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El legado de Dubovsky

Madrid, 20 jun (EFE).- Zurdo exquisito con gran visión de juego, regate y velocidad, la figura de Peter Dubovsky engrandeció y puso en el mapa al fútbol eslovaco, que décadas después de la trágica muerte de su primer jugador mediático reconoce el legado de un futbolista que en 1993 fichó por el Real Madrid para acabar sus días en el Oviedo.

Cuando Ramón Mendoza ató el fichaje de Dubovsky, anunció la llegada de un competidor para Emilio Butragueño, Alfonso Pérez e Iván Zamorano. Por 500 millones de las antiguas pesetas adquirió al mejor jugador eslovaco del año. Con sólo 21 años, Dubovsky ya había despuntado en su país, que enseguida puso el foco sobre su figura.

Su fichaje por el Real Madrid no pasó desapercibido en Eslovaquia. Fue una de las noticias del año, sólo por detrás de la más importante: la división en dos países de Checoslovaquia el 1 de enero de 1993. Así, Eslovaquia nacía con la salida al extranjero de una de sus mayores promesas.

En ese momento, Dubovsky ya acumulaba catorce internacionalidades con Checoslovaquia. Después, defendería los colores de Eslovaquia en 33 partidos en los que anotó 12 goles, uno menos de la mitad de los que ha sumado el máximo anotador histórico del país centroeuropeo, Marek Hamsík. Con una diferencia: el nuevo fichaje del Trabzonspor los ha conseguido en 120 encuentros.

Precisamente, el mismo Hamsík, probablemente el mejor jugador de la historia de Eslovaquia, siempre ha reconocido la influencia de Dubovsky en el fútbol de su país. Cuando puede, lo hace. Como en la Eurocopa de Francia 2016, tras marcar un golazo a Rusia en la fase de grupos. Entonces, no dudó en acordarse del eslovaco: "Es una referencia para nosotros, nadie le olvida", dijo.

Aquellas palabras las pronunció 16 años después de su fallecimiento, un 23 de junio de 2000. A punto de cumplirse 21 del desgraciado accidente que acabó con la vida de Dubovsky, su legado no ha quedado en el olvido.

Y eso que en el club que le hizo mediático, no consiguió asentarse. En su primer año, llegó a participar en 36 partidos del Real Madrid, aunque casi nunca titular por detrás de Zamorano, Butragueño y Alfonso. En el segundo, la irrupción de Raúl acabó por sentenciar la carrera del eslovaco en el conjunto blanco y tuvo que hacer las maletas para jugar en el Oviedo.

A lo largo de cinco temporadas en el club asturiano, con entrenadores como Ivan Brzic, Juan Manuel Lillo, Óscar Washington Tabárez, Fernando Vázquez y Luis Aragonés, consiguió hacerse un hueco en los corazones de los aficionados que acudían cada partido al estadio Carlos Tartiere.

Allí no olvidan la tripleta atacante que formó con Carlos y Oli que selló una permanencia en Primera División en su primer curso. Después, mantuvo una tendencia de altibajos, con actuaciones brillantes oscurecidas por encuentros desaparecido. Una lesión en una rodilla tampoco ayudó a Dubovsky, que, sin embargo, siempre fue resolutivo en los momentos importantes para salvar al Oviedo con sus goles.

Entonces, llegó el verano de 2000, que prometía ser largo y perfecto para descansar con Eslovaquia fuera de la fase final de la Eurocopa. Pero el destino le deparó una tragedia. Junto a su pareja, se marchó a Tailandia de vacaciones y allí desapareció para siempre después de sufrir una desgraciada caída en una catarata que acabó con su vida.

Con 28 años, se fue un futbolista que estaba destinado a conducir a Eslovaquia hacia su primera competición internacional. Sin él, costó. No llegó hasta el Mundial de Sudáfrica 2010. Luego, disputaría la Eurocopa de Francia 2016. Y, ahora, en 2021, pelea por alcanzar los octavos de final que se jugará en un partido a vida o muerte ante España.

En el recuerdo de todos los eslovacos se mantiene la figura de un hombre que abrió el camino al resto. Cuando en Eslovaquia era impensable fichar por un club grande, Dubovsky rompió la baraja y aterrizó en el Real Madrid para abrir el camino a las siguientes generaciones que más de dos décadas de su muerte no olvidan a quien fue su guía. A punto de cumplirse 21 años de su fallecimiento, su legado sigue más vivo que nunca.

Juan José Lahuerta

(c) Agencia EFE