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Lo que Roberto Martínez aprendió de René Magritte para engañar a Italia

Bruselas, 30 jun (EFE).- No es ningún secreto que en Bélgica llueve con perseverancia. La media histórica de 200 días húmedos al año sugiere cierta insistencia meteorológica. Pero lo que pocos saben es que la lluvia belga, azotada por el viento de un país plano con salida al inclemente mar del Norte, acostumbra a ser apaisada.

En Bélgica llueve en horizontal y un chubasquero es mucho más útil que los paraguas que pintaba el belga René Magritte, que funcionan bien como icono del surrealismo pero cuya fama ha hecho mucho daño a los recién llegados al país, que en sus primeros días belgas suelen volver a casa empapados y con los paraguas rotos.

Magritte no engañaba a nadie, en realidad. Si pintaba señores lloviendo o un huevo dentro de una jaula, cabía sospechar también de sus paraguas. Y tampoco miente Roberto Martínez, al que tras cinco años en Bélgica se le están pegando algunas destrezas nativas y ahora juega a despistar a Italia.

Kevin de Bruyne y Eden Hazard, que llegaron tocados a la Eurocopa, se retiraron lesionados de La Cartuja. El seleccionador de los Diablos Rojos perdió a sus dos referencias en la creación de juego en la batalla de octavos contra Portugal.

El primero pidió el cambio con dolores en el tobillo tras una fuerte entrada y el segundo después de tener una mala "sensación" en los isquiotibiales de la pierna derecha. Sus ausencias asustan en Bélgica, pero el estratega de los Diablos Rojos ha maniobrado para convertir la incertidumbre en un argumento táctico.

Cuando en rueda de prensa le preguntan si el centrocampista del Manchester City y el delantero del Real Madrid se recuperarán para el duelo del viernes en Múnich, Martínez responde que igual sí, que puede que no, que está difícil, que cincuenta por ciento, que queda poco, que ya veremos, que no es imposible, que igual un rato y que día a día.

Bélgica sabe que el viernes podrá alinear a Lukaku, un delantero esplendoroso y con ganas de confirmarse como estrella. Italia está al corriente y le encargará a Chiellini frenar al nueve diabólico. En cambio, Bélgica no sabe si podrá contar con sus dos artistas del centro del campo. Pero Italia tampoco lo sabe, y eso complica el planteamiento de Roberto Mancini.

Immobile ha dicho que en la Azzurra preparan el partido como si los artistas fueran a jugar. Pero no lo saben. Puede aparecer De Bruyne de inicio y Hazard desde el banquillo, o viceversa o que ninguno llegue a tiempo. También podrían encontrarse con un bloque que juegue un fútbol correoso la primera hora y le fíe los minutos finales a la magia a los dos con más clase.

"Todos los jugadores saben perfectamente lo que tienen que hacer en el campo y cómo enfrentarse a las lesiones y suspensiones", avisa el técnico de Balaguer, que no enseña sus cartas pero confía en llegar lejos en la Eurocopa con "la generación de oro" del fútbol belga.

Si supera a la transalpina, Bélgica, tercera en el Mundial de Rusia 2018, se mediría en semifinales contra el vencedor del España-Suiza, en principio ya con De Bruyne y Hazard plenamente recuperados para acompañar a Courtois, Witsel, Thorgan Hazard, Meunier y Carrasco el 6 de julio en Londres.

Sería la antesala de la final el 11 de julio también en Wembley de una Eurocopa multisede con pandemia de covid, infarto en un campo, protestas sociales, roces con patrocinadores, tantos de museo y 14 golazos en un par de partidos de octavos.

Si alguien mereciera transformar un torneo tan rocambolesco en un trofeo tal vez sería un surrealista, quizá alguien como Magritte, uno de los pocos pintores de prestigio que le dedicó un lienzo al fútbol ("Représentations", 1962). Y en su defecto, porque los pintores no ganan campeonatos, la Bélgica que le vio nacer en 1898 y morir en 1967.

Pero la hazaña aún está lejos. Y mientras los periodistas belgas encumbran al portero Thibaut Courtois y barajan sustitutos para un once sin Hazard y De Bruyne, cuando en las cervecerías se pregunta por los artistas de la pelota lesionados rápidamente se encomiendan a Lukaku, que en Bruselas juran que no falla nunca.

Javier Albisu

(c) Agencia EFE