Si decidiste odiar a Lewis Hamilton, claramente te equivocaste

BUDAPEST, HUNGARY - JULY 19: Race winner Lewis Hamilton of Great Britain and Mercedes GP reacts in parc ferme after the Formula One Grand Prix of Hungary at Hungaroring on July 19, 2020 in Budapest, Hungary. (Photo by Clive Mason - Formula 1/Formula 1 via Getty Images)
Photo by Clive Mason - Formula 1/Formula 1 via Getty Images

Hubo al menos seis meses en los que Lewis Hamilton se convirtió en el deportista más odiado de toda España. Sin exageraciones. Era el odio a Hamilton un odio visceral, sin fisuras, de los que vertebran a un país como si estuviera en guerra. El gol de Iniesta, el de Torres… y el coche parado de Hamilton en Interlagos por tocar el botón equivocado. Aquel Mundial de 2007 no lo ganó Fernando Alonso pero hasta cierto punto nos dio igual: esos segundos de mofa patria, comentaristas incluidos, mientras el británico intentaba volver a darle velocidad a su McLaren nos arreglaron un año lleno de broncas, venganzas y rencores.

Hamilton tenía 22 años y, como diría Cristiano Ronaldo, era guapo, rico y buen piloto. Excelente piloto, incluso. Arrogante y temerario, tanto como para arrinconar a un dos veces campeón del mundo sin importarle que fuera su compañero. Era los tiempos de los romances con estrellas del pop y portadas en revistas de moda. Los años en los que Hamilton se parecía mucho más a James Hunt que al implacable Michael Schumacher. Tanta distracción no ayudó, desde luego. En 2008, se tomó la revancha ganando casi de rebote su primer mundial en medio de un diluvio mientras el padre de Massa abrazaba a todo el mundo. Después, McLaren pasó a ser un equipo del montón y las cosas cambiaron… pero el talento siguió ahí.

Ahora que se encamina a su séptimo Mundial, el sexto en siete años, conviene recordar aquellas temporadas de plomo: Hamilton tenía 25 años, veía a Alonso en Ferrari, a Vettel en Red Bull y se resistía a considerarse un perdedor. Piloto de una ambición en pista formidable, agresivo hasta lo temerario y con unas manos al volante bajo la lluvia dignas de los mejores de la historia, Hamilton ya no competía por mundiales… pero hacía de cada carrera un Vietnam. No ha habido temporada en estos catorce años en los que Lewis no ganara al menos una carrera, no logrará al menos un quinto puesto en la clasificación final.

Convertido en una especie de francotirador y con sus propios problemas con McLaren, odiar a Hamilton empezó a resultar una tarea complicada incluso para Antonio Lobato. Cuando fichó por Mercedes en 2013, pareció un movimiento errático: la marca alemana venía de un regreso complicado de Michael Schumacher y no se sabía exactamente qué podía ofrecer. Hamilton nunca había salido del nido que le había construido Ron Dennis y la combinación se antojaba incierta: aquel 2013 fue el del cuarto título consecutivo de Vettel… y Hamilton acabó cuarto a más de 200 puntos del alemán, superado también por el Red Bull de Webber y el Ferrari de Alonso. Más o menos como el año anterior.

Y, sin embargo, todo cambió: Alonso se fue de Ferrari, Vettel se fue de Red Bull, y Mercedes construyó un coche sencillamente imbatible. Cuando el mejor piloto ocupó el mejor coche, se acabaron las narrativas. Sólo su compañero Nico Rosberg ha podido evitar la hazaña de los siete títulos consecutivos… y tan lejos tuvo que llevar su cuerpo y su mente que prefirió retirarse de la Fórmula Uno antes de volver a coincidir con el ansioso de Lewis en un “paddock”.

Desde entonces, la batalla de Hamilton es contra la historia: este año igualará a Schumacher como el piloto con más mundiales en su palmarés, pero hay más registros que cuentan: es ya el piloto, con mucha diferencia, que más pole positions ha conseguido, y, tras el paseo del domingo en Hungría, donde dobló a más de media parrilla, está a siete victorias de igualar a Schumacher en el número de carreras ganadas. Probablemente, lo consiga este año si el coronavirus no lo impide. Si no, lo hará el que viene. Más cerca aún queda el récord de podiums conseguidos, a apenas cuatro de distancia.

Mucho ha cambiado Hamilton en estos años: ya no es un chiquito malcriado sino un señor de 35 años involucrado en causas sociales. Suya fue la iniciativa de comenzar el año con un gesto solidario hacia el movimiento Black Lives Matter, aunque su éxito fue cuestionable porque Hamilton nunca ha sido de hacer amigos y nunca ha pretendido ser un líder carismático. El corredor al que tanto odiaste hace trece años es ahora un hombre que limita los errores para seguir dominando con puño de hierro. Ya no necesita remontadas imposibles, ya no necesita adelantamientos voraces. Sale el primero, acaba el primero, recoge y se va. En perspectiva, no hay nada en Lewis Hamilton que justifique el odio o siquiera la manía. Es uno de los más grandes de la historia, sin discusión, y espero que hayamos aprendido a disfrutarlo.

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