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La autopsia demuestra que a los 29 años tenía el cerebro de una anciana

Jacinda Barclay pateando un balón ovalado.
Jacinda Barclay disputando un partido de fútbol australiano. Foto: Matt King/Getty Images.

El pasado 12 de octubre de 2020 se encontró el cuerpo sin vida de Jacinda Barclay en su domicilio en la ciudad de Perth. Barclay fue una deportista polifacética que triunfó en varias disciplinas. Empezó su carrera en el béisbol, con el que llegó a jugar en cinco mundiales con la selección australiana; luego se pasó al fútbol americano, siendo quarterback titular del New South Wales Surge, el equipo campeón en la primera (y última) edición del torneo de su país, y resultando elegida mejor jugadora ofensiva; y recientemente se convirtió en una de las estrellas de la recién creada liga femenina de fútbol australiano (que no es el balompié común que se juega en Oceanía, sino un juego totalmente distinto, fácilmente reconocible porque los partidos se disputan con balón ovalado y en un campo de la misma forma). Su desaparición con solo 29 años causó un gran impacto en la sociedad de nuestros antípodas.

Y más aún cuando se conocieron las causas. Porque, según todos los indicios, Jacinda decidió ella misma poner fin a su vida. Su suicidio fue particularmente sorprendente y desgarrador, toda vez que se trataba de una mujer con gran éxito profesional que gozaba del respeto y la admiración del público y a quien, además, sus compañeras siempre habían definido como una líder llena de energía y positividad.

El factor que puede explicar que optara por una solución tan drástica es la enfermedad mental que sufrió durante sus últimos meses de vida. Sus familiares y amigos contaron al Guardian que su carácter "se alteró profundamente" en ese tiempo, transformando muy rápido a una persona que siempre había sido alegre, abierta y generosa en una mujer depresiva, encerrada en sí misma y con mucho dolor. Ella misma notaba que algo le ocurría, así que antes de fallecer decidió donar su cerebro al Australian Sports Brain Bank, una institución especializada en estudiar posibles daños neurológicos en deportistas de élite.

Jugadoras de fútbol australiano, alineadas y abrazadas mientras guardan un minuto de silencio
Jugadoras del Greater Western Sydney Giants, el equipo en el que jugaba Barclay, guardando un minuto de silencio en su memoria en el primer partido disputado tras su muerte. Foto: Mark Kolbe/Getty Images.

Las conclusiones a las que llegó Michael Buckland, el neuropatólogo que examinó su encéfalo, son claras. Aunque Barclay no llegó a desarrollar encefalopatía traumática crónica (ETC), la dolencia degenerativa más habitual en situaciones similares, sí que había graves alteraciones en la sustancia blanca, el tipo de tejido que conforma el interior del cerebro, que se había endurecido y ensanchado. "Los vasos sanguíneos presentaban cambios que normalmente se ven en gente anciana, no en alguien de la edad de Jacinda que además estaba en plena forma física. Un deportista de élite no debería tener esos cambios. Había evidencia de daños en la sustancia blanca alrededor de esos vasos alterados", asegura el investigador.

Buckland insiste en que, aunque raramente tiene ocasión de estudiar cerebros tan jóvenes, en este ha visto anomalías mucho más pronunciadas que los que suele encontrar en otros de más edad. Y otro de sus colegas, el profesor Alan Pearce, recuerda que "la literatura médica tiene bien establecido que las contusiones causan daños en la sustancia blanca. Precisamente el fútbol australiano, el deporte que practicaba Jacinda, es muy propenso a impactos en la cabeza en los forcejeos abundantes que se producen para hacerse con la pelota.

Pearce indica que no está claro exactamente cómo se vincula la degradación de la sustancia blanca con el desarrollo de ETC, pero que sí se sabe con certeza que la acumulación de golpes acaba generando daño cerebral significativo. El asunto es más complicado porque casi todos los estudios que se han hecho hasta ahora han sido con cerebros de hombres; se desconoce si los efectos en los de las mujeres son similares o si hay alguna diferencia significativa. "Ellas juegan tan duro como ellos, pero aún estamos muy por detrás en nuestra comprensión de los efectos", reconoce Buckland.

Las conclusiones a las que han llegado los científicos, aunque sea de forma preliminar, y el testimonio de quienes vivieron el periodo final de la vida de Barclay reabren el debate sobre el riesgo de los golpes en la cabeza para los deportistas de élite. Hasta ahora teníamos estudios a gran escala, investigaciones generalizadas, estadísticas, cifras, todo tipo de datos fríos y quizás un tanto deshumanizados. Ahora podemos ponerle nombre, apellido y cara a una de las víctimas.

Jugadoras de fútbol australiano celebrando un gol.
Barclay (centro) celebrando haber anotado un gol en un partido de 2018. Foto: Scott Barbour/Getty Images.

Porque Jacinda no es, lamentablemente, la primera deportista que acaba suicidándose tras un proceso de degeneración neurológica similar. Ha habido anteriormente casos muy truculentos, con consecuencias escabrosas. Es célebre, por ejemplo, el de Aaron Hernández, quien fuera jugador de la NFL y se quitó la vida en prisión, a los 27 años, mientras cumplía condena por homicidio. O el del luchador Chris Benoit,antigua estrella del wrestling que en tres días de 2007 asesinó a su esposa y a su hijo de 7 años y después se ahorcó. En ambos casos el estudio posterior de sus cerebros determinó que padecían ETC. La gran diferencia con respecto a la australiana es que ella vio venir lo que ocurría y por eso decidió previamente entregar su encéfalo a los investigadores.

Sin llegar a estos extremos, los daños cerebrales como consecuencia de los impactos repetidos en la cabeza son un problema grave en multitud de deportes, tal como se lleva constatando desde hace tiempo. El fútbol (la variante habitual del mundo hispanohablante, con su esférico manejado con los pies y su campo rectangular) tiene un historial larguísimo de casos de demencia en jugadores retirados. En el rugby y en la NFL norteamericana se viven circunstancias parecidas y también ha habido que lamentar tragedias.

Sin embargo, da la sensación de que no se pone el énfasis suficiente en la existencia de este problema. Ha habido propuestas, como la de prohibir los remates de cabeza en futbolistas de corta edad, y sugerencias pintorescas como nuevos diseños de cascos, pero en la práctica no ha habido cambios significativos ni avances notables en este sentido. Solo nos queda confiar en que la pérdida de una gran campeona como Barclay no haya sido en vano y sirva para concienciar de que el deporte tiene un gran problema que hay que solucionar cuanto antes.

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