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Lucas Pusineri, el nuevo DT de Independiente: un entrenador inexperto para enderezar el rumbo

El jueves 2 de enero, el plantel de Independiente está citado para comenzar la pretemporada. El domingo 19, en el Libertadores de América, el equipo recibirá a River para disputar el partido postergado de la Superliga. En ambas citas y en principio durante todo 2020, Lucas Pusineri será el encargado de conducir una nueva etapa que se abre en la alborotada actualidad del Rojo.

El autor del gol que en 2002 aseguró la conquista del último título local ganado por el Rey de Copas es el hombre elegido para solventar la crisis abierta tras la marcha de Sebastián Beccacece y la frustrada intención inicial de mantener durante el año que viene a su reemplazante interino, Fernando Berón.

Con apenas dos años de experiencia como entrenador, desarrollados en Colombia (en el Cúcuta, equipo al que ascendió de Segunda a Primera, y el Deportivo Cali, donde cumplió una más que aceptable campaña), Pusineri vuelve al club donde vivió sus mejores años como jugador. La apuesta es, en principio, una jugada de máximo riesgo sostenida por un puñado de razones que explican en cierto modo el difícil y trascendente momento que vive Independiente.

Luego de su primera charla con los dirigentes, Mauricio Pellegrino, la otra alternativa que barajaron los Moyano, dejó caer una frase que encierra la pieza clave sobre la que basculan hoy las definiciones en el Rojo. "Hay que analizar el rumbo que quiere el club", dijo el Flaco, y acertó en el centro de la diana.

La confusión en los caminos a tomar asoma detrás de la errática senda que el Rey de Copas viene recorriendo en un siglo XXI que lo descubre alejado de su riquísima historia. "Independiente es un grande y hay que responder a las exigencias", expresó en los últimos días Pusineri. Palabras más, palabras menos, la expresión es repetida como un mantra por jugadores, entrenadores y dirigentes que, desde hace años, desfilan por la institución sin encontrar la vuelta para que deseos y obligaciones se vean efectivamente cumplidos.

"Este semestre no va a ser fácil", auguró la semana pasada Jorge Damiani, secretario deportivo que en estos días se reconcilió con los Moyano luego de alejarse de la gestión en febrero. La ecuación para explicar su pronóstico es muy sencilla: "Básicamente, se van a ir algunos jugadores y será difícil incorporar gente para reemplazarlos", dijo en diálogo con La Nación.

La designación del nuevo entrenador atraviesa esa certeza. Pellegrino había recortado sus pretensiones económicas a cambio de la promesa de sostener a la mayoría del plantel. Pusineri, cuyo caché inicial es menor que el del Flaco, aceptó las condiciones que le presentaron. Su sueño era trabajar en la Argentina, y especialmente en Independiente: se arreglará con lo que puedan ofrecerle.

Un diagnóstico más profundo exige retroceder hasta mediados de los años 90. Los gigantescos errores de gestión llevados a cabo por las sucesivas directivas del Rojo a partir de entonces crearon un desbarajuste que por ahora resulta imposible de resolver y fueron separando los dos brazos de una tenaza de la cual nadie descubre el modo de escapar.

La grandeza y popularidad del club, cómodo ocupante del tercer puesto del país en cualquier encuesta, genera un nivel de presión que se torna más asfixiante en la medida que los campeonatos pasan y los títulos no llegan. Los vaivenes económicos padecidos en los últimos 25 años conspiran contra los intentos de volver a los buenos tiempos.

Cuando los Moyano asumieron la dirección de la entidad, en julio de 2014, la situación económico-financiera era calamitosa. La segunda convocatoria de acreedores que debió presentar la institución desde 2005 estaba en pleno proceso, las deudas eran cuantiosas, las demandas se amontonaban en los juzgados y la sensación de ruina decoraba los pasillos.

La gestión liderada por el dirigente de Camioneros fue remontando la cuesta. Se terminó la construcción del estadio, se hicieron obras de mejora en los predios de Wilde y Villa Domínico y, en mayo de 2018, se anunció el levantamiento de la citada convocatoria. Cinco meses antes, el Rojo había ganado la Copa Sudamericana y todo indicaba que lo peor había pasado. No fue así. Mirado desde la distancia, 2017 parece hoy un oasis en el desierto.

Los éxitos no siempre son bien aprovechados por quienes los consiguen. La consagración frente al Flamengo en el Maracaná tuvo un efecto contrario al deseado. Por un lado, alteró la relación del técnico que había logrado hacer el "clic", Ariel Holan, con sus colaboradores más directos y buena parte del plantel. Por el otro, los Moyano, que han demostrado poseer conocimientos futbolísticos notoriamente limitados, creyeron que el crecimiento era imparable y erraron en el cálculo y los procedimientos. Independiente comenzó a batir récords en gastos por compras de jugadores y firmas de contratos en dólares.

Lo sucedido a posteriori ya es historia reciente. 2018 y 2019 fueron años deficitarios en todo sentido. Ningún objetivo futbolístico fue alcanzado, ni siquiera el mínimo de clasificar para la Copa Libertadores. Ninguno de los fichajes rindió de manera satisfactoria. Las deudas millonarias volvieron a teñir de rojo los balances económicos. Pasaron Holan, Beccacece y Berón. El hincha manifestó su disgusto. La tenaza aumentó su tensión.

"En enero se regularizarán los pagos y todo volverá a acomodarse", promete Pablo Moyano. "Vamos a enderezar el barco", sostiene Damiani. La elección de Pusineri da la pauta que se refieren antes a los números que a lo que pueda ocurrir adentro de la cancha.

El club necesita vender, aunque ahí aparece un nuevo problema: el plantel se ha devaluado y las ofertas escasean. El pase de Martín Campaña al Cruz Azul mexicano se ha enfriado. La cotización de Fabricio Bustos, Alan Franco o Martín Benítez, hombres que alguna vez despertaron el interés de clubes europeos, ha bajado drásticamente. No hay propuestas concretas por Nicolás Figal, y solo Cecilio Domínguez podría ser transferido por un valor más o menos equivalente al de su compra. Silvio Romero también, aunque por ahora se descarta su marcha.

Así afronta Independiente el nuevo año. Con la urgencia que impone su gente por recuperar cuanto antes su puesto distinguido entre la élite continental. Con la preocupación por reequilibrar unas cuentas que se desmadraron. Con la necesidad imperiosa de decidir un rumbo a tomar y la obligación de respetarlo a ultranza, más allá de los resultados. Con el deseo de escapar de una tenaza que no deja de asfixiarlo. Y con Lucas Pusineri, un capitán inexperto, al mando de la nave.