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River, el artista maquiavélico que los hunde en la frustración

En el cielo millonario desfilan próceres de fábula, pero ya no tiene sentido la discusión: no hay nadie más venerado que Marcelo Gallardo. Su influencia trasciende esto del fútbol, la táctica, la estrategia y los goles. Su capacidad como entrenador, probada tantas veces antes, es un disparador hacia otros aires. Todos en River se encolumnan detrás de su pequeña figura, porque los jugadores, los hinchas y los dirigentes se alimentan de la fe de Gallardo. A este lugar de ensueño los ha traído este hombre que acaba de dar otro paso hacia adelante. Ya sabe de qué se trata la inmortalidad deportiva. ¿Qué le falta un torneo local? Asoma, lo acaricia.

Promesa o locura, ciertas palabras de Gallardo quedaron eternizadas en la memoria del hincha y se transformaron en gritos de gratitud: "Que la gente crea, porque tiene con qué creer", exclamó un día. River puede jugar 80 minutos en desventaja numérica por un despropósito de Paulo Díaz, que seguramente le costará caro. Puede no ayudarlo el estado del campo de juego. Puede el árbitro ignorar un penal. ¿Qué los millonarios llevaban tres meses sin ganar en el estadio Monumental por una extraña combinación cósmica? River pulveriza todo. Nada es casual. El colombiano Borré es titular y lleva 11 goles; Ignacio Scocco alterna y convirtió otros seis. Solo entre ellos suman 17..., la misma cantidad que marcó Argentinos Juniors en toda la Superliga. Entre los dos, también, gritaron 75 veces bajo la administración Gallardo. Pero ninguno es imprescindible. La idea es la estructura, el plantel es el brazo armado y ambos responden al plan de un maestro de ceremonias insaciable. Aunque corran 80 minutos con un futbolista menos.

River gana por demolición, reduce a los rivales a las cenizas de la frustración. River es un equipo de autor, fácilmente reconocible. Por momentos el martilleo le puede ganar a la poesía, pero nunca abandona una frenética personalidad colectiva. Puede ser algo más rocoso, puede darse un barniz de pragmatismo, pero nunca descuida ese fanatismo por un concepto que le clavó Gallardo en su espina dorsal. Jamás traspapela el estilo ni pierde el colmillo. Menos cuando la gloria está en juego: abrió 2020 a tres puntos de la cima; dos semanas después, lleva tres de ventaja. Apenas Boca lo distrae. Corazón y cerebro tejen esa sociedad infalible. Gallardo le enseñó a su equipo a vivir en guardia. Aún con errores, las señas personales de River lo retratan sagaz, desconfiado y, especialmente, ganador. Tiene una obsesión con la Superliga. Donde la pasión a veces no llega con el ingenio, llega con la insistencia. Y River está convencido de que será campeón. Sólo queda esperar algunas semanas.