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Naomi Osaka: la campeona activista del US Open a la que Nueva York aún le debe los aplausos

Con apenas 22 años, Naomi Osaka mantiene un registro poco habitual en finales de Grand Slam: tres jugadas, tres ganadas. Una marca alcanzada previamente por leyendas como Lindsay Davenport, Jannifer Capriati, Virginia Wade, Margaret Court y Monica Seles. La japonesa amplió su registro en grandes citas con la conquista por segunda vez del US Open, esta vez a expensas de la bielorrusa Victoria Azarenka, a la que derrotó por 1-6, 6-3 y 6-3, en una final cambiante y de buen nivel en el sábado neoyorquino. Fue apenas el sexto título en la carrera de Osaka, que por esta victoria embolsó 3 millones de dólares en premios y desde el lunes saltará del noveno al tercer escalón del ranking femenino.

Hija de la japonesa Tamaki y del haitiano Leonard Max Francois, Osaka nació en Osaka, pero su familia se mudó a Estados Unidos cuando ella tenía tres años; poco después, su padre le enseñó a jugar al tenis. La combinación étnica familiar convirtió a la joven residente en Florida en una singular figura de rasgos orientales y piel oscura. No dudó de involucrarse en las manifestaciones contra el racismo y la violencia policial en Estados Unidos: hace poco más de dos semanas, renunció a una semifinal del torneo de Cincinnati en protesta por el ataque policial al afroestadounidense Jacob Blake, a la manera de la protesta dispuesta por jugadores de la NBA. "Antes que deportista, soy una mujer negra. Y siento que hay asuntos que necesitan atención urgente mucho más importantes que verme a mí jugar al tenis", planteó. Su actitud obligó al torneo a extender la medida y decretar una jornada sin partidos. Vale mencionar que la federación estadounidense de tenis (USTA) es sensible y afín a las causas contra todo tipo de discriminación.

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En este US Open desprovisto de espectadores, Osaka dio otro paso en su activismo: en cada partido se presentó con un tapaboca distinto con el nombre de víctimas de la violencia. Para la final, eligió a Tamir Rice, un niño de 12 años asesinado en 2014 en Cleveland por Timothy Loehmann, un policía blanco. "Hago lo que pienso está a mi alcance, y lo que entiendo correcto en este momento. Después veremos si esto sigue en el futuro; por ahora no, pero esto no es algo que se pueda planear", comentó al respecto. Si bien es japonesa, está claro que Estados Unidos representa mucho más que un segundo hogar para Osaka.

El resumen de la final

Pero al mismo tiempo surge la impresión de que el afecto entre ella y Nueva York no ha sido recíproco, y que el US Open no le ha dedicado aún el reconocimiento que merece como bicampeona. Le tocó, hace dos años, vencer a Serena Williams en una final volcánica, en la que la estadounidense estuvo a nada de ser descalificada luego de gritarle "ladrón" al umpire Carlos Ramos, y la ceremonia de entrega de premios estuvo dominada por silbidos y abucheos; Osaka, con gesto compungido, a duras penas contuvo las lágrimas: parecía que había perdido, pero era la vencedora. "Sé que todos querían que ganara Serena; lamento que esto haya terminado así", dijo entonces con un hilo de voz. Ahora le tocó consagrarse por segunda vez en el mismo coloso de cemento, pero sin público que le tributara el aplauso; un efecto colateral de la pandemia, está claro. Al menos esta vez pudo mostrarle su enorme sonrisa al mundo.

Cuenta con el patrocinio de ocho empresas y desde principios de 2020 es preparada por Wim Fissette, un entrenador de extensa y destacada trayectoria en el tour femenino, y que también trabajó con Azarenka. "Naomi es muy intuitiva, pero tiene un patrón de juego", explicó el coach antes de la final. Además de un plan, Osaka necesitó paciencia y determinación para revertir una final en la que arrancó en el subsuelo en el desarrollo y en el resultado. Azarenka, con su tenis de contraataque, complicó muchísimo a la japonesa, que no encontraba el camino, tomaba decisiones riesgosas y fallaba muchísimo. Muy pronto Osaka quedó 1-6, 0-2 y 30-40. "Me daba vergüenza la posibilidad de perder una final en menos de una hora", revelaría.

Sin embargo, después de un par de aciertos, consiguió su primer quiebre del partido y eso le dio confianza para remontar la cuesta. Redujo el número de equivocaciones, encerró a Azarenka contra el fondo y tomó el control. La bielorrusa ofreció resistencia hasta el final, pero la balanza ya se había inclinado hacia el lado de Osaka, que sentenció el torneo en su segundo punto para partido. Otra rareza: es la primera vez que una tenista gana la final del US Open tras perder el primer set, desde que Arantxa Sánchez superó a Steffi Graf hace 26 años, en 1994 (1-6, 7-6 y 6-4). Tras el saludo, Osaka se recostó con cuidado sobre el cemento: "Siempre veo a todos colapsar después del match-point. Pero también pienso que así uno puede lesionarse, así que quería hacerlo con seguridad", explicó. Un festejo con planificación oriental.

Del otro lado, a Azarenka se le escurrió por tercera vez el trofeo de campeona del Abierto de Estados Unidos; fue finalista también en 2012 y 2013. Más allá de la derrota, la bielorrusa mantiene el espíritu competitivo a los 31 años, convertida en madre y recuperada de las peripecias legales que atravesó durante mucho tiempo por la tenencia del pequeño Leo. Ahora sin problemas personales, hizo que el circuito femenino recuperara en la burbuja neoyorquina un nombre dentro de un lote heterogéneo de figuras, carente de una líder que ejerza domino absoluto. De hecho, la número 1, Ashleigh Barty, no jugó en Nueva York por temor a la pandemia, y tampoco lo hará dentro de unas semanas en Roland Garros.

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Osaka, que ganó tres de los 17 certámenes de Grand Slam que jugó, tiene un futuro inmenso. La espera un buen examen sobre el polvo de ladrillo de París, donde nunca pasó de la tercera rueda. Mientras tanto, puede disfrutar de otra consagración, que la devuelve al top 3; dueña de un tenis del siglo XXI y una personalidad singular, la bicampeona del US Open tiene mucho por ofrecer al universo de las raquetas en las próximas temporadas.