La rebelión de los directores técnicos en la picadora de carne

Gorosito da el salto: de Tigre a San Lorenzo

Tiempos modernos. Ni mejores ni peores, tan solo distintos. Como en las reglas de la cadena alimenticia, los peces más grandes se comen a los más chicos, y éstos últimos utilizan su ingenio y su resiliencia para reinventarse y sobrevivir. Capitalismo salvaje, reglas de mercado o necesidades urgentes que se deben satisfacer. Palabras vacías, discursos con mucho marketing y realidades que borran con el codo lo escrito con la mano. Pragmatismo o conveniencia. Realismo puro. O simplemente el fin de la ingenuidad.

Tigre armó un proyecto con Gorosito como faro y en un sprint inolvidable, primero acarició la permanencia y luego alcanzó la gloria. Le faltó una sola brazada para llegar a la orilla de la salvación, pero el mismo impulso le dio la Copa de la Superliga. Más allá de las salidas inexorables de jugadores como Menossi, Janson y Federico González, con las que el club pudo capitalizarse, el resto se comprometió a continuar el desafío. Gorosito desde el banco y Montillo, Alcoba, Canuto, Prediger y Diego Morales en el campo postergaron ofertas concretas para devolver al "Matador" a la máxima categoría. La historia parecía armada para un guión cinematográfico, pero la realidad siempre se encarga de hacer su trabajo. La carroza se volvió calabaza, el duro torneo de ascenso muestra a un equipo irregular que navega sin rumbo en la segunda mitad de la tabla de posiciones y el futuro no parece demasiado alentador. Paralelamente en San Lorenzo, el ciclo de Pizzi se extinguió como la moda de temporada invierno-primavera y la nostalgia, sumado al deseo de revancha motorizaron el retorno del viejo ídolo. Los colores serán los mismos pero cambiarán los objetivos. De Tigre a San Lorenzo sin escalas. El proyecto ideal ya es pasado. Fue lindo mientras duró.

Coudet lo niega, pero dejará Racing a fin de año

Coudet rearmó y reforzó el plantel con el que se consagró campeón hace seis meses con el gran objetivo de pelear la Copa Libertadores de 2020. Le trajeron los refuerzos que pidió y si alguno no alcanzó la expectativa soñada, seguramente en enero llegaría algún otro nombre. Le dio a Racing una impronta especial y logró romper la inercia de varios subcampeonatos que lo habían dejado en la puerta de la consagración en los tiempos de Rosario Central. Las condiciones para continuar con el ciclo parecían casi ideales más allá del desgaste propio de la convivencia que siempre va esmerilando las relaciones, pero el futuro estaba en sus manos. Hasta que apareció la oferta del Inter de Porto Alegre y entonces, y aunque lógicamente el técnico lo niegue, ya no habrá futuro, ni Copa Libertadores con el Chacho. Paradójicamente su ciclo se terminará en la final de campeones frente a Tigre, el equipo que supuestamente debía estar dirigiendo Gorosito a mediados de diciembre.

Gorosito volverá a ser el entrenador del Ciclón a partir del martes próximo. Coudet dirigirá en Brasil el año que viene. Nadie tiene derecho a inmiscuirse en las decisiones de los demás. Ni en las que se privilegia lo económico, ni tampoco en las que se supone se imponen las cuestiones profesionales. Varias lecturas pueden obtenerse de esta clase de movimientos en el mundo del fútbol, cada vez más frecuentes y que han llegado para quedarse.

Por un lado nadie se sonroja por ir a buscar un entrenador en actividad. Nada importa el sismo que produce en la institución que lo tiene contratado y que desde ese vínculo supone tener cierta tranquilidad. Se naturaliza, sobre todo en los clubes grandes, que ante la urgencia de la necesidad y la prepotencia de la historia, todo vale.

Becaccece duró un suspiro en Independiente

Al mismo tiempo, esa búsqueda es el efecto de una causa previa. Sin tiempo para sostener los proyectos, los entrenadores se vuelven aves de paso por los clubes. La histeria del fútbol argentino y la ausencia de resultados en el corto plazo atrofia los vínculos y los disuelve con una facilidad pasmosa. Beccacece o Pizzi ahora, Milito o Lavallén gozando de su presente pero en la cuerda floja hasta hace semanas, pueden dar fe de la picadora de carne sanguinaria de la que aceptaron ser parte, pero que los acercó o directamente los incluyó en poco tiempo, en el índice de la estadística de desocupados.

Ante esa dinámica nociva, surge la rebelión de los entrenadores. Si la norma es el despido de una sola persona, porque según el dicho que rezan los dirigentes: "es más fácil echar a un técnico que a veinte jugadores", la excepción es su partida unilateral sin esperar el naufragio. Es posible debatir respecto a los comportamientos éticos y a los compromisos personales, pero acostumbrados a ser ellos quienes reciben la carta documento del despido, la actitud de Gorosito o Coudet es una más dentro de un espacio en el que las reglas se sostienen o se cambian de acuerdo a las conveniencias del caso. Si pasa en cualquier otro ambiente, porque el del fútbol debería ser la excepción. No hay romanticismo, ni tampoco hipocresía. En un mundo profesional como el del fútbol, dominan las urgencias del mercado. Es cierto que los hombres se definen en la coherencia entre sus palabras y sus actos, entre sus dichos y sus hechos, pero en estos tiempos ese parece un detalle menor.

En simultáneo los propios entrenadores parecen hacer poco por su gremio. Exigir por contrato un plazo mínimo de un campeonato para poder desarrollar su trabajo con cierta calma o establecer un tope máximo de equipos para dirigir en una misma temporada, favoreciendo la rotación, ampliando el mercado y evitando la influencia y el poder de los representantes podría ayudar a la búsqueda de la estabilidad. No parecen ideas fáciles de implementar pero tampoco fomentadas desde adentro.

Debates y juicios de valor al margen porque es imposible ponerse en sus zapatos, Coudet pudo ser el entrenador de la Academia en la aventura de la Copa y Gorosito el que devolviera a Tigre a la élite del fútbol argentino.

Ya no será así. Era demasiado romántico como para creerlo posible. El mundo ideal solo vive en la pasión por los colores. La realidad es otra cosa y el fútbol, forma parte de ella.