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Fórmula 1: Lewis Hamilton no tiene piedad ni siquiera en el emotivo día de Ferrari y Schumacher

Los 1000 grandes premios de Ferrari. El estreno en la Fórmula 1 del Autódromo Internacional del Mugello, uno de los hogares de la Scuderia. Unas vueltas de exhibición del auto rojo con que Michael Schumacher logró su séptima y última corona (récord), en 2004, esta vez manejado por su hijo, Mick. Algo de público (2880 personas) por primera vez en la temporada, a 120 kilómetros de la fábrica de Maranello. Los coches del cavallino rampante pintados esta vez de bordó, en honor a ese primer modelo, el de 1950, en los albores de la categoría reina del automovilismo. Todo muy Ferrari en un domingo espléndido en el norte de Italia.

Salvo algo: Lewis Hamilton se impuso en el Gran Premio de Toscana Ferrari 1000, con un Mercedes. Y quedó a un triunfo de distancia del récord de 91 de Schumi (hoy, aún convaleciente de un accidente de esquí de fines de 2013). El piloto inglés no tiene conmiseración. Si nada extraordinario sucede, es el que levanta el trofeo más grande y hace sonar el himno británico en el podio.

Mercedes, gran rival de Ferrari no sólo en la Fórmula 1 sino también en el mercado automotriz, en los coches de calle, domina en todo tipo de pistas. Y la electrizante de Mugello, con sus curvas rápidas, sus subidas y bajadas, sus contracurvas, debió rendirse a la marca de la estrella de tres puntas en el círculo. Valtteri Bottas completó otro 1-2 de formulario para el constructor que gana campeonatos sin pausa desde 2014. El único gesto de Mercedes a Ferrari fue el auto de seguridad pintado de rojo para la ocasión, en reconocimiento a una escuadra gloriosa en las 71 temporadas de Fórmula 1, de las cuales el equipo de las flechas de plata -ahora, negras- participó en apenas 13 (1954, 1955 y desde 2010).

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Michael Schumacher, tan alemán como la empresa de Stuttgart, terminó su trayectoria en Mercedes, con la que tenía buen vínculo ya antes de compartir esas últimas tres campañas (2010 a 2012) en las que no consiguió más que un tercer puesto (Valencia 2012). Pero el crack de Hürt-Hermülheim es un icono de Ferrari. Llegó como bicampeón en 1996, exigió que lo acompañaran ciertos técnicos en quienes él confiaba, conformó el equipo de trabajo más ganador de todos los tiempos (Jean Todt, director deportivo; Ross Brawn, director técnico; Rory Byrne, diseñador) y arrasó con cinco títulos entre 2000 y 2004. Nadie más productivo para la casa de Maranello en su rica historia.

Por eso, que Mick girara con el F2004 emocionó en Mugello. Sin mencionar que aquel motor de 10 cilindros en V a 90° y 3000 centímetros cúbicos sonaba mucho mejor a oídos de los aficionados a la F. 1 que los actuales híbridos, más roncos. El hijo del supercampeón compite en la telonera Fórmula 2 y venía de triunfar en Monza, otro escenario caro a los sentimientos de los tifosi. Ya se hace un nombre, pero por ahora es más el heredero de Michael que Mick. Y en parte por eso, verlo acelerar ese Ferrari pareció ver acelerar a su padre, máxime cuando en estos casi siete años Michael no ha aparecido públicamente, con mucho misterio sobre su estado de salud y su capacidad cognitiva actual.

Pero business are business para Hamilton, que hace su negocio donde sea. Su misión es ganar todo y ya no sólo le falta una victoria para empardar a Schumacher: tiene seis cetros y le resta uno para ponerse a la par del piloto más exitoso de todas las épocas de la Fórmula 1. Y al de 2020, con nueve fechas cumplidas sobre 17, ya casi se lo encarga al orfebre. En Mugello el británico dio otro paso, con algo de suerte y mucho de superioridad. Falló en la largada inicial, cuando lo superó Bottas, pero un accidente múltiple en el primer relanzamiento de la carrera le dio una nueva chance. Luego, en el reinicio tras la bandera roja, con partida desde posiciones detenidas, se desquitó de su compañero y tomó la vanguardia. Y a 14 giros del final hubo otra reanudación desde los cajones de la grilla, y Hamilton tampoco falló. El resto fue lo de siempre: girar cómodo delante, exigiéndose si se ve amenazado. Un dominio casi a voluntad, por más que la distancia final en los cronómetros no sea tanta.

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Sí lo es, y cada vez más, en la tabla de posiciones, en la cual los Ferrari están cada vez más atrás. En su Mugello, fueron apenas octavo al mando de Charles Leclerc y décimo en manos de Sebastian Vettel. Demasiado poco presente como para celebrar en un día tanta gloria acumulada.

Como la que ya tiene Hamilton, que va por más sin saciarse. En Rusia, dentro de dos domingos, o más tarde, igualará a Schumi, si nada se interpusiere. Y a fin de año festejará la séptima conquista, tan rampante como el cavallino que lo mira con añoranzas.