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Por qué usar cascos mejores en la NFL no va a evitar las lesiones cerebrales

El utillero de los Cleveland Browns, equipo de fútbol americano de la NFL, transporta varios cascos de los jugadores.
El utillero de los Cleveland Browns de la NFL transportando varios cascos de los jugadores. Foto: Frank Jansky/Icon Sportswire via Getty Images.

La historia está llena de ejemplos, en todos los ámbitos de la actividad humana, de que no importa lo potente e ingeniosa que sea la solución que se desarrolle para un problema, que no servirá para nada si no lo ha abordado desde el punto de vista adecuado. Es más: a veces planteamientos muy bienintencionados, y que a primera vista parecen útiles, pueden acabar creando más inconvenientes que soluciones. En el ámbito deportivo acabamos de encontrarnos con un ejemplo clarísimo en el football, o fútbol americano.

David Camarillo, profesor de bioingeniería y neurocirugía en la universidad de Stanford (California, Estados Unidos) y footballer en su juventud, ha ideado un nuevo modelo de casco con el que, asegura, se puede reducir hasta en un 75% el efecto de los impactos en la cabeza. El truco es muy simple: en la estructura de la protección se intercalan barras rellenas de agua o aceite, aprovechando la capacidad de estos fluidos para absorber y dispersar la energía generada con los golpes mejor que cualquier otro material desarrollado hasta ahora. De esta manera, cree, se podrá acotar una de las mayores preocupaciones de los aficionados y practicantes de este deporte: los daños cerebrales.

La propia naturaleza del fútbol americano hace que sea propenso a acciones muy violentas que pueden generar traumatismos terribles. Para quien no esté familiarizado con el juego, basta recordar que, en esencia y omitiendo muchísimos matices, consiste en agarrar una pelota con forma ovalada y salir corriendo hacia la línea de fondo del campo rival mientras los oponentes tratan de impedirlo recurriendo a placajes, bloqueos, agarrones o empujones (y, a su vez, los atacantes intentan despejar el camino recurriendo a estratagemas similares). Hay mucho contacto, y durísimo, lo que jusitfica que los practicantes tengan que llevar todo tipo de equipamiento de protección.

Pero no es suficiente. Los golpes en la cabeza que causan “concusiones” (pérdidas de memoria breves tras un choque brusco del cerebro contra los huesos del cráneo) son extremadamente frecuentes y, si se repiten mucho, a largo plazo tienen consecuencias graves. Más de 1300 antiguos profesionales han demandado a la NFL, la liga más importante de Estados Unidos, por los daños permanentes sufridos a consecuencia de las conmociones cerebrales. Los médicos sostienen que las heridas vinculadas al football están detrás de numerosos casos de parkinson, alzheimer o encelopatía traumática crónica, con síntomas como alteraciones de comportamiento, deterioro cognitivo y sensorial e incluso, en los casos más graves, tendencias suicidas y homicidas.

Algunos estudios estiman en un 17% los casos de personas que han sufrido concusiones frecuentes debido al football y que han acabado desarrolando la encefalopatía. Recalcan también que cuanto más jóvenes se empiezan a sufrir los golpes, más probable es que se sufra la dolencia. Por eso insisten en que es conveniente que se establezcan medidas preventivas, sobre todo en el deporte infantil. En este sentido el proyecto de Camarillo parece eficaz y hasta loable.

Sin embargo, su idea se está encontrando con numerosas reticencias. El primer gran obstáculo es que implica meter depósitos de agua dentro del casco. Y como sabe cualquiera que alguna vez haya comprado una botella, el agua pesa. Un casco con un “absorbedor hidráulico de shocks”, como dice el bioingeniero, no solo resultaría más incómodo a la hora de jugar, sino que, aunque contribuyera a resolver el problema de los daños cerebrales, haría soportar más esfuerzos al cuello y, potencialmente, podría ser perjudicial para la médula.

