Opinión: En dos llamadas telefónicas, aprendí quién realmente importa en Nueva York

MI PROGRAMA DE TELEVISIÓN ES UN LUGAR MUY SEGURO PARA TRABAJAR. LA ESCUELA DE MI HIJO —BUENO, ES POSIBLE QUE VERIFIQUE LA CIRCULACIÓN DEL AIRE CON UNA VARA PARA MEDIR Y PAPEL HIGIÉNICO.

Este verano, participé en dos llamadas telefónicas consecutivas sobre el regreso a algo parecido a la normalidad en la ciudad de Nueva York, que para mí significa volver a trabajar en un programa de televisión y enviar a Max, mi hijo de 9 años, de regreso a la escuela.

Las diferencias entre estas llamadas telefónicas no pudieron haber sido más evidentes y me enseñaron mucho sobre en quién y en qué invertimos en la era de la COVID-19.

En la llamada relacionada con mi programa, escuché sobre los muchos recorridos que el higienista industrial había realizado en el plató y acerca de la remodelación de algunas de nuestras áreas de trabajo a fin de que sean seguras contra la COVID-19. Para tener todas las precauciones necesarias, incluso se eliminaron algunos lugares que parecían bastante seguros.

También escuché que los integrantes del equipo técnico y el personal de producción serían divididos en grupos establecidos; les harían pruebas antes de comenzar el rodaje y posteriormente, de una a tres veces por semana. A los actores, quienes necesitan quitarse los cubrebocas, les harían pruebas todos los días. Cualquier persona que llegara a Nueva York de fuera del estado necesitaría ponerse en cuarentena durante dos semanas antes de recibir permiso para estar en el plató.

Se compraron purificadores de aire, los sistemas de filtración se han renovado y se ha creado un departamento entero exclusivamente para lidiar con los protocolos de seguridad y las pruebas. Furgonetas y autobuses mejorados para evitar la propagación de la COVID-19, además de lugares de estacionamiento adicionales, están disponibles para garantizar que todos tengan transporte seguro para ir a trabajar.

La segunda llamada fue una reunión de la asociación de padres de familia de la escuela pública de mi hijo. Escuché que los maestros y los administradores podrían elegir que les hicieran la prueba de COVID-19 antes de que comenzara el año escolar, y que las personas que ingresaran a la escuela podrían decidir si deseaban o no que les tomaran la temperatura.

Escuché que los grupos en las aulas estarán limitados a nueve estudiantes, una restricción que resulta irrelevante debido al número de personas que se mueven libremente entre los grupos: maestros, personal escolar e incluso los padres de familia que ahora son reclutados como maestros substitutos por los administradores escolares abrumados. Escuché sobre los varios cientos de enfermeras escolares que todavía no han sido contratadas en el sistema.

Escuché que las inspecciones a los edificios comenzarían unas semanas antes de la fecha en que estaba programada la reapertura de la escuela, aunque de los 1700 edificios que deben ser examinados, en 1000 ya se habían documentado problemas de ventilación. Y yo solo podía mover la cabeza en señal de desaprobación cuando posteriormente vi que el protocolo para poner a prueba estos sistemas de ventilación involucra usar una vara de medir con un trozo de papel higiénico sujetado con un clip para calibrar el flujo del aire.

No hace falta decir que el cuidado y la inversión puestos en reiniciar las producciones de televisión y cine en Nueva York no se parece en nada al enfoque incierto, caótico, vergonzozamente escaso de financiamiento y profundamente inseguro de la reapertura de las escuelas públicas, que brindan educación a 1,1 millones de niños, de los cuales casi tres cuartas partes están en situaciones sumamente desfavorecidas.

Esta pandemia ha desnudado las desigualdades de nuestra sociedad y en ningún lugar es más evidente que en nuestras escuelas públicas. El gobernador Andrew Cuomo, alabado como un héroe por su manejo de la respuesta a la pandemia en el estado, ha supervisado una reducción supuestamente temporal del 20 por ciento de los pagos a los distritos escolares desde este verano.

