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Ramla Ali: la boxeadora que se escondió de su propia familia para convertirse en campeona

La boxeadora Ramla Ali dando un puñetazo a una rival.
Ramla Ali, con casco azul, en el combate que la proclamó campeona inglesa en 2016. Foto: Jan Kruger/Getty Images.

El colectivo del deporte profesional cuenta desde ahora con un nuevo miembro. Ramla Ali ha firmado un contrato con Matchroom, la promotora más importante del Reino Unido y una de las mayores del mundo; de hecho, uno de sus compañeros, que además se ocupará personalmente de gestionar su carrera, será ni más ni menos que Anthony Joshua, el vigente campeón unificado de los pesos pesados. Si los trámites de su licencia se completan según lo previsto probablemente su debut se produzca el próximo octubre.

La noticia, en principio, no tendría que ocupar demasiados titulares en la prensa internacional. A fin de cuentas, ni es la primera ni será la última púgil que protagoniza esta evolución en su carrera (si bien, a los 31 años, llega un poco tarde para lo que suele ser habitual). Pero el caso de Ali es especialmente relevante por la tremenda historia de superación que trae detrás.

Porque los del ring no son, ni mucho menos, los primeros golpes que se ha llevado Ramla. Aunque ahora reside en Londres, es natural de Mogadiscio, la capital de Somalia. Este país de unos 12 millones de habitantes (o eso se estima, puesto que no hay censos oficiales desde 1975) es uno de los más castigados de África por todo tipo de calamidades: sequía, hambrunas, plagas, pobreza extrema, colonialismo, fundamentalismo religioso, inestabilidad política y una guerra civil que estalló en 1991 y que nunca se ha terminado de cerrar convierten a este estado fallido en uno de los lugares más hostiles del mundo.

Siendo Ramla apenas un bebé, una bomba cayó cerca de su casa y mató a su hermano mayor, de 12 años, que estaba jugando fuera. Su padre y su tío, cuenta The Guardian, intentaron por todos los medios salvarle, pero entre que las carreteras estaban en un estado lamentable y que todos los hospitales que encontraron estaban destruidos o abandonados, no pudieron evitar el desenlace trágico. Eso fue lo que convenció a la familia Ali, que antes del conflicto se manejaba relativamente bien (eran propietarios de un comercio), de que la mejor opción de supervivencia era huir.

Entre balazos, los padres y los seis hijos supervivientes dejaron atrás a toda velocidad su domicilio y todas sus pertenencias. Con las prisas no pudieron recuperar ni sus documentos, por lo que la boxeadora ni siquiera conoce la fecha exacta de su nacimiento. Tras un viaje de nueve días en un barco abarrotado (“cabían 200 personas pero íbamos unos 500, muchos murieron de hambre por el camino”) llegaron al campo de refugiados de Mombasa, en Kenia, la nación vecina al sur; allí permanecieron hasta que tuvieron la oportunidad de tomar el camino de la vieja Europa, como tantos otros compatriotas.

Una vez en Inglaterra, al menos los Ali podían buscarse la vida sin miedo a que otra explosión se la volviera a destrozar. Pero la adaptación no fue sencilla; nunca lo es para alguien que se ve obligado a cambiarlo absolutamente todo por causas tan duras. Ramla llegó de pequeña, así que por lo menos pudo aprender el idioma de su lugar de acogida sin mayores dificultades, pero aun así no se libró de burlas y discriminación en el colegio, entre otros motivos, porque sufría de sobrepeso.

Para remediarlo, a sugerencia de su propia madre, optó por lo que haríamos casi todos: apuntarse a un gimnasio. Probó una clase de lo que los británicos llaman boxercise: sesiones de ejercicio físico basados en la técnica y los golpes del boxeo, aunque sin llegar a involucrarse en combates. Y le gustó. Tanto, que siguió yendo con la regularidad suficiente como para bajar de peso y plantearse pasarse al boxeo real. Buscó escuelas especializadas, en las que, asegura, se sentía muy bien: “lo que más me gustaba es que en el gimnasio de boxeo todo el mundo es igual. Te respetan. A los 13 años no te das mucha cuenta, pero allí estaba haciendo amigos”.

