¿Es justo que transexuales e intersexuales compitan contra mujeres o lo es más que compitan entre sí?

La atleta sudafricana Caster Semenya en una competición. Foto: MICHAL CIZEK/AFP/Getty Images.
La atleta sudafricana Caster Semenya en una competición. Foto: MICHAL CIZEK/AFP/Getty Images.

Cualquiera que haya visto un acontecimiento deportivo, unos Juegos Olímpicos sin ir más lejos, sabe que, aparte de en las distintas disciplinas que incluya el programa, los competidores se dividen en dos grupos: hombres por un lado y mujeres por otro. Esta distinción obedece a la más evidente diferenciación biológica que se puede hacer en la humanidad y a nadie se le había ocurrido ponerla en duda. Pero los últimos acontecimientos podrían ponerlo todo patas arriba y dar lugar a la creación de una tercera categoría.

Para entender los motivos de tan insólita posibilidad conviene ponerse en antecedentes. Está en estos días el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS, por sus siglas en francés), el organismo internacional que se encarga de resolver disputas relativas a la alta competición, enfrascado en uno de sus pleitos más peliagudos. De hecho, ya ha escuchado todos los testimonios y solo le falta deliberar y adoptar una resolución, que, según ha anunciado, se hará pública antes del 26 de marzo. Se trata del caso de la atleta sudafricana Caster Semenya, dos veces campeona olímpica y tres mundial en la carrera de 800 metros.

Semenya es una mujer, así nació, y como tal, compite en las pruebas de categoría femenina. El problema es que, debido a una anomalía genética, su cuerpo produce mucha más testosterona de lo que es habitual en una mujer. Dicho compuesto químico es la principal hormona sexual masculina y, según los médicos, la responsable de que los machos (no solo humanos, sino de la gran mayoría de especies animales) sean más grandes, fuertes y rápidos que las hembras; de hecho, en ocasiones se usa como dopaje en cantidades añadidas a las generadas por el organismo de forma natural. Es lo que se hacía, por ejemplo, en la antigua Alemania Oriental en los años ’80.

En el caso de esta corredora, las alarmas saltaron cuando, a finales de la década de 2000, se hizo célebre por derrotar a sus rivales con una superioridad aplastante, gracias, según se cree, a la ventaja que le proporciona su desequilibrio hormonal. De hecho, tras su triunfo en el Mundial de 2009 se tuvo que someter a pruebas para confirmar su sexo, ante las sospechas de que hubiera podido consumir sustancias ilícitas. Los resultados de esos exámenes nunca se publicaron oficialmente, aunque se ha descartado el dopaje y las filtraciones a la prensa apuntan a que Semenya podría tener genitales masculinos ocultos, lo que la convertiría en una persona intersexual.

Si bien la controversia al respecto nunca ha terminado de desaparecer (en Sudáfrica incluso consideran que hay un componente de racismo en este asunto), se reconoce a Caster de forma más o menos unánime como una mujer. Pero para la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) sigue siendo injusto que alguien con una anomalía genética como esa compita contra otras mujeres, ya que le proporciona una ventaja. Por eso, hace unos años promulgó una norma que establecía límites en los valores de testosterona en sangre que podía tener una mujer para poder participar. Esta regla obliga a las “atletas hiperandrógenas” a medicarse para rebajar sus niveles hormonales; curiosamente, solo se aplica a las pruebas de 400, 800 y 1500 metros, por lo que muchos opinan que se ha promulgado específicamente para perjudicar a Semenya.

De ahí que la deportista haya recurrido ante el TAS para que anule la medición de la testosterona en sangre como criterio para determinar si alguien es mujer o no. El fallo del tribunal, más allá del tecnicismo, puede marcar una diferencia radical para el futuro del deporte femenino. Porque si mantiene la restricción, la medida puede extenderse a otros deportes (actualmente solo la aplica la IAAF) y convertirse de facto en una discriminación contra mujeres que, por naturaleza, tienen más hormonas… y contra transexuales, hombres que se han sometido a un tratamiento médico para convertirse en mujeres pero que, en algunos casos, conservan niveles hormonales superiores a los de alguien que sea mujer de nacimiento. Y si la anula, estará aceptando como mujeres, sin freno alguno, a las que cuenten con esta anomalía, lo que indudablemente será visto como una injusticia por parte de las que no sufran desórdenes y compitan en inferioridad de condiciones. Personalidades ilustres del deporte, como la tenista retirada Martina Navratilova, se han manifestado en este sentido.

Una solución intermedia

¿Cómo resolvemos este rompecabezas que parece predestinado a que, hagamos lo que hagamos, alguien se sienta legítimamente perjudicado? Una opción interesante es adoptar una tercera vía. Crear a efectos deportivos una nueva categoría, por separado de las dos tradicionales, reservada a personas que, por cualquier motivo, no se consideren hombres, pero que tengan características masculinas marcadas, medibles de forma objetiva (el nivel de testosterona es un buen indicador, aunque serían los médicos los encargados de elaborar las definiciones oportunas).

Este “escalón intermedio” incluiría casos como el de Semenya o el de hombres transexuales en proceso (más o menos completado) de convertirse en mujer, sin entrar a valorar cuestiones subjetivas de identidad, sentimientos o identificación con grupo alguno. Algunas podrían considerarlo segregación y marginación, al no permitirles competir como realmente desean (esto es, como mujeres), pero también hay que tener en cuenta que no parece buena idea, por contentar a un colectivo, perjudicar a todas las demás al hacerlas luchar contra oponentes que parten con ventaja. Además, con la normativa vigente, la alternativa actual para estos colectivos es la prohibición total de competir, la exclusión del deporte organizado, lo que sin duda tampoco es una buena solución.

Una tercera categoría abriría las puertas de la alta competición a un amplio grupo de personas que ahora mismo las tienen cerradas, evitando de paso toda polémica en lo referente al deporte femenino (y de paso ganando en competitividad y en espectáculo: mujeres como Semenya podrían competir contra personas de su nivel y no arrollarían sin oposición como hasta ahora). De paso, por otra parte, sería un impulso extra al deporte de base, permitiendo y fomentando la participación en un sector de la infancia que ahora, en algunos casos, puede sentirse apartado.

Desde el punto de vista puramente funcional, su implantación no sería particularmente problemática, puesto que los deportes serían los mismos, no haría falta absolutamente ningún tipo de adaptación en las instalaciones; el único conflicto logístico, fácilmente superable, sería la necesidad de ampliar los horarios y los turnos de competición. Tampoco excesivamente, puesto que no hay que olvidar que la medida afectaría a un grupo reducido de población y por tanto, ante la cantidad moderada de competidores nuevos, no se requeriría demasiado tiempo adicional para incorporar pruebas.

Los mayores impedimentos para sacar adelante esta iniciativa serían, por supuesto, de tipo psicológico. Por unos motivos u otros, no es de extrañar que haya quien considere que la idea es inadmisible. Pero las mentalidades cambian. Sin salir de nuestro sector, el deporte femenino, no hace demasiado, era visto como una extravagancia digna de ser ridiculizada, y hoy está totalmente normalizado en la sociedad. ¿Quién dice que no podría pasar lo mismo?

Y tú, ¿estás a favor de crear una tercera categoría en el deporte? ¿Te parece buena idea? Si se creara, ¿te gustaría ver sus competiciones? ¿Qué otra solución se te ocurre para este problema? ¡Cuéntanos tu opinión en los comentarios!

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