Maradona: de la revolución en la final de la Copa Davis en Croacia y el "¡Uy, no, sonamos! Viene Diego", al comportamiento ejemplar y encantador

Otoño en Europa. La temperatura en Zagreb era muy baja. En las calles de esa porción balcánica, ya adornadas con luces navideñas, se reconocía cierta efervescencia por lo que allí se concretaría en pocas horas: la final de la (vieja) Copa Davis entre croatas (ya campeones en 2005) y argentinos, que acarreaban cuatro definiciones perdidas. El equipo nacional, de una vez por todas, estaba lejos de los conflictos internos de otras épocas. Daniel Orsanic, capitán desde 2015, había sabido domar los egos siempre presentes en un deporte individual. El grupo, a diferencia de otros momentos de abundancia, tenía a una figura que se destacaba por encima del resto (Juan Martín del Potro), aunque ese "resto" muy poco tenía de actores secundarios; al contrario. La preparación marchaba saludablemente. Hasta que, en forma inesperada, una noticia periférica al tenis sacudió los cimientos de la concentración: Diego Maradona arribaría a Zagreb para ver la final.

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"¡Uy, no, sonamos! Viene Maradona", se escuchó, con preocupación, en el hotel DoubleTree, búnker de la delegación argentina en Croacia. Todo empezó a alterarse el martes 22 de noviembre de 2016, tres días antes de que comenzara la serie en el Arena Zagreb. Maximiliano Pomargo, cuñado del abogado Matías Morla, le envió un mensaje de WhatsApp a Pablo Estévez, por entonces jefe de prensa de la Asociación Argentina de Tenis. "Pablo, buen día, trabajo para Maradona. Diego está con ganas de ver la Copa Davis", fue el primer contacto. Diego, amante del tenis, se encontraba en Dubai y, como tantas veces en su vida, deseaba respaldar a los deportistas argentinos. Para el grupo que estaba allí con el anhelo de conquistar el único gran trofeo que el deporte celeste y blanco tenía pendiente, sin dudas, la presencia del astro actuaría como incentivo emocional, pero también existía la posibilidad de que la efervescencia pudiera desenfocar la atención en el objetivo principal. Ante una figura tan magnética y avasallante, el cuerpo técnico no sabía cómo podrían responder los jugadores. No tenían registro de semejante estímulo. Creció la tensión interna y la organización se alteró. No había certezas sobre dónde se iba a alojar, porque, además, en el hotel oficial, la capacidad se encontraba al límite.

Una de las pautas que Orsanic y Mariano Hood (subcapitán) habían acordado con los jugadores era que nadie que no integrara la delegación oficial podía entrar en el vestuario. Si a los tenistas les pedían permiso para visitarlos en ese espacio de intimidad, inclusive si se trataba del propio presidente de la Nación, debían responder en forma negativa porque los conductores del cuerpo técnico no lo permitían. "Lo hicimos así para que los insultos cayeran sobre nosotros y liberar de esa presión a los jugadores", narra, a la distancia, Orsanic. Cuando la noticia sobre Maradona se diseminó en el plantel, hubo una charla y ninguna norma se cambió. Todo debía seguir funcionando igual, sin distracciones.

Durante la tarde-noche del jueves 24, Maradona ingresó en el estacionamiento del DoubleTree, que se vio obligado a reforzar la seguridad. El ex N° 10 bajó de una camioneta junto con Pomargo, Rocío Oliva (por entonces, su pareja) y Mohamed El Naggar, el traductor que lo asistía en Dubai. Los jugadores de la Copa Davis ya descansaban en sus habitaciones con miras al debut del otro día. Diego fue recibido por Diego Gutiérrez (por entonces vicepresidente de la AAT) y Viviana Gentile (coordinadora del área profesional), quienes le informaron que los jugadores tenían muchas ganas de verlo, pero que no lo harían hasta la tarde-noche del otro día, después de los primeros dos partidos de la serie. Diego, que en un primer momento se iba a alojar en otro hotel, accedió, dócil, y se dirigió al piso 9, donde tenía reservada su habitación (los jugadores estaban en el sexto). Cuando la Federación Internacional de Tenis conoció que el ex futbolista llegaría a Zagreb, le advirtió a la AAT que un hipotético mal comportamiento de Diego en la cancha podría generar castigos. En un principio, Diego tenía reservado un palco detrás del banco argentino, muy cerca de los miles de hinchas que habían viajado a Croacia, pero se llegó a la conclusión de que esa ubicación, tan conectada con los protagonistas, podía llegar a ser un inconveniente y se le destinó otro sector, en una esquina un poco más alejada.

El viernes 25 de noviembre, Maradona se sentó en su butaca del palco 107 del Arena Zagreb una hora antes de que comenzara el primer match, entre Federico Delbonis y Marin Cilic. El estadio todavía estaba casi vacío pero Diego no se quería perder el himno nacional. Sufrió, disfrutó, gritó. Con el 1-1 (caída de Delbonis y triunfo de Del Potro ante Ivo Karlovic), regresó al hotel y allí sí, se produjo el primer contacto con los jugadores. Fue en una habitación que estaba reservada para los trabajos del masajista Walter Alfonso y del kinesiólogo Mariano Seara.

