Mundial de rugby. En tren bala hacia otra dimensión: la ruta del shinkansen

OSAKA.- El tren bala ingresa a la estación tan rápido que cuesta creer que allí hará una parada. De golpe, cuando ya se perdió la cuenta de los vagones que lo componen, baja la velocidad, se detiene, abre sus puertas e invita a entrar. En los asientos de la derecha, prometió el vendedor, se llega a ver el monte Fuji a mitad de camino.

El lunes los Pumas se trasladaron a Osaka, sede del partido del sábado ante Tonga, su segundo del Mundial de Japón 2019, y hacia allí fue LA NACION a bordo del shinkansen, el famoso tren bala japonés. Tres horas que alcanzan para dejar en evidencia la magnificencia de este país en todo su esplendor y subrayar el contraste con el tercer mundo.

Intentar convencer al guarda de que es lo mismo sentarse en el asiento al lado del asignado aunque el resto del vagón esté vacío, como hizo un colega, es infructuoso. A veces, la extrema corrección de los japoneses puede confundirse con falta de cortesía, pero eso es cometer la falacia de verlo a través del prisma de la cultura occidental. En realidad, los japoneses son extremadamente gentiles y serviciales, aunque también fríos y distantes.

El tren deja la estación central de Tokio y no tarda en tomar velocidad. Llega a Yokohama en 18 minutos, un viaje que el día anterior había durado 50 en un tren regular (también una maravilla, sólo que no tan veloz).

La ventana se transforma en una pantalla que emite imágenes en fast forward. Primero, los rascacielos se suceden uno tras otro como replicando el vértigo con que se vive en las metrópolis. Tokyo y Yokohama son las dos ciudades más grandes de Japón y son adyacentes. En realidad, son una continuidad. El paisaje es el mismo, sin división. Recién cuando el tren recorrió casi una hora la pintura que muestra la ventanilla empieza a mutar. Los edificios se hacen más bajos y espaciados y, de fondo, empiezan a aparecer montañas. En un momento, el verde empieza a predominar, salpicado por caseríos muy coloridos sobre la montaña que se asemejan a las favelas de Río, aunque sólo en lo pintoresco. El monte Fuji esta vez se oculta tras las nubes, y aun así el paisaje es encantador. El volcán es uno de los íconos de Japón a tal punto que está en el logo de la Copa del Mundo 2019. La película parece ralentizarse.

En realidad, es sólo una ilusión. El tren marcha a 300km/h para recorrer 550 kilómetros en 2h54m, con varias paradas en el recorrido. Si bien es la ruta más transitada del shinkansen, no es la más veloz. El récord para un tren bala es de 603km/h que alcanzó en un recorrido de prueba en 2015. Así y todo, la velocidad casi no se percibe. No hay vibración, no hay vértigo. Sólo algún pasaje en el que los oídos se tapan aparece como síntoma.

Resaltar la puntualidad de todo el sistema de transporte japonés es casi menospreciar su cultura. Si está estipulado que una formación salga a las 7.26, no sale a las 7.25, ni a las 7.30. Sale a las 7.26, porque no hay razón para que así no ocurra. Es una buena estrategia para saber cuál es la parada correcta cuando uno no está del todo adaptado a las señalizaciones en japonés: si dice que a una hora determinada llega a tal estación, basta con mirar el reloj para saber dónde bajarse. Según un reporte de la Central Japan Railway Company, en 2016 el promedio de demora del shinkansen en todo el año fue de 24 segundos, ¡incluyendo demoras por desastres naturales!

Una vista de la estación de Tokio

"Las ciudades de Japón son todas iguales", se queja un colega español que ya va por su décima visita a este país, imitando sin querer a Borges cuando habla de que todos los pueblos son iguales hasta en creerse distintos. Lo cierto es que cada vez que una gran ciudad recorta la atmósfera rural el asombro vuelve a aparecer. Como cuando, luego de atravesar Nagoya, aparece un panel solar gigante: el Solar Ark de Panasonic se erige como un Moby Dick gigante al costado del camino con sus 315 metros de largo y 37 de alto.

La armonía entre la naturaleza y la civilización es una de las cosas más asombrosas y admirables de Japón. En este viaje se aprecia cómo las ciudades irrumpen verticales en medio del campo o la montaña. En Tokio hay por lo menos 57 parques y jardines que oxigenan la ciudad. Pero también, aun cuando domina el cemento aparecen plantas, arbustos y enredaderas por doquier, por ejemplo para adornar un rascacielos en el paquete barrio de Ginza.

En las cercanías de la ciudad de Toyota se bajan los hinchas galeses que van a ver su partido ante Georgia. La mayoría de los pasajeros son turistas, y la imperial Kyoto es una de las paradas más transitadas. Shizuoka, otra de las sedes mundialistas, también está en este trayecto. Y si uno siguiera media hora llegaría a Kobe, sede por ejemplo del partido entre Inglaterra y Estados Unidos, por el mismo grupo de los Pumas.

Una imagen del Shinkansen rumbo a Osaka

¿Quién será el Shinkansen de este Mundial? Ramiro Moyano era la carta argentina, una flecha cada vez que apunta al in-goal, aunque hoy está lejos de su mejor nivel. El neocelandés Rieko Ioane tiene características similares. El galés Nial Williams no sólo es rapidísimo sino que hasta pareciera tener una fisonomía aerodinámica cual tren bala. Jonny May, más portentoso, es el candidato de Inglaterra.

Osaka, la parada final, también tiene su encanto, con su bahía luminosa que se disfruta desde el paquetísimo New Otani Hotel, donde se alojan los Pumas. Históricamente, es la capital comercial del país gracias a su concurrido puerto y por ser sede de importantes multinacionales. Con 2,6 millones de habitantes es la tercera ciudad más poblada de Japón, aunque si se incluye toda el área metropolitana llega a 19,3 millones. Casi media argentina.

"Qué lejos que estamos", escribe un amigo por whatsapp cuando le llegan las imágenes del shinkansen. Argentina no está lejos, está en otra dimensión. Por más que se avance, nunca se llegará a este nivel de perfección estructural y armonía cultural si no hay un horizonte mínimamente común hacia el cual transitar. Japón lo hizo aun habiendo sufrido dos bombas atómicas. Tan difícil, entonces, no debe ser.