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Una pareja de informantes que huyeron de Rusia vive muy a gusto en los suburbios estadounidenses

Vitaly y Yuliya Stepanov se preparan para sentarse a comer con su hijo Robert, de 6 años, en su hogar ubicado en un lugar desconocido de Estados Unidos, el 14 de diciembre de 2019. (The New York Times)
El niño y sus padres se han adaptado muy bien al lugar. (Foto: The New York Times).

Un sábado de diciembre, compitieron en una serie de carreras festivas en las que algunos corredores vestían pijamas de una pieza de reno. Más tarde, se detuvieron en una tienda de todo por un dólar para comprar regalos secretos y luego los pusieron a escondidas en el porche de un vecino.

Esa noche, asistieron a un desfile navideño en el que Santa saludaba a los espectadores desde el interior de un camión de bomberos y algunos niños exploradores repartían bastones de caramelo. La madre y el pequeño de 6 años posaron para varias fotos frente a un enorme Bob Esponja inflable.

“Somos como cualquier otra familia estadounidense de clase media”, comentó Vitaly Stepanov sobre la vida que lleva con su esposa, Yuliya, y su pequeño hijo, Robert. “Bueno, salvo por la parte de que somos informantes”.

Ah, claro. Eso. Los Stepanov, en realidad, no son una familia nada normal: Yuliya, de 33 años, en algún momento fue de las mejores corredoras de media distancia del equipo nacional de Rusia. Vitaly, de 37 años, trabajaba para la Agencia Antidopaje Rusa. Pero ahora que viven en Estados Unidos, hacen todo lo posible por pasar desapercibidos en una ciudad que prefieren no identificar.

Su pasado es un tanto complicado.

Los Stepanov fueron los informantes que denunciaron por primera vez el amplio programa de dopaje de Rusia patrocinado por el Estado, justo antes de los Juegos Olímpicos de Verano de 2016. La información que proporcionaron, incluidas grabaciones secretas que Yuliya obtuvo de entrenadores y atletas, provocó que se le prohibiera a Rusia participar en las competencias de pista y campo de esos juegos en Río de Janeiro. También facilitó que Grigory Rodchenkov, exdirector del laboratorio antidopaje de Moscú, diera a conocer cómo ayudó a ocultar las pruebas fallidas de atletas rusos durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Sochi, Rusia.

Las consecuencias de ambas revelaciones todavía se sienten en nuestros días. Los constantes esfuerzos de Rusia para ocultar el escándalo dieron pie hace poco a que se le prohibiera, de manera más estricta, participar en deportes internacionales.

“Como informantes, nunca imaginamos que las cosas podrían llegar tan lejos, y es surreal que los tramposos no serán bienvenidos en los Juegos Olímpicos”, dijo Vitaly. “Por fin, después de tantas acciones a medias, se ha hecho algo real para castigar a Rusia”.

Claro que los Stepanov también tuvieron que pagar el precio. En 2014, dos días antes de que se televisara un documental alemán en el que hablaban sobre las acusaciones de dopaje, la pareja abandonó Rusia con cuatro maletas y su pequeño hijo. Se mudaron a Alemania, con un futuro incierto.

Desde entonces, los antiguos compañeros de equipo de Yuliya los han calificado de traidores y el presidente ruso, Vladimir Putin, la ha llamado “Judas”. Por su parte, los Stepanov se mudaron a Estados Unidos en 2015 basados en la promesa de un trabajo que nunca se materializó y, al año siguiente, solicitaron asilo para permanecer en el país. Esa solicitud todavía está en trámite.

Por ahora, después de al menos seis mudanzas desde su salida de Rusia, se encuentran en una especie de limbo para apátridas. Según dos personas familiarizadas con la situación, han cooperado con las autoridades encargadas de investigar cargos de fraude y conspiración relacionados con el dopaje en Rusia. Las dos personas se negaron a dar sus nombres porque no cuentan con autorización para hablar públicamente sobre el asunto.

Robert celebró su sexto cumpleaños con varios amigos en un parque de camas elásticas y dijo que quiere ser zoólogo para ayudar a los animales, como su pez mascota, Racer.

