Macri, Tapia, Tinelli y el autogolpe del fútbol argentino

Tinelli y Tapia, en una imagen de archivo, en la sede de la AFA

¿Cuánto tiempo más podía demorar el fútbol en leer las nuevas coordenadas del escenario político? Una impostada polémica de enero -ya olvidada- fue un señuelo apenas de lo que vendría, un telegrama de preaviso, sellado y certificado el último martes a la noche en la casa de Claudio Tapia: alrededor del presidente de la AFA, un grupo de dirigentes terminó de ponerle los clavos al cajón. Adentro de él yacía un proyecto llamado pomposamente Superliga. Uno que, en unos días, engrosará oficialmente el arcón de objetos perdidos en la selva. Una miniliga, al cabo, que no pasó de la primera infancia: ni siquiera alcanzará a cumplir tres años.

La caída en picada de Mauricio Macri, impulsor principal del pretendido nuevo orden inaugurado en 2017, fue aquella coordenada que ofició de llamador: el cambio de mando indicó el momento de activar el plan. Los dirigentes del fútbol argentino supieron que con el Gobierno nacional anterior -más Daniel Angelici y sus discípulos dejando Boca por la puerta de atrás- se iba también el contrapeso político que mantenía en pie a la Superliga. La distancia no sólo era espacial: el comienzo de 2020 colocó a Macri como un inofensivo observador de aves en su cuidado jardín de Villa La Angostura, muy lejos de las mesas de poder donde se cocinaba el futuro de la pelota. Para Tapia, hábil en esos círculos, el camino estaba despejado. Poco (nada) le costó reunir las bamboleantes voluntades de aquellos que van para donde apunta el viento. Y así, los mismos que habían aplaudido la creación de la Superliga -y forman parte incluso hoy de su comité ejecutivo- se sumaron a su grey: era tiempo de desacreditar el ente que integran y recuperar para ellos el poder total.

Una pelea de poder y más de 10 mil millones de pesos para la caja

Mucho más lejos, a años luz, quedó incluso la discusión que el mismo Angelici -punta de lanza de su jefe político- había intentado forzar. Lo que hace dos años parecía el paso que seguiría a la Superliga suena hoy a chiste: ¿quién se acuerda de la idea-fuerza fogoneada en Balcarce 50 que proclamaba a las sociedades anónimas como la mejor solución posible para enderezar a los clubes? Porque ese era el objetivo central de Macri, una ambición que perseguía incluso desde antes de presidir Boca: todavía tenía bigotes cuando quiso comprar Deportivo Español en 1993, un intento frenado por los socios del club. Lo que impera ahora, transparentado con la imagen sonriente de Tapia y sus adalidades, es una nueva reestructuración por hacerse, la número mil. "No se cumplieron los objetivos para lo que la Superliga se había creado", adujo ayer el presidente de la AFA, el gran ganador en esta historia. "No quieren saber nada con los controles económicos", espolean desde Puerto Madero, donde 18 empleados que responden a Mariano Elizondo, el CEO de la compañía, pueden empezar a armar cajas de mudanza: ya imaginan que deberán buscar un nuevo trabajo.

Elizondo y Tapia no se ven desde el 18 de diciembre, la última vez que compartieron una reunión en el predio de Ezeiza. Consciente de su debilidad, el presidente de la Superliga intentó un acercamiento en las últimas semanas, nunca respondido desde la AFA. "No nos adaptamos, no hicimos política", esgrimen con orgullo alrededor de Elizondo. Error: lo que ponderan como una virtud es un defecto. Nadie que quiera sobrevivir en el particular mundo del fútbol argentino debe desconocer cómo las alianzas indestructibles de hoy son una foto clavada con alfileres en la pared de mañana. Ahí está Marcelo Tinelli, por ejemplo. Sentado al lado de Tapia ahora después de haber defendido la autarquía de la Superliga en diciembre, cuando todavía no había asumido como presidente de San Lorenzo. Su nombre, en estas horas, parece reunir el consenso suficiente para ser el presidente de la embrionaria Liga Profesional de Fútbol -si así se deciden llamar al ente que reemplazará a la Superliga-.

A favor de este autogolpe que degrada todavía más al fútbol argentino jugó también la prescindencia de Alberto Fernández. "El fútbol se debe autorregular", les mandó decir a unos y a otros, repetidamente, cuando el conflicto se corporizó en enero. Se recuerda: a dos días del reinicio del campeonato, los dirigentes seguían intentando boicotear el calendario que ellos mismos habían aprobado y firmado. La excusa era que la cesión de futbolistas a la selección que iba a jugar el Preolímpico en Colombia les quitaba fuerzas para el torneo local, sin reparar en que tantas veces los habían negado. Y lo seguirán haciendo. En esos mares, con el presidente de la Nación ocupado en cómo pagar (o no) la deuda externa, navegó uno que conoce el devaneo interno: Sergio Massa. El presidente de la Cámara de Diputados fue un articulador que ofreció su casa, incluso, para una reunión en la que participaron Tapia, Tinelli, Jorge Ameal y Nicolás Russo a fines de enero. El guion sumaba escribas.

Ya entonces transcurría el réquiem de la Superliga. Una misa sin creyentes en la que ya no sirven ni las condolencias. La nueva correspondencia, aclaran los deudos, deberá ser enviada a la vieja dirección, más vigente que nunca: Viamonte 1366.