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OPINIÓN: En defensa de Diego Pablo Simeone

Diego Pablo Simeone, durante una rueda de prensa. EFE/Rodrigo Jiménez.
Diego Pablo Simeone, durante una rueda de prensa. EFE/Rodrigo Jiménez.

El Atlético de Madrid acaba de caer eliminado de la Copa del Rey, tras perder en cuartos de final contra el Sevilla tanto en la ida en el Wanda Metropolitano como en la vuelta en el Sánchez Pizjuán. A esto se le suma un empate contra el a priori inferior Girona en el último partido de Liga que ha aumentado a 11 puntos la distancia con el Barcelona, actual líder de la competición, y hace casi imposible la conquista del título. Antes de Navidad el equipo ya se vio fuera de la Champions, y a partir de febrero tendrá que conformarse con la Europa League.

Ante el panorama no son pocos los que se apresuran a cargar todas las culpas sobre el entrenador del equipo, el argentino Diego Pablo Simeone. Le acusan de estar desaprovechando el talento de la plantilla, de ofrecer un juego rácano y nada vistoso, de obsesionarse con defender incluso contra rivales menores. Le auguran otro año sin campeonatos, y los más osados hasta hablan de “fin de ciclo” y creen que su destino a corto o medio plazo está lejos del estadio colchonero.

Nada nuevo bajo el sol. A Simeone, el único entrenador capaz de discutirle a Luis Aragonés el honor de ser el mejor de la historia del Atleti, llevan queriendo echarle desde que, al poco tiempo de llegar allá por las navidades de 2011, se vio que sus métodos eran efectivos. En todo este tiempo la rumorología ha sido incesante, le ha colocado en mil y un banquillos, incluso de países cuyo idioma no domina. Que renueve su contrato una y otra vez, el vigente dura hasta 2020, y que nunca haya insinuado nada remotamente similar a que pretenda irse, parecen detalles secundarios cuando hablamos del hombre que, a día de hoy, más tiempo lleva ininterrumpidamente al frente de un equipo de la élite española.

Pero es que además no ha lugar. Ni él ha dado indicios de que quiera cambiar de aires, ni existen motivos objetivos para que los colchoneros prescindan de él (aunque con la dirigencia que sufre el club desde hace ya 30 años, incompetente y delincuente a partes iguales, no se puede dar nada por sentado). Pese a la decepción de la Copa (en la que se ha perdido, no lo olvidemos, contra un equipo que sí que sigue adelante en Champions, no contra un Segunda B ni nada parecido), el Atlético de Madrid es a día de hoy mejor que otros 18 de la Primera División, solo por detrás de un Barcelona al que no hay quien tosa este año. Y si bien los rojiblancos han quedado relegados a la competición internacional secundaria, en ella son unos colosos con posibilidades razonables de alzar el trofeo en la final de Lyon. No sería la primera vez, y las de Hamburgo y Bucarest bien que se celebraron.

Visto queda que la situación deportiva no es nada mala, pese al bache de esta última semana que cualquiera puede sufrir (sin ir más lejos, todo un doble campeón de Europa y vigente campeón de Liga como el Real Madrid acumula ya cinco derrotas en lo que va de curso y, con un partido menos, deambula ocho puntos por debajo en la clasificación). La acusación recurrente, que se lanza en muchos medios de comunicación y que ha calado en las hinchadas rivales pero, sorprendentemente, también en buena parte de la grada atlética, es que el equipo juega “mal”. No “feo”, no: “mal”. Por lo visto, incluso entre los oponentes más feroces se ha impuesto la idea de que no hay más que un estilo aceptable, que tiende a identificarse con gurús como Guardiola y Xavi Hernández, y que todo lo que salga de ahí es incorrecto… aunque funcione. Los adalides de la estética se empeñan en considerar “malo” el fútbol de un equipo que en 20 jornadas lleva 43 puntos, ha perdido un único partido y solo ha encajado 9 goles. Debe de ser que han cambiado el reglamento y ahora lo que importa no es acabar por delante en el marcador, sino hacer filigranas en césped corto.

Simeone da órdenes a sus jugadores durante el partido contra el Girona. AP Photo/Francisco Seco.
Simeone da órdenes a sus jugadores durante el partido contra el Girona. AP Photo/Francisco Seco.

No les entra en la cabeza a los odiadores de guardia que Simeone, aunque a veces se equivoque como cualquier ser humano, hace rendir al equipo muy por encima de sus posibilidades, y que su gestión es un milagro continuado que dura ya seis años. Se ríen y consideran una excusa barata la diferencia presupuestaria con respecto a los transatlánticos con los que el Atleti actual compite, pero no son capaces de decir que sea mentira. Y sí, tanta diferencia hay entre los rojiblancos y los dos de siempre, por arriba, como con los demás, por abajo. Por eso, precisamente por eso, va segundo en la tabla (y, en condiciones normales, iría tercero): porque es objetivamente inferior a dos, pero superior a otros diecisiete. Y por eso, precisamente por eso, el Atleti (casi) siempre es capaz de llegar lejos en los torneos que disputa, pero raramente se impondrá en alguno. La exigencia del Atleti nunca ha sido ganar, sino competir hasta el final.

Esto, que lleva siendo así toda la vida, no se cumplió durante 15 largos años en los que el tercer club de España solo fue capaz de levantar una copa, la Europa League de Quique, y hasta visitó la Segunda División. La gestión de Gil padre e hijo y de Cerezo, es público y notorio, siempre ha sido calamitosa para los intereses del Atlético (no para los de su propio bolsillo, cada vez más frondoso). No hacen más que ponerle palos en las ruedas al Cholo; el despropósito más reciente es el de la sanción que impidió reforzarse en verano, consecuencia de otra negligencia más de los mandamases, pero es significativo el hecho de que de la plantilla campeona en la hazaña de 2014, hace solo tres años y medio, apenas queden siete jugadores (y porque dos de ellos, Costa y Filipe, se fueron y regresaron).

Simeone recibió en su momento un Atlético recién eliminado por el Albacete, entonces en Segunda B, y más cerca del descenso que de las plazas de clasificación a Europa. Desde entonces, ha conseguido cinco títulos y ha rozado hasta en dos ocasiones la gloria continental, lo máximo a lo que un equipo español puede aspirar. En cualquier otro sitio le harían un contrato vitalicio y, aceptando la crítica legítima a la que todos estamos sometidos, pedir su cabeza sería motivo de excomunión. En el lado rojiblanco de la capital hay quien cree que estaría mejor sin él. La afición del Atlético de Madrid, a la que han vendido que es la mejor del mundo, tiene estas cosas.

No, ni se debe hablar de fracaso este año ni el Atlético debería plantearse, ni por un momento, deshacerse de Simeone ahora. Otra cosa es que a él se le terminaran de hinchar las narices con tanto menosprecio y optara por cerrar la puerta por fuera. Quién sabe, esto es fútbol, la lógica es un bien escaso y predecir el futuro, una tarea inútil. Pretendientes no le faltan, empezando por la selección argentina que desde hace tiempo suspira por él, acabando por casi cualquier equipo grande del Viejo Continente. Lo que la grada colchonera debería tener claro es que esta situación sería una catástrofe, puesto que, a día de hoy, no existe el técnico capaz de recoger su testigo con garantías no ya de éxito, sino de siquiera mantener lo logrado.

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