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Lionel Messi y el fútbol que cuenta

Lionel Messi
Lionel Messi celebra el primer gol contra el Alavés en la final de la Copa Del Rey 2017 disputada en el estadio Vicente Calderon (Foto: David Ramos/Getty Images)

En un tiempo de exagerada fascinación por la táctica, la mejor noticia para el espectáculo es que un puñado de futbolistas sigan siendo capaces de romper pizarras con naturalidad pasmosa. Lo pensé anoche durante la enésima exhibición Messi. El argentino pertenece a ese selecto grupo de futbolistas capaces de recordarnos lo importante en esta vorágine de permutas, coberturas y presiones inteligentes. Anoche, sentado en el sofá con una cerveza en la mesa, mientras Messi ganaba la Copa para el Barcelona, aparté la vista por un momento del televisor y me vi con 10 años rebotando el balón contra el muro de mi colegio para hacer el regate más viejo del mundo. Pensé en el fútbol que cuenta.

La polivalencia es una virtud gregaria que suele ir asociada al esfuerzo y a cierta docilidad de carácter pero que encuentra en Messi una acepción refinada. Contra el Alavés fue útil en todas partes. Como tantas otras veces, emborronó los dibujos ajenos y validó los propios por su capacidad para pesar en cualquier zona del campo. Arrancó desde la derecha, como en sus inicios, pero fue un puro ejercicio de despiste porque acabó matando al rival por el centro, encontrando rápido la salida al laberinto que Mauricio Pellegrino había levantado frente al área de Pacheco. Un día más, los rivales de Messi se hartaron de perseguir sombras y de recibir fogonazos esporádicos.

El fútbol es un deporte en el que los dos entrenadores proponen y Messi dispone. Anoche, encajonado entre el autobús de Pellegrino y la ausencia de propuesta blaugrana, el de Rosario regresó al sexo químicamente puro. Back to basics. Siempre recibió en desventaja, la que se encargaron de proporcionarle entre los aplicados defensas blanquiazules y sus romos compañeros, pero siempre salió triunfante. Su valor, como tantas otras veces, fue imponerse a propios y ajenos.

El cinco más cuatro clarísimo de la defensa vitoriana, dos líneas claras de contención para atascar la circulación del Barcelona en la frontal, se derrumbó a la primera embestida de Messi. El argentino fue una termita en la viga maestra. Activó a Neymar por el centro, el brasileño le devolvió el guiño con una pared y la prodigiosa capacidad para cambiar la marcha de la Pulga hizo el resto. De 100 a 0 en un suspiro, Messi pasó del centelleo para librar la marca a la suavidad para librar al portero y abrir el marcador. Después fundamentó el segundo y le regaló a Alcácer el tercero tras un combo de magias característico. Pareció sencillo.

En un Barcelona sumido en la melancolía, Messi es el único bálsamo posible. Enfangado en lo institucional y descabezado en lo deportivo tras el adiós del desgastado Luis Enrique, abandonadas sus señas de identidad en virtud de una política deportiva confusa, Messi es la única realidad que conecta al club con un pasado feliz. Solo si juega Messi los barcelonistas pueden apartar la vista por un momento del televisor y verse con 10 años rebotando el balón contra el muro del colegio para hacer el regate más viejo del mundo.

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