Letizia, la tozuda perfeccionista mandona y no sé qué más.

La reina que sólo mueve ramos de flores con más o menos gracia. Un maniquí para que alabemos o nos lancemos a degüello sobre sus estilismos. Una cara en la que diseccionar sus retoques estéticos. Una sonrisa blindada sobre la que dilucidar posibles crisis matrimoniales.

Una mujer sobre la que lanzar todos los dardos.

REUTERS/Susana Vera
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Los que no se lanzarían a un hombre.

El portal Vanitatis ha buscado la palabra que la defina, en su 48 cumpleaños. La más utilizada es perfeccionista. Pero lo que sería un halago si definiera a un hombre, se interpreta como un rasgo negativo si define a una mujer.

Letizia la perfeccionista.

¡Qué mal todo!

REUTERS/Eloy Alonso
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Él es perfeccionista, y consigue la excelencia así, porque no deja pasar las cosas mal hechas. Es un tipo que manda sobre su equipo y que proyecta una sensación de liderazgo seguro. Sonríe cuando tiene que hacerlo. Es ambicioso. Un gran trabajador. Sabe relacionarse.

Llegará lejos.

Ella también es perfeccionista. Una bruja que no deja pasar ni una hasta que esté todo como ella quiere. No es líder, es mandona. Fijaos en su sonrisa falsa, será que todo es fachada. Menuda ambición, ¿quién se habrá creído que es? A saber cuántas ha chupado. Sólo tenéis que ver la gente con la que se relaciona.

Menuda zorra.

REUTERS/Juan Medina
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Si destacas eres una mandona.

Si no, un florero.

El florero que no querían ser los hombres. Ya pasó con Urdangarín. "Urdangarín no quería dejar sus negocios en Noós y ser un florero”, le contó su ex socio Diego Torres al juez.

Un florero. Claro. Pobre macho relegado a esposo de una Infanta.

Quita, quita. No vaya a ser como Letizia, que sólo las mujeres pueden ser relegadas por matrimonio.

¿Qué será lo que impide a los consortes masculinos adoptar el papel de cabeza gacha que parecen asumir con tanta naturalidad sus iguales femeninas? No imagino a Daniel Westling de Suecia dejando su empresa de gimnasios por lucir ramo aquí modelito allá.

REUTERS/Arnd Wiegmann
REUTERS/Arnd Wiegmann

Vean también las grandes cumbres mundiales en las que mientras ellos (des)arreglan el mundo las primeras damas toman té o visitan algún hospital. Ni rastro de consortes masculinos. No verán a Joachim Sauer, el profesor de física cuántica esposo de Merkel que raramente aparece en público, ni al marido de la primera ministra australiana, un ex promotor inmobiliario que dejó el trabajo tras casarse y que es el que más cómodo parece en su papel: ahora se dedica a obras de caridad. Cuando estaba vivo, a Nestor Kirchner ni se le ocurrió ir de como consorte de su Cristina; si ella se iba de cumbre él aprovechaba para pasearse por el otro extremo del mundo.

¿Se imaginan a un futuro primer caballero de Estados Unidos bailando con la gallina Caponata como hacía Michelle Obama? Claro. Los hombres no son floreros.

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