Por otra parte, otros científicos advierten de los riesgos que un casco mejorado podría tener para los jugadores, ya que les daría una falsa sensación de confianza que les haría participar en acciones más arriesgadas y con peores consecuencias. Es el mismo argumento que, salvando las distancias, usan los ciclistas contrarios a la obligatoriedad del casco en recorridos urbanos. Lee Goldstein, psiquiatra e investigador de la universidad de Boston, lo ve claro: “Es como crear un filtro mejor para los cigarrillos. Puede que sea más suave y no te dé tos, pero te seguirá causando cáncer de pulmón”, dice en el New York Times.

Porque además desde la medicina tienen claro que el problema no son los impactos grandes, sino la sucesión continuada de golpes más pequeños. Es la repetición prolongada en el tiempo la que realmente afecta a largo plazo. En este sentido, la protección contra un topetazo contundente pero puntual no está mal, pero es menos relevante de cara a evitar las dolencias que tanto miedo dan. Camarillo insiste en que incluso en este sentido su sistema puede ser útil, y estima que podrían reducirse las concusiones a una por equipo y temporada (un objetivo realmente ambicioso dada la situación actual, habida cuenta de que cada jugador recibe, de media, entre 700 y 1000 impactos en la cabeza por temporada). Otros colegas no se terminan de creer la solución maravillosa que propone, ya que, como dice Willy Moss del laboratorio Lawrence Livermore de California, “puedes hacer los cambios que quieras, al final es pura física” y un golpe en la cabeza seguirá agitando el cerebro dentro del cráneo.

¿Cuál es la solución? Nadie la ha encontrado. La única eficaz al 100% sería la prevención absoluta: evitar por completo que los footballers se golpearan. Es decir, cambiar el deporte tal como lo conocemos ahora. Que es una idea que no gusta absolutamente nada a los puristas, entre los que se encuentra ni más ni menos que el presidente Trump, quien ya dijo que las restricciones de seguridad que está aplicando la NFL están “arruinando el juego” y haciéndolo menos entretenido de ver. Alegan, además, que en el sueldo multimillonario de los jugadores ya entra asumir los riesgos a los que se enfrentan.

En rigor, ya existe una versión de fútbol americano sin contacto, llamado flag football (“fútbol bandera” en traducción directa, aunque en México se conoce como “tocho” o “tochito”), en la que los placajes están prohibidos y en su lugar basta con arrebatarle al rival un trapo (“flag”) que lleva atado a la cintura. Pero esta variedad se reserva para entrenamientos, competiciones aficionadas o juveniles e infantiles; hay un intento de profesionalización que, de momento, no está teniendo demasiado éxito.

Pero está claro que algo hay que hacer. El fútbol americano sigue siendo el deporte favorito de los Estados Unidos, y por tanto el que más dinero mueve, pero la opinión pública cada vez está más sensibilizada con los problemas de salud que causa. De hecho, por este motivo la participación de niños en torneos infantiles está desplomándose en la última década, debido a la preocupación de los padres que no quieren arriesgarse a causarles lesiones permanentes. Y si los más jóvenes no se implican en el deporte, será más difícil mantener una base de aficionados y, por tanto, sostener un negocio que mueve miles de millones de dólares.

En otros deportes también deberían plantearse seriamente este problema. La preocupación existe desde hace tiempo en las artes marciales y las actividades de combate, como el boxeo, aunque de momento se han hecho pocos avances. El otro fútbol, el que los hispanohablantes consideramos “normal” y jugamos con los pies y una pelota redonda, sí que parece haberse puesto manos a la obra. Aquí el problema se da fundamentalmente en dos circunstancias; por un lado, los delanteros que rematan balones con su cabeza para intentar marcar goles, y por otro, cuando como consecuencia de una mala caída un jugador impacta bruscamente contra el suelo. Según cuenta la SER, la International Board está planteándose una reforma en el reglamento que permita hacer una sustitución temporal, de al menos 10 minutos, cuando un futbolista sufra una conmoción, aunque de momento no es más que un proyecto en fase de estudio.

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