adoradores del suizo tiemblan con la sola idea de imaginarlo. El destino juega de maneras extrañas... Con 2h32 minutos de juego, con el francés todavía dominante, seguro de que puede lastimar a Federer, la escena aumenta el drama. Un infortunio. A Mannarino se le traba el pie en el pasto. El movimiento afecta la rodilla. Queda tendido en el piso y espera la atención médica que no llega. Federer lo acompaña, conversan.

Lo atienden, pero ya no puede seguir. Pierde la noción del juego. Incluso en un par de oportunidad incluso no sabe de qué lado le toca sacar. Camina de un lado al otro. Federer mira todo con impotencia. Quiere ser él. Quiere ganar porque lo merece. Porque siempre fue así. No está cómodo con este desenlace que parece inevitable. Pero su rival no quiere rendirse, como Federer con su carrera. Sigue adelante. Camina con dificultad en la cancha y deja que el set se vaya por 6-2.

Roger Federer, el césped de Wimbledon, la platea repleta y el estilo de un golpe exquisito; todo parece ser como siempre, aunque el suizo ya no se siente tan cómodo en su propia casa
ADRIAN DENNIS


Roger Federer, el césped de Wimbledon, la platea repleta y el estilo de un golpe exquisito; todo parece ser como siempre, aunque el suizo ya no se siente tan cómodo en su propia casa (ADRIAN DENNIS/)

La situación se torna insostenible y antes de arrancar el quinto parcial Mannarino acepta la dura realidad. No puede seguir. Se retira. A Federer lo ponen frente a un micrófono para que lo escuche la multitud: “Es terrible. Es increíble cómo todo puede cambiar en un solo punto. Él debió ganar este partido, porque fue mejor jugador y le deseo lo mejor. Yo fui afortunado de seguir aquí”, empieza.

“No me gusta que terminen las cosas así y por otro lado es un recuerdo de que esto le puede suceder a cualquiera. Estoy complacido de jugar aquí, como cada vez”, continúa. Y luego finaliza con un análisis de su realidad. De lo que su físico dijo durante este partido: “En el momento en el que él se lesionó yo estaba tratando de acortar los puntos. Porque tiene buen ritmo desde la línea de base, es un jugador complicado, disfruta jugando allí en el fondo. Él estaba mucho más cómodo de lo que estaba yo”.

De eso se trata. De a poco, Federer no se siente tan cómodo en el lugar en el que nadie se movió como él. Donde su presencia es respetada, admirada... Federer sigue. Todavía es el rey de Wimbledon. Eso no se lo quitará nadie. Pero en el fondo, muy en el fondo, todos lo que ahora aplauden y disfrutan porque la leyenda no se termina, saben que acaba de esquivar la eliminación por muy poco. Que un día cualquiera podría ser el último. Y ese es un sentimiento que, por inevitable que el paso del tiempo sea, no deja de doler.