En la ciudad de Nueva York, la disminución equivaldría a una pérdida de 2300 millones de dólares para las escuelas durante el siguiente año. El canciller de Educación de la ciudad, Richard Carranza, dijo que los recortes, de hacerse permanentes, significarían “el fin” del aprendizaje presencial, y derivarían en recortes de programación y 9000 despidos en el Departamento de Educación.

Aun así, el gobernador se ha negado a aumentar los impuestos a los 118 multimillonarios del estado (un incremento en comparación con los 112 del año pasado), quienes han visto su riqueza colectiva incrementarse 77.000 millones de dólares durante la pandemia, una cifra que luce diminuta ante la variación en el presupuesto del estado proyectada para este año de 14.500 millones de dólares.

Incluso antes de la pandemia, el estado de Nueva York era el segundo en el país con más desigualdad en el financiamiento educativo: los distritos ricos reciben 10.000 dólares más por estudiante en promedio que los distritos pobres. (El fracaso del estado para financiar de manera equitativa y completa a los distritos escolares de bajos recursos de Nueva York me motivó a postularme para gobernadora en 2018).

La ciudad ha agravado la continua disminución de inversión en nuestras escuelas públicas. En junio de este año, el alcalde Bill de Blasio y el concejo de la ciudad le restaron casi 1000 millones de dólares en recortes y ahorros al presupuesto de educación. Aunado a las reducciones estatales, las escuelas enfrentan ahora un recorte impactante de 3300 millones de dólares.

El alcalde quedó paralizado debido a las acciones del gobernador y sus propios errores de juicio político y fallas de liderazgo. Mientras los expertos advertían sobre una pandemia hace unos meses, el alcalde, apoyado en la confianza de Cuomo de que el virus sería contenido, rechazó los llamados a cerrar las escuelas.

A principios de mayo, al menos 74 empleados del Departamento de Educación habían muerto por COVID-19. (Investigadores de la Universidad de Columbia descubrieron que si la ciudad hubiera declarado la cuarentena incluso una semana antes del 16 de marzo, la fecha en que las escuelas finalmente cerraron sus puertas, alrededor de 18.500 muertes por COVID-19 se habrían podido evitar).

En el verano, cuando las escuelas en Los Ángeles y Chicago decidieron que las clases se impartirían completamente de manera remota en el otoño, lo que les daría semanas cruciales para adaptarse al aprendizaje a distancia y hacer los preparativos para los estudiantes más necesitados, nuestro alcalde al principio se rehusó de manera obstinada a las peticiones de los padres y maestros y presionó para que hubiera un regreso a clases presenciales sin contratiempos.

El alcalde, a quien apoyé en 2013, ha insistido de manera correcta en que las escuelas son vitales para las familias más vulnerables de la ciudad. Sin embargo, su deseo de reabrir a tiempo no ha sido respaldado con las medidas de seguridad adecuadas.

Vale la pena destacar que una encuesta realizada el mes pasado por The Education Trust-Nueva York, descubrió que las familias negras, latinas y de bajos recursos —muchas de las cuales han sido afectadas de manera desproporcionada por el virus— estaban mucho más preocupadas por la reapertura de las escuelas este otoño. Hasta que fue amenazado con una huelga de maestros (quienes exigían varias medidas de seguridad básicas) el alcalde finalmente aceptó retrasar la reapertura, aunque por menos de dos semanas. Como resultado, todos los estudiantes de las escuelas públicas de la ciudad se han quedado sin aprendizaje, remoto o presencial, durante gran parte de este mes.

En lugar de pedirles a nuestros ciudadanos más acaudalados que paguen más durante un tiempo de crisis, Nueva York impone austeridad en las escuelas públicas, aunque menos dólares signifiquen menos medidas de protección, más casos y más muertes.

Si a los líderes de la ciudad y del estado les importaran los niños la mitad de lo que les importan los actores de televisión, estaríamos recaudando fondos y dándoles a nuestras escuelas el financiamiento necesario para reabrir de manera segura. La atención dedicada a mantener a salvo los platós de películas de la ciudad demuestra que es posible. ¿Los estudiantes y maestros no merecen el mismo nivel de cuidado e inversión?

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company