La violencia acabó con el clásico Peñarol-Nacional

“Estamos matando a la pasión”. El presidente de Peñarol, Juan Pedro Damiani, declaraba desconsolado tras la suspensión del clásico Peñarol-Nacional, partido que debió jugarse este domingo y que las bestias de siempre lo impidieron.

¿Los culpables? Muy simple: los dueños del fútbol. Duele decirlo, pero las Barras Bravas hacen y deshacen a voluntad, en todos lados, en cada uno de los países de nuestro continente, algunos con mayor poder, como en el caso de Argentina, otros copiando un “modelo” lamentable, triste, confirmando las palabras de Damiani.

Todo comenzó antes del inicio del partido cuando los delincuentes disfrazados de hinchas de Peñarol destrozaron los puestos de comidas del histórico estadio centenario de Montevideo, para luego enfrentarse a la policía, hiriendo a varios de ellos.

Ante la gravedad de los hechos, el árbitro Leodán González decidió suspender el partido apoyado por las autoridades policiales y los dirigentes de ambos clubes.

Diego Polenta, capitán de Nacional, aturdido por los hechos, dijo de manera contundente: “Si la cosa sigue así, prefiero irme. Quedó claro que se fue todo de las manos”.

Se fue de las manos, del control. Y lo peor que nadie hace nada por cavar con esto, ni en Uruguay, ni en Argentina. En ningún lado. Hay libertad de acción para los malvivientes y así el fútbol se muere.

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