River-Flamengo: por ahora existe buena onda entre hinchas rivales, pero habrá 10.000 efectivos de seguridad

LIMA, Perú.- El barrio Matute es la cuna de la esperanza. A sus habitantes no les sobra nada: ni el hambre ni el abrigo. Pero viven la vida con la ilusión del fútbol, con esa certeza imaginaria de que un gol, algún día, lo cambie todo. Alianza Lima es el club más popular; cobija esos sueños. De pronto, del otro lado del estadio, sobre una vereda que brilla con un sol sorpresivo, un grupo de 40 hinchas espía del otro lado del mostrador. Algunos tienen la camiseta de la banda roja, pero no es la de la selección local. Están disfrazados de River, con indumentaria de calidades desparejas, con las narices pegadas al hierro que se abre solo para los privilegiados. Allí dentro está River.

Están Gallardo, Armani, Pratto, Quintero. Es la primera práctica formal en la tierra del pisco, rumbo a la finalísima de este sábado contra Flamengo. Hay una Copa Libertadores en juego. El Muñeco charla con el grupo, que lo rodea en círculo. Apunta a la fibra íntima, apunta al pasado glorioso, que puede continuar. Los futbolistas no se conmueven, pero casi; tienen duro el corazón. Al rato, se relajan: fútbol recreativo, el clásico loco, palmadas y hasta un caño de Martínez Quarta a Pratto. Se ríen. Saben que Flamengo es un huracán, pero eligen la distensión. Al rato -lo que no se puede ver, pero se sabe-, el DT ensaya con Paulo Díaz en el lugar de Nicolás de la Cruz. Cree imprescindible reforzar la zona media con el zaguero combativo, que todavía no se destacó en Núñez. Es una alternativa que gana fuerza. Lo otro es una hipótesis más arriesgada: Pratto por Suárez. El Oso quedó en la historia grande por la anterior final. Por los goles en la Bombonera y en el Bernabéu. El Muñeco espía su mística, no su presente.

Hay unos 150 periodistas argentinos, brasileños y peruanos. Que miran, toman nota, recogen testimonios de la primera final a partido único en la historia. Hasta la BBC -se anunció- va a transmitir el juego en directo. Los especialistas cariocas hablan como los hinchas, se sienten ganadores. "¿Cómo piensan frenar el ataque de Flamengo?", es una pregunta que se repite. La fe, claro, se refleja en la travesía ganadora de 25 encuentros invicto, a punto de conquistar el Brasileirão.

Uno de los auspiciantes entregará un "anillo exclusivo" al mejor jugador de la final, que será votado por los hinchas y los periodistas "especializados". Habrá 10.000 efectivos en el operativo de seguridad y control de alcoholemia, se "prohíbe" ir con cinturones y excesiva pintura en la cara, y se presume que la llegada será caótica: si un viaje de San Isidro a Miraflores -lugares separados por un par de kilómetros- suele durar más de media hora, los más optimistas creen que tres horas reales de tránsito hasta el magnífico estadio de Universitario son un cálculo cierto. Los trayectos, de unos y otros, son parecidos. Hasta hoy, al menos, la buena onda entre argentinos y brasileños es una realidad.

"Estamos preparados para este tipo de partidos. Confiamos mucho en lo que tenemos como equipo y lo que somos como grupo. Los dos jugamos muy buen fútbol y somos muy ordenados. Por lo que hemos visto, entendemos Flamengo es muy fuerte; nosotros debemos aferrarnos a lo que mostramos en la copa", resume Rafael Santos Borré, que recuperó la cúspide de su rendimiento, con la premisa de ser el primer defensor colectivo y más allá de quedar más de una vez en fuera de juego. El colombiano resume el pensamiento millonario: River se potencia en estos desafíos.

Habrá hoy un banderazo de los fanáticos en Miraflores. Se espera una multitud, con música y color. "Que la gente crea, porque tiene con qué creer", la frase del entrenador que se convirtió en un símbolo, es la más fotografiada en un trapo, aplicada por un grupo de hinchas de Estados Unidos.

Hay sonrisas sin excesos. Así se pasea Rodolfo D'Onofrio, el presidente, con la calma habitual. "Tengo la misma ansiedad y el mismo orgullo de siempre", suscribe. Está detrás de uno de los arcos del escenario de Alianza Lima, el gigante que cobija a River, en el repetido sueño de campeón.

Mientras, afuera, dos niños peruanos, de repente hinchas de River, imaginan todo lo que está pasando del otro lado del mostrador, allí donde se cocina el prólogo de otra historia.