Bajo mucha presión, sólo sale bien aquello que está automatizado

Santiago Lange y Cecilia Carranza Saroli, una esperanza de la delegación argentina en los Juegos Olímpicos de Tokio
Santiago Lange y Cecilia Carranza Saroli, una esperanza de la delegación argentina en los Juegos Olímpicos de Tokio

RAGUSA, Sicilia.– Falta poco más de 40 días para la primera regata de los Juegos Olímpicos de Tokio. Venimos de una larga preparación. Desde 2017, he navegado con Cecilia Carranza 200 días al año. Hace un año, con el equipo concentrado, entramos en una fase de entrenamiento intensivo. “Bajo mucha presión, solo sale bien aquello que está automatizado”, escribió el psicólogo especializado en deporte Pep Marí. Por eso, en verdad los Juegos no se desarrollan cada cuatro años, sino cada día.

A medida que se acerca la competencia empezamos a disfrutar de la presión que aparece cuando, en medio de una enorme expectativa, llega la hora de la verdad. Es un momento de emociones lindas, en el que se acerca la posibilidad de cumplir un gran sueño. En relación al tiempo que venimos entrenándonos, 40 días son nada. Sin embargo, durante las próximas semanas debemos tomar decisiones que tendrán un gran impacto en nuestra performance.

Desde junio del año pasado compartimos los entrenamientos con los equipos de Inglaterra, Austria e Italia. Entrenarse a diario con los mejores del mundo supone un ritmo y una presión muy fuertes. Durante todo este tiempo nuestro equipo vivió concentrado en la misma casa. En verdad, más que una casa parece un vestuario, porque Tokio está siempre en nuestras mentes. Es raro que, cuando nos sentamos a una mesa, hablemos de una cosa que no sea el mástil que hemos probado ese día o el modo en que hemos aprovechado tal o cual racha de viento.

Santiago Lange y Cecilia Carranza Saroli, con las ilusiones intactas rumbo a unos nuevos Juegos Olímpicos.
Santiago Lange y Cecilia Carranza Saroli, con las ilusiones intactas rumbo a unos nuevos Juegos Olímpicos.


Santiago Lange y Cecilia Carranza Saroli, con las ilusiones intactas rumbo a unos nuevos Juegos Olímpicos.

Nuestros días han sido largos. Nos levantamos temprano y hacemos media hora de visualización con Daniel Espina, nuestro entrenador de yoga, figura clave del equipo. Después de desayunar, vamos al mar. Tratamos de llegar una hora y media antes de la hora acordada, para cambiarnos y preparar el barco a conciencia. Desde el mediodía, navegamos unas tres o cuatro horas, en una suerte de competencia de velocidad con los otros equipos. Después de comer algo, yo hago al menos una hora de bicicleta. Luego, si me da la energía, hacemos media hora de yoga con Dani, y después, una hora de charla técnica en la que repasamos las alternativas de la jornada. Terminamos el día a las diez de la noche, agotados, pero con la ilusión de seguir mejorando al día siguiente.

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Mañana abandonamos esta rutina y entramos en una nueva fase de nuestra ruta hacia Tokio. En los días que vienen tendremos que terminar el armado definitivo del barco con el que vamos a correr. Se trata de una decisión clave y para nada sencilla. Durante este año hemos preseleccionado cuatro velas mayores, dos mástiles, tres foques, cuatro timones y cuatro orzas, entre otros elementos. Las combinaciones posibles son muchas y se trata de dar con aquella que navega más rápidamente. La elección de los materiales puede sellar, para bien o para mal, el destino de la campaña olímpica. Luego de elegir aquellos componentes que configuran el barco más rápido tenemos que hacerlo andar rápido nosotros. Es decir, tenemos que aprender a conocerlo en detalle, para que deportivamente podamos sacar lo mejor de él.

A Tokio, ocho días antes de la competencia

Por la pandemia, solo podremos viajar a Japón el 15 de julio, apenas ocho días antes del inicio de la competencia. En los pasados Juegos nos instalamos en Río nueve meses antes y ese fue uno de los pilares de nuestra preparación. Esta vez todo será muy difícil de predecir, y por eso, fascinante. De cualquier modo, una parte de nosotros ya está allí. Nuestra casa está llena de imágenes del imponente Monte Fuji, que se puede ver desde la bahía de Enoshima, donde se harán las competencias de vela.

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Soledad Aznarez


Lange está preparándose en Ragusa, Italia. (Soledad Aznarez/)

Dentro de diez días viajamos a Barcelona, donde vamos a entrenarnos con Mateo Majdalani y Eugenia Bosco, un equipo argentino de alto nivel internacional. Con ellos vamos a pulir detalles del manejo del barco, en ejercicios específicos que simulan situaciones difíciles que pueden darse en Japón.

En la bahía de Enoshima podemos esperar tres tipos de condiciones: mar plano y poco viento, cuando sopla desde tierra; viento térmico similar al del Sudeste de verano en Mar del Plata, con olas grandes, y, como estamos en época de tifones, vientos de pretifón o postifón, con olas muy grandes (si hay tifón, no se corre, porque hay un límite máximo de intensidad del viento). Aunque quizá no seamos a priori los mejores en ninguna de estas tres condiciones, sí tenemos potencial de andar bien en todas ellas, y por eso nos sentimos más cómodos con un menú variado.

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Lo que me da mucha confianza es que detrás de nosotros hay un gran equipo. Lo completan los entrenadores Juan de la Fuente y Mariano Parada; Fernanda Sesto en la logística; la meteoróloga Elena Cristofori; Gaby Lemme y Pampa Ferrari en la preparación física, y Martín Mangiaterra, kinesiólogo. Juanjo Grande, psicólogo, nos ha ayudado en momentos difíciles. Juntos hemos superado los sacrificios de una concentración muy larga, con la familia y los afectos lejos. Somos un equipo convencido de que puede estar entre los mejores y trabajamos duro para mostrarlo en Tokio. Mi gratitud a este grupo, que estoy orgulloso de integrar. Sin él, Cecilia y yo no podríamos lanzarnos a la aventura de competir para alcanzar un nuevo sueño.