Al principio no pensaba en competir, solo iba para perder peso y divertirse, hasta que un entrenador notó su talento y la puso a pelear más en serio cuando tenía 18 años. Pero aquí surgía otro problema. Como casi todo el mundo en Somalia, los Ali son musulmanes suníes muy estrictos. De hecho, su padre es un imán, uno de los líderes religiosos de este colectivo. Bajo su mentalidad, calzarse unos guantes y dar puñetazos no es una actividad bien vista para una mujer, por muy occidentalizada que esté. La joven peleadora, sin embargo, no quería resignarse a que Alá se interpusiera en su camino.

“No se lo contaba a mis padres, sabía que no lo iban a entender. Me dirían que es un deporte de hombres, que una chica musulmana no lo debería hacer. Sabía que intentarían que parara”, explicó a la BBC. Así que lo que hacía cuando la veían irse con ropa deportiva era decirles que simplemente salía a correr. Y las veces que volvía a casa con golpes en la cara, los disimulaba con gafas de sol y una gorra. Únicamente podía contar con la complicidad de un hermano menor.

Alguna vez, de hecho, fue imposible disimularlo, así que su familia le hacía prometer que lo iba a dejar... aunque ella seguía boxeando en secreto. Con esa estratagema fue progresando durante años hasta el punto de que, en 2016, llegó a proclamarse campeona inglesa y británica amateur en peso pluma, hasta 54 kilos. El mismo día del combate, que nadie de su familia fue a ver (porque ni siquiera lo sabían), tuvo que poner en su casa esa excusa de la carrera.

Ganó cierta fama, sobre todo entre la comunidad somalí en Inglaterra, que la apoyaba por verla como una muy digna representante de su pueblo y contribuir a cambiar la mala imagen internacional que todavía tiene. Fruto de este éxito, en 2018 concedió una entrevista para la televisión africana y su tío la vio; él intercedió ante sus padres, así que a los Ali no les quedó otra que aceptar la situación. De hecho hoy su propia madre es uno de sus principales apoyos: “La única razón por la que quería que lo dejara era por temor a la reacción de la comunidad, pero ahora que ha visto que al resto de somalíes le parece bien, ella también ha aceptado que pelee”.

Además, Ramla se casó con su entrenador, Richard Moore, quien se convirtió también en el jefe técnico de la federación somalí de boxeo. Y un año después de ganar el título, decidió competir representando no al Reino Unido sino a su Somalia natal. Bajo la bandera azul con la estrella blanca esperaba ir a los Juegos de Tokio, convirtiéndose en la primera boxeadora olímpica de esta nacionalidad. “Sería un gran honor, porque mi madre y mi familia estarían muy orgullosos”.

La cancelación de la edición de 2020 y la incertidumbre sobre si el coronavirus permitirá competir el año que viene ha llevado a la peleadora a animarse ahora a firmar el contrato. Estaba posponiendo el avance porque la normativa olímpica exige a los participantes en esta disciplina que sean aficionados, prohibiendo expresamente el profesionalismo. “El sueño olímpico está todavía ahí, pero me emociona empezar mi camino en la élite”. Su ambición ahora es convertirse en la primera somalí campeona mundial.

Hoy Ramla es una boxeadora consolidada, forma parte del repertorio de atletas de Nike, ha llegado a trabajar como modelo, se está estudiando hacer una película sobre ella, e incluso fue una de las 15 mujeres que Meghan Markle eligió para sacar en portada cuando la invitaron a ser editora de un número especial de la revista Vogue. El mundo le sonríe y de cara al futuro, aunque todavía le esperan muchos esfuerzos y sacrificios, las perspectivas son optimistas. Después de tantos malos tragos, no cabe duda de que se merece esta recompensa.

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