Aquellos que estuvieron en esa sala coinciden: fue un momento hipnótico. "Copó la reunión con anécdotas mientras yo le cebaba mate. Llegó, se sentó como uno más, nos transmitió un gran sentimiento por la bandera, nos alentaba. Era muy atractivo escucharlo. Nunca perdió el sentido de dónde nació. Yo le daba mates a él, lo miraba y me olvidaba de darle a los otros. Contó anécdotas con Fidel, de noches jugando a las cartas, fumando unos cubanitos, como decía", rememora Alberto Osete, preparador físico de aquel equipo de Copa Davis. El encuentro duró unos 45 minutos. Diego volvió a su habitación, cenó y se fue a dormir temprano. Cuando el sábado por la mañana se despertó se enteró de una noticia que lo estremeció: el fallecimiento de Fidel Castro. Se especuló que se marcharía de Zagreb y que volaría para el funeral en Cuba. Sin embargo, Diego se quedó hasta el último partido. "Me llamaron de Buenos Aires para contarme y me agarró un llanto terrible, porque Fidel fue como mi segundo padre. Viví cuatro años en Cuba y Fidel me llamaba a las dos de la mañana para hablar de política, o de deporte, o de lo que se diera en el mundo, y yo estaba dispuesto para hablar. Después de las muertes de Tota y de mi viejo, es el dolor más grande que tengo, de verdad", expresó Maradona antes del punto de dobles entre Del Potro y Leo Mayer ante Cilic e Ivan Dodig, finalmente los vencedores. Ese día, camino al palco junto con su pareja, Diego entró en el VIP principal y besó la Copa Davis.

"Ese sábado, después de cenar, fuimos a su habitación. Diego estaba en pijama, tratando de sintonizar un programa de fútbol de Italia. Charlamos durante 40 minutos, hablamos de su paso por el fútbol italiano y de tenis, un deporte que amaba. Leo Mayer le regaló su raqueta y en broma le dijo que iba con el teléfono del kinesiólogo, porque era pesada y lo podía lastimar. Ahí Diego contó que Marat Safin le había regalado su raqueta y que era pesada también. Fue una charla muy linda en un momento de concentración, porque estábamos 2-1 abajo y al otro día teníamos que seguir", confiesa hoy Orsanic. Diego preguntó a qué hora entraría en calor al otro día Del Potro, el designado para jugar el cuarto punto, ya que quería ir al estadio para alentarlo. Pero recibió una "mentirita piadosa": le dijeron que lo haría al mediodía cuando en realidad el tandilense tenía planificado hacerlo a las 10.30. El cuerpo técnico no quería que ningún detalle emocional alterara a los jugadores. Al final, Diego no fue al mediodía y entró en el estadio directamente para el partido. Del Potro, alguien con mucha conexión con Maradona, logró el cuarto punto tras estar dos sets a cero abajo. Y allí Diego ya no se contuvo y bajó, por primera vez, al vestuario. "Para movernos por todos lados los croatas nos habían puesto efectivos de seguridad que eran durísimos, enormes, nos daban vuelta la credencial de mala manera, no sonreían. Cuando ganó Delpo el domingo, que nos ponemos 2-2, Diego bajó y lo vemos flotando por los pasillos. No tenía credencial, pero esos mismos de seguridad se derritieron al verlo, sonreían, le pedían autógrafos, fotos. Era increíble lo que transmitía", rememora Osete, con los ojoso humedecidos. Cuando Maradona entró en el camarín, Delbonis y Orsanic ya se habían ido a la cancha para disputar el quinto punto (hasta ese cuidado tuvo Maradona en Croacia para no entorpecer el trabajo).

"¡Qué partido ganaste, maestro!", le gritó Maradona a Del Potro, que estaba en la camilla semidesnudo, recibiendo masajes. Se unieron en un abrazo muy emotivo. Del Potro le regaló una remera a Diego que, con mirada cómplice a los pocos presentes, les soltó: "¿Martín [NdR: así lo llamaba] no me va a dar la raqueta?". "Sí, obvio, Diego", le dijo Juan Martín y le obsequió una de las que había empuñado hacía un rato. Diego, radiante, volvió, apresurado, al palco, para alentar a Delbonis frente a Karlovic. El triunfo por 6-3, 6-4 y 6-2 del azuleño terminó con la gran cuenta pendiente que tenía el deporte nacional."Teníamos incertidumbre, pero fue muy atento, respetó nuestros tiempos, nuestros pedidos y apoyó como una bestia. Fue muy positivo", apunta Orsanic. "Desde el primer día que llegó cumplió con los pedidos que se le hicieron para que los chicos estuvieran tranquilos. Fue a alentar al equipo y su chispa y sus frases quedarán en la inmortalidad", amplía Gustavo Tavernini, entrenador de Delbonis.

"Muchos cabezas de termo me tildaron de mufa. Que la vayan a buscar al ángulo. Muchos también dijeron que yo quería protagonismo, cuando lo único que quería era alentar, que estuviéramos los argentinos juntos detrás de ellos. Y cuando digo detrás, digo detrás. Lo único que me importaba era estar en la tribuna. Ni aparecí por el hotel, hasta que ellos me llamaron", se desahogó Maradona. Las frías calles de Zagreb ya tenían una fragancia de película histórica para el deporte argentino y Maradona, al que hoy lloran en todos los rincones del mundo, fue uno más. Se pasó del "¡Uy, no, sonamos! Viene Maradona", al "Gracias Diego por haber sido parte y con tanta humildad". Fue un día como hoy, pero de 2016: Maradona optó por no unirse a la celebración del equipo esa noche y no porque no fuera bienvenido, claro. Lo invadía un doble sentimiento y quería que el protagonismo se enfocara sólo en los tenistas que habían conquistado la tan anhelada Ensaladera. Agradeció, se despidió y ya nadie lo volvió a ver en el hotel. A los pocos días aterrizó en La Habana para el último adiós a Fidel Castro. Fiel a su estilo. Haciendo lo que el corazón le impulsaba. El destino quiso que muriera el mismo día que el líder de la Revolución Cubana, aunque cuatro años después. Pasó el tiempo: los protagonistas de Zagreb relatan aquellas horas con Diego y no pueden evitar emocionarse.