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Las grietas del plan de la selección argentina: imaginación, pase y control, ausencias que brillan

"...Y queda claro, mirando en perspectiva, que los entrenadores se han adueñado del cerebro del juego. ¿Lo que no nos gusta también se llama evolución?". Jorge Valdano, entre varios etcéteras, es un analista con una lucidez tan elevada que manda al rincón al gremio de periodistas. Estas palabras, extractadas de un artículo que escribió en el diario El País cuando el coronavirus era apenas una amenaza naciente, se posan ahora en el cuerpo de la selección argentina, después de que la noche de la Bombonera vaciara promesas y estirara bostezos en la teleplatea mundial.

A los buenos equipos se los suele definir como "de autor", una gentileza que se les otorga a los entrenadores que los visten atractivamente: muy lejos está Scaloni de recibir esa distinción, pruebas a la vista. Un conjunto robótico, mecanizado, sin pausa ni sociedades le ganó 1-0 a Ecuador el jueves después de haber pateado dos veces entre los tres palos de Alexander Domínguez. Para que quede claro: dos veces en todo el partido. Repite Valdano, para fijar el concepto: "¿Lo que no nos gusta también se llama evolución?".

La selección inclasificable: todavía no sabe dónde está parada

Hay contingencias y decisiones. Que Giovani Lo Celso haya tenido que volverse a Inglaterra sin siquiera entrenarse y que Paulo Dybala sufriera por su estómago son dos elementos del primer orden. Que el DT decidiera colocar a Marcos Acuña por el volante rosarino es una elección que dicta el estilo. Sin pase no hay juego, y a eso se entregó la selección. La sala de máquinas tuvo más pierna que cabeza, incluso con Leandro Paredes en la formación: el volante de PSG, distinguido técnicamente, formó un tándem con Rodrigo De Paul a una misma altura del campo, lo que impidió armar una cadena de pases hacia adelante para progresar.

Si el fútbol se escribe en el medio y se define en las áreas, a la Argentina le está faltando tinta. La presentación en sociedad en las eliminatorias demostró que, con propuestas así, sobran jugadores atléticos pero escasean los que traman el estilo. El fútbol moderno necesita a los primeros: ya no se puede competir en el primer nivel si no se está súper entrenado, más allá de alguna excepción que pueda ser apenas eso. Pero tampoco es posible prescindir de los otros, por más que el fútbol evolucione. Sin pensar no hay manera de jugar bien.

Y esa lucidez ausente en la noche rancia del debut se presentó inmediatamente después. Todavía estaba en la cancha Lionel Messi cuando acertó en el diagnóstico, micrófono delante: "Esperábamos que el nivel de juego fuera otro. Recuperábamos la pelota y queríamos jugar rápido