Revolución ecológica en el fútbol: a más cáscaras de pipas, mejores campos

Directivos de la Real Sociedad presentan la campaña de recogida de cáscaras de pipas. Foto: Twitter @RealSociedad
Directivos de la Real Sociedad presentan la campaña de recogida de cáscaras de pipas. Foto: Twitter @RealSociedad

Comepipas. En según qué entornos, este adjetivo se ha convertido en un término bastante despectivo. Lo usan algunos aficionados futboleros, normalmente los más animosos, para quejarse de los compañeros de grada que, en lugar de pasarse el partido cantando y saltando, dedican los noventa minutos a ver el espectáculo sentados en su butaca mientras consumen algún alimento, que, por las peculiaridades culturales españolas, muy a menudo se trata de pipas de girasol.

Intriga mucho a los extranjeros esta costumbre ibérica de zampar lo que, para ellos, no es más que comida para pájaros. Pero está muy enraizado en nuestra cultura, y para muchos es inconcebible un partido sin su correspondiente bolsa de pipas. El problema, claro, es que de la pipa solo se come el interior, la semilla; la cáscara se desecha, normalmente tirándola al suelo. Y muchos aficionados comiendo muchas pipas son muchas cáscaras por los suelos; tantas como tres mil kilos solamente en el estadio de Anoeta, el de la Real Sociedad de San Sebastián, durante la pasada temporada.

Toda esa basura supone un problema tanto ecológico, por lo mucho que ensucia, como logístico, por el esfuerzo que supone recogerla tras cada encuentro. Pero al club vasco se le ha ocurrido una idea brillante para resolverlo. La fundación del club lleva unos cuantos partidos (antes solo en algunas zonas, a modo de prueba; desde el enfrentamiento de este sábado contra el Leganés, en todo el campo) poniendo en marcha una campaña peculiar: reparte cientos de cajas de cartón de color naranja para pedir a los aficionados que echen ahí sus cáscaras. La idea es acumularlas durante todo el año para posteriormente transformarlas en compost que servirá para abonar las huertas de la provincia de Guipúzcoa.

La iniciativa ha conseguido una buena acogida. A los comepipas no les supone absolutamente ningún esfuerzo y se logra un beneficio medioambiental notable, en una situación en la que, a la larga, todo el mundo sale ganando. Aunque, como de costumbre, siempre hay alguien que no está de acuerdo del todo…

…pero en general, a la gente le ha parecido muy bien y ha empezado a concienciarse de la necesidad de contribuir a la limpieza y ayudar al entorno. De hecho, en vista del éxito, ya se está pidiendo que la idea se copie en otros campos españoles, teniendo en cuenta las grandísimas cantidades de pipas que se comen en todo el país.

Aunque ha surgido de forma independiente, esta campaña puede vincularse a otras concebidas para ayudar a preservar el entorno natural a través del fútbol. No hace mucho, por ejemplo, que algunas marcas de ropa deportiva decidieron fabricar sus productos empleando para ello plásticos reciclados. Así está creada, por ejemplo, la tercera camiseta del Real Madrid para la presente temporada. La materia prima se obtuvo de los desechos que contaminan los océanos: se estima que cada año ocho millones de toneladas llegan a las aguas de todo el planeta.

Otros ejemplos dignos de mención se están viendo en la construcción de nuevos estadios. Ya no basta con preocuparse por el aforo o la comodidad de los espectadores: se tiende a edificar las nuevas estructuras intentando respetar al máximo el entorno e integrando en ellas sistemas de obtención de energía de fuentes renovables. El Wanda Metropolitano, la casa del Atlético de Madrid desde hace una temporada y media, puede presumir de placas solares con las que funciona el suministro de agua caliente para los vestuarios… y hasta se obtiene electricidad de sobra.

Hay clubes que van más allá y hacen de la ecología su bandera, incluso por encima de los resultados deportivos. El Forest Green Rovers es más conocido por sus iniciativas medioambientales que por su rendimiento en la League Two (cuarta categoría) del fútbol inglés. Desde que el empresario Dale Vince se hizo cargo de la presidencia, el club ha instalado paneles solares por todas partes (incluso en un robot que se encarga de cortar el césped), ha plantado hierba orgánica en el terreno de juego, está planeando construir un campo nuevo totalmente de madera… e incluso se ha declarado oficialmente vegano, obligando a sus jugadores a seguir esta dieta y vendiendo solo productos vegetales (por supuesto, de agricultura sostenible) en los puestos de comida para sus aficionados.

Cartel en el estadio The New Lawn del Forrest Green advirtiendo de que el césped ha recibido un “tratamiento eco”. Foto: Getty Images.
Cartel en el estadio The New Lawn del Forrest Green advirtiendo de que el césped ha recibido un “tratamiento eco”. Foto: Getty Images.

Casos como este último quizás sean un tanto exagerados, sobre todo en lo referente a la alimentación. Pero sí que es elogiable la tendencia de intentar convenir al fútbol en un deporte más sostenible. En la medida en la que es una de las actividades más populares entre aficionados de todo el mundo, cualquier avance que se logre tendrá una trascendencia enorme en la población. Y esto es especialmente importante en una época en la que destacados dirigentes políticos (sin ir más lejos, el mismísimo presidente de los Estados Unidos) se atreven a omitir todos los argumentos científicos y negar el cambio climático.

Poco a poco vamos por el buen camino, aunque a veces parezca que damos uno o varios pasos atrás. Como muestra en sentido negativo tenemos la organización prevista, en 2022, de todo un Mundial en un país extremadamente caluroso como es Catar. Muchas polémicas rodean este torneo; aquí, ahora, nos centraremos solo en las relativas al medio ambiente. Aunque se va a jugar en noviembre y diciembre, las temperaturas pueden superar holgadamente los 30 grados, lo que obligará a instalar enormes climatizadores para que en los estadios el ambiente sea soportable, con el consumo energético que eso supone. Los organizadores aseguran que será el propio sol el que genere la electricidad que permita ponerlo todo en marcha sin emitir gases de efecto invernadero, pero es un reto de ingeniería y tecnología de tal calibre que habrá que ver hasta qué punto funciona.

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