Que sigan mofándose de Víctor Sánchez del Amo

Víctor Sánchez del Amo atraviesa uno de los momentos más difíciles. (Aitor Alcalde Colomer/Getty Images)
Víctor Sánchez del Amo atraviesa uno de los momentos más difíciles. (Aitor Alcalde Colomer/Getty Images)

La vida de Víctor Sánchez del Amo ya no volverá a ser la misma. El estigma del vídeo de contenido sexual que se ha filtrado le perseguirá incluso cuando el tiempo cure las heridas. No son difíciles de predecir las lindezas que saldrán de los graderíos de los estadios de fútbol donde su equipo jugará de visitante porque, tarde o temprano, volverá a sentarse en los banquillos. Así es España, un lugar precioso, como afirma Paco Jémez, pero lleno de insensatos (por suavizar sus palabras). Los agravios no se reducirán al territorio nacional, también sucederán en el extranjero, ya que la noticia ha trascendido irremediablemente. Víctor tendrá que vivir con ello durante el resto de su existencia, porque siempre habrá miradas, comentarios por lo bajini y, por supuesto, interacciones en redes sociales, ese lugar en el que se puede excretar en público sin necesidad de pedir disculpas.

Es allí donde se están concentrando gran parte de las mofas que está viviendo un Sánchez del Amo suspendido como entrenador del Málaga y que también está siendo objeto de la solidaridad que están mostrando periodistas deportivos, compañeros de profesión, dirigentes, la plantilla al completo a la que entrenaba e incluso de su mujer, víctima colateral de una filtración ilegal, vergonzosa y peligrosa.

Compartir contenido íntimo es anticonstitucional y está penado en el Código Penal (artículo 197.7) con una pena de prisión de entre tres meses y un año -o una multa de seis a doce meses- siempre que alguien, “sin autorización de la persona afectada, difunda, revele o ceda a terceros imágenes o grabaciones audiovisuales de aquella que hubiera obtenido con su anuencia en un domicilio o en cualquier otro lugar fuera del alcance de la mirada de terceros”. Las terceras personas que comparten material íntimo pueden pasar hasta tres años en prisión. Ellos son los que multiplican un daño de consecuencias impredecibles.

Olvido Hormigos pasó de ser concejala destituida a estrella de la TV.  (Jorge Rey/Getty Images)
Olvido Hormigos pasó de ser concejala destituida a estrella de la TV. (Jorge Rey/Getty Images)

La ley se adaptó a los nuevos tiempos a raíz de un vídeo íntimo de Olvido Hormigos, una concejala que vivió una situación similar en 2012. Perdió su trabajo y fue sometida al escrutinio social con portadas en medios de comunicación y todo tipo de comentarios. Lo superó, pero no todo el mundo tiene una fortaleza tal. Verónica Rubio, antigua empleada de Iveco sufrió un ataque de ansiedad en mayo de 2019 cuando un antiguo vídeo de contenido sexual se difundió entre los más de dos mil compañeros de su empresa. Las imágenes llegaron a su marido y ella acabó quitándose la vida.

Este tipo de situaciones generan unos niveles de estrés desconocidos para los que los sufren. La intimidad es sagrada y su vulneración expone a las víctimas enormemente. Formar parte del circo puede ser ilegal y, como poco, una irresponsabilidad. Desde aquél que edita el perfil de Sánchez del Amo en Wikipedia, o el que envía mensajes sus colegas con la voz de Google Home leyendo una de las burlas a los que generan memes e incluso derrapan en directo, como el caso del célebre periodista deportivo, Maldini, quien hizo gestos obscenos a costa del suspendido entrenador del Málaga.

Esto es bullying en toda regla, niñatadas más propias de gente inconsciente y cobarde. Ninguna desgracia merece ser objeto de burla, se conozca o no a la persona, se haga de cara o escondido tras la pantalla de una computadora, de un celular, en público o en privado. Contribuir al sufrimiento de la víctima ultrajada es parte del problema y se reduce a una cuestión muy sencilla y demasiado básica: “¿Te gustaría que te pasara a ti?”. El asunto no es liviano y según cuán sea la fortaleza del perjudicado de la intrusión, la situación puede llevar a unos u otros derroteros. Hay antecedentes que demuestran que hay quien no es capaz de controlar tal presión y, dejando el aspecto moral de lado, no estaría de más realizar un ejercicio de empatía y enterarse de una vez por todas que las redes sociales no son una broma, que el cachondeo se puede tornar en desgracia con la rapidez de un chasquido. ¿Dónde se metieron los graciosos que primero cuchicheaban y luego se enteraron de la fatalidad de Verónica Rubio?

No está de más tomar conciencia de que nuestros actos tienen consecuencias, y que la existencia de decenas de miles de personas mofándose de alguien a quien han robado su intimidad es de todo menos agradable.

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