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La nueva moda: echar a entrenadores que no pueden entrenar

VALENCIA, SPAIN - JANUARY 25: (L-R) coach Quique Setien of FC Barcelona, Coach Albert Celades of Valencia CF  during the La Liga Santander  match between Valencia v FC Barcelona at the Estadio de Mestalla on January 25, 2020 in Valencia Spain (Photo by David S. Bustamante/Soccrates/Getty Images)
Photo by David S. Bustamante/Soccrates/Getty Images

A Quique Setién lo trajeron en enero para revolucionar al Barcelona. No era empresa pequeña pero quizá sí necesaria. Hacía años que el equipo no jugaba a nada y se limitaba a correr hacia atrás cuando el equipo contrario apretaba -y ni siquiera hacía falta que fuera el Liverpool- y contraatacar cuando Messi o Suárez encontraban espacios y estaban los dos sanos. Hacía falta un método porque el Barcelona, desde 1988, ha sido el equipo metódico por excelencia, el de la narrativa. Como decía Manuel Jabois, un equipo que no solo te gana sino que además luego te lo explica.

Ahora bien, una revolución necesita tiempo. Y trabajo. Y un enorme poder de persuasión. Al mes y medio, aún líderes de la competición, cualquier amago revolucionario se fue al traste: no es que el equipo hubiera mejorado mucho en seis semanas, pero quedó claro que no iba a mejorar más. ¿Por la hostilidad de los jugadores más veteranos? No, por una pandemia global que impidió a Setién y al resto de entrenadores hacer su trabajo durante dos meses, después se lo permitió a medias (entrenamientos físicos separados, un poco de pase de balón en grupos de cinco, de siete...) y que ahora, calendario comprimido, hace imposible practicar nada porque hay partido cada tres días exactos.

Lo normal en estas circunstancias sería asumir la excepcionalidad y no pedir responsabilidades, es decir, no culpar al entrenador de que un equipo no está bien entrenado cuando de hecho no ha tenido posibilidad de hacerlo. Sin embargo, estamos viendo lo contrario y no solo con Setién, que, al menos, mantiene su puesto de trabajo. También en Barcelona, cuando el Espanyol empezó a hundirse en los puestos de descenso, decidieron llamar a Abelardo, sin equipo tras unos años exitosos en el Alavés. Los primeros partidos fueron esperanzadores. Los siguientes, no tanto. En cualquier caso, pasó lo que ya sabemos: a las ocho semanas de convivencia, parón. Se acabó el hacer grupo, se acabó el interiorizar sistemas, jugadas, posiciones... Charlas por Zoom y poco más. A la vuelta, tras tres jornadas, despedido.

Es de lo más curioso que se fiche a un entrenador para “cambiar el rumbo” de un equipo y se le pida que lo haga online. Con los técnicos siempre se ha tenido muy poca paciencia pero esto ya tiene un punto cómico: se está despidiendo a entrenadores que no han podido entrenar y que siguen sin poder hacerlo. A veces, los presidentes se parecen a esos aficionados que van cambiando de emisora en medio de un partido a ver si así su equipo marca un gol. No es ya que no haya proyecto, es que no hay ni lógica: es un mero tirar los dados e ir cambiando de mano a ver si me sale un cinco y puedo salir de casa.

Abelardo, Celades, Rubí, los cuestionados Garitano y Setién... Guti, Martí y Torres en Segunda División... los entrenadores siguen cayendo como moscas justo cuando su trabajo es imposible. En la mayoría de los casos, hablamos de técnicos que llegaron a mitad de año y que apenas han tratado a los jugadores, o de técnicos que están en su primera temporada y cuya situación, en ese sentido, es similar. Cuando se acusa a Setién de no cumplir su promesa de “jugar como Cruyff”, no solo se obvia que algunas promesas son más deseos que otra cosa -a todos nos gustaría “jugar como Messi”, simplemente no somos Messi- sino el hecho de que solo intentar jugar como Cruyff requiere al menos de los dos años que tardó el holandés en poner en orden aquel vestuario y conseguir que los jugadores interiorizaran su sistema.

Insinuar que Abelardo “no ha sido el revulsivo esperado” es negar que no ha tenido la opción de serlo, lesiones de Raúl de Tomás aparte. Por supuesto, la liga sigue, a todo trapo, y los equipos tienen rachas horribles y fabulosas. El Villarreal puede acabar en Champions y la Real fuera incluso de la Europa League. Incluso un equipo pétreo, con un entrenador consolidado, como el Getafe, está sufriendo mucho en este regreso “express” a la competición. Son equipos muy trabajados, con dinámicas que van muy por encima de la calidad individual y que necesitan de horas de entrenamiento y preparación física para rendir al cien por cien. Durante dos meses, como el resto de los españoles, los jugadores se han pasado el día jugando a la Play y viendo Teledeporte.

¿Por qué, entonces, algunas historias salen bien? ¿Por qué, entonces, no solo el Villarreal, sino el Real Madrid o el Atlético? Porque esto es un juego. Sé que resulta complicado entenderlo, pero es un juego. Ahora, más que nunca. Y Zidane y Simeone son dos genios de la adaptación. Dos supervivientes con un pedazo de plantilla y a los que nadie pide que revolucionen nada, al contrario. Mejor no tocar nada. Eso es de un mérito extraordinario pero no veo dónde está el demérito de los demás. El fútbol -esperemos- no va a ser siempre así. Quizá un año más, pero luego aspiramos a lo de antes. ¿Para qué fichaste en diciembre o en enero a alguien a quien echas por capricho, sin conocer su trabajo? Las temporadas son maratones y, ¿qué vamos a hacer, llenarlo todo de velocistas?

Antes, al menos, los presidentes tenían la excusa del público. Las pañoladas, los abucheos, los silbidos. Ahora, ni eso. Ahora, que solo existen píxeles y grabaciones, no hay un pueblo al que agradar, solo capricho. Viven en un mundo de recompensas inmediatas y cuando no las obtienen desinstalan la aplicación o cierran la cuenta. O dejan a alguien sin trabajo. Un trabajo que no ha podido hacer en ningún momento. Y nadie dice nada, claro, solo faltaría.

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