Sus padres comentaron que llevan una vida agradable.

“Aquí me siento en casa y soy feliz; cada mañana me despierto con mi familia y tengo esta magnífica vista”, señaló Yuliya en su cocina, desde donde podía ver a más de diez venados a unos cuantos metros del porche trasero de su casa. “Siento que mi destino era terminar aquí”.

Aunque dejó la mayoría de sus posesiones en Rusia cuando huyó con Vitaly para salvar su vida, lo que sí trae a cuestas es el profundo pesar de su supuesta traición. Comenzó en su infancia. Relató que su padre, quien murió víctima de cáncer cuando ella tenía 27 años, solía golpearla, al igual que a su madre y sus dos hermanas, y regañarla por soñar con los Juegos Olímpicos. En vez de dedicarse a los deportes, quería que trabajara en su negocio de cultivo de papas.

Sus entrenadores le dieron la espalda cuando se le impuso una prohibición de dos años por dar valores sanguíneos que eran una clara indicación de dopaje. Sus compañeros de equipo, incluso su mejor amiga, se negaron a apoyarla y luchar contra el dopaje del equipo. Comentó que, para cuando llegó a Estados Unidos, había cortado relaciones con casi todos sus conocidos, con excepción de su familia. Admitió que es muy cautelosa para entablar relaciones con nuevas amistades.

Los Stepanov afirmaron que sobreviven gracias a convenios financieros con el Comité Olímpico Internacional. Vitaly trabaja como consultor y se reúne con el presidente de ese comité, Thomas Bach, y algunos de los funcionarios olímpicos a quienes enfrentó en 2016 cuando intentó, sin ningún éxito, que le permitieran a Yuliya competir en los juegos de Río. Yuliya recibe una beca que ofrece el Comité Olímpico Internacional como apoyo financiero a atletas que entrenan para los Juegos Olímpicos. Cubre los gastos de su entrenamiento, aunque es muy poco probable que llegue a tener la oportunidad de correr en los juegos.

A pesar de que tienen buenos ingresos (mucho más de los 18.000 dólares al año que Vitaly calcula que estaría ganando en la Agencia Antidopaje Rusa), los Stepanov viven con frugalidad. Según dijeron, compraron la mayoría de sus muebles en Craigslist o los recibieron de benefactores locales. La tienda favorita de Yuliya es Ross Dress for Less y conduce un Ford Escape modelo 2012 cuyo odómetro marca casi 300.000 kilómetros. El menú de pizza que prefieren para la cena es el especial de 5,99 dólares de Domino’s.

Vitaly, que cursó preparatoria y parte de la universidad en Estados Unidos, ha obtenido dos grados en línea (espera trabajar en los deportes olímpicos algún día), y Yuliya también asistió a la escuela por un tiempo. Se inscribió para estudiar inglés, pero le pareció más fácil aprender vocabulario en las películas subtituladas. Sus favoritas son las de Harry Potter. Claro que nunca pensó que necesitaría saber hablar inglés.

Una de las contadas personas con quien Yuliya y Vitaly hablan con regularidad es Patrick Magyar, antiguo vicepresidente de la Liga de Diamante, la prestigiosa serie de eventos globales de atletismo. Se convirtió en su asesor no oficial en 2014, poco después de su salida de Rusia, y ahora hablan cada semana. Magyar, quien se retiró de los deportes en 2017, ayuda a Yuliya con su entrenamiento y a ambos con ideas para adaptarse a su nueva vida.

Magyar no ha perdido la esperanza de que Yuliya participe en los Juegos Olímpicos. Dijo que, a pesar de que ha sufrido lesiones en las temporadas recientes, tiene una resistencia que no había visto antes, tanto en la pista como fuera de ella.

“La fortaleza mental de esa mujer es absolutamente inigualable, y no es normal que Yuliya renuncie a algo, aunque todo esté en su contra”, dijo Magyar en una entrevista telefónica. “No obstante, independientemente de lo que suceda, va a estar muy pero muy bien y Vitaly es un tipo superinteligente. Si tan solo estuvieran seguros de que podrán quedarse en Estados Unidos, sus vidas estarían resueltas”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2019 The New York Times Company