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Piojos, no puedes escapar de ellos ni aunque te sumerjas a 2000 metros

Ejemplar de <i>Lepidophthirus macrorhini</i> sobre la piel de un elefante marino. (Crédito imagen: Laboratorio Leonardi vía New York Times).
Ejemplar de Lepidophthirus macrorhini sobre la piel de un elefante marino. (Crédito imagen: Laboratorio Leonardi vía New York Times).

A pesar de su simplicidad y pequeño tamaño los insectos han conquistado casi todo el planeta, y si digo casi es porque hay un lugar en el que no te encontrarás con ninguno: el mar abierto. A lo mejor crees que las pulgas de mar que ves cada verano en la orilla de la playa, marcan la frontera, pero en realidad estas criaturas no son insectos sino diminutos crustáceos inofensivos que no pican, pero que pueden realizar grandes saltos.

Es un hecho fácilmente constatable a poco que embarques. De los 5 millones de especies de insectos que habitan el planeta tierra, no hay ninguna que se haya mudado a vivir al océano. ¿La razón? Probablemente se deba a que su sistema de respiración (recordad que inhalan oxígeno y exhalan CO2 a través de una red de tubos llamados tráqueas) les impide bucear en aguas profundas, algo fundamental si uno quiere ocultarse de los depredadores.

Pero hete aquí que, como en casi todo, con esto de los insectos también se aplica aquello de la excepción que confirma la regla. Y es que existe una especie que “indirectamente” puede permitirse el lujo de sumergirse a enormes profundidades marinas, en las heladas aguas del océano antártico, para emerger tan campante.

En efecto, tal y como nos sucede a nosotros con el Pediculus humanus (el piojo que nos parasita desde el principio de los tiempos) los elefantes marinos del sur han evolucionado con su propia maldición cutánea a bordo: el Lepidophthirus macrorhini.

A pesar de lo extremos del ambiente en el que se mueven estas enormes bestias (hay machos que llegan a alcanzar pesos de hasta 4 toneladas), los elefantes marinos del sur (Mirounga leonina) no consiguen librarse de sus parásitos ni cuando se sumergen a 2.000 metros en las profundidades de las heladas aguas antárticas por períodos de hasta diez minutos.

Las pulgas se reproducen únicamente cuando los elefantes marinos descansan en tierra firme, lo cual hacen formando grandes grupos en las costas de la Patagonia austral, o de la Antártida y sus archipiélagos. Una vez en el agua, estos parásitos se mantienen aferrados a las aletas posteriores de los mamíferos marinos. Por lo que puedo leer, tienen un gran tamaño (son tres veces más grandes que los piojos humanos) y su apariencia es la de cangrejitos pequeños.

Poco después de nacer, las crías de los elefantes marinos se infestan con los piojos que portan sus madres, y a pesar de que su hábitat no es el más “confortable” (estos pinnípedos pasan 10 meses al año en la Antártida), el incordio de los piojos les acompañará durante toda su vida.

En 2015, la bióloga marina María Soledad Leonardi, del Instituto de Biología de Organismos Marinos de Argentina, descubrió piojos vivos en machos de elefante marino que se trasladaban a la Isla Rey Jorge (la mayor de las Sheltand del Sur) para reproducirse.

Imagen de la bióloga María Soledad Leonardi buscando piojos en la aleta de una cría de elefante marino austral. (Crédito imagen: Laboratorio Leonardi vía New York Times).
Imagen de la bióloga María Soledad Leonardi buscando piojos en la aleta de una cría de elefante marino austral. (Crédito imagen: Laboratorio Leonardi vía New York Times).

Dedujo, que si los piojos estaban vivos era porque de algún modo sobrevivían a las grandes inmersiones que efectúan los elefantes marinos, y para comprobar su teoría extrajo varios parásitos de las aletas posteriores de 15 cachorros que descansaban en las playas de Península Valdés (Argentina).

Ya en su laboratorio, se propuso simular las condiciones de presión a las que pueden enfrentarse los pinnípedos cuando realizan sus inmersiones, para ver si los piojos efectivamente sobrevivían. Así, sometió a los parásitos a todo un amplio abanico de presiones, oscilando entre los 300 y los 2.000 metros durante 10 minutos.

¿Resultado? De los 75 piojos con los que experimentó 69 emergieron vivos. Como curiosidad, uno de los piojos se vio sometido accidentalmente durante unos pocos segundos al equivalente a 4.500 metros de profundidad. Y sí, podéis adivinarlo, el insecto sobrevivió.

Ahora la pregunta es cómo lo logran. ¿Cuál es el secreto que permite a este insecto hacer lo que ningún otro en el mundo? Los investigadores sospechan que cuenta con algún mecanismo que consigue bloquear totalmente sus tráqueas, y que al mismo tiempo los piojos consiguen reducir su actividad metabólica al mínimo para así aguantar sin respirar.

En próximos experimentos, el equipo de biólogos argentino tratará de descubrir el truco evolutivo de este resistente piojo, el único insecto conocido capaz de semejante gesta submarina.

El trabajo del equipo de Mª Soledad Leonardi se publicó en Journal of Experimental Biology.

Me enteré leyendo The New York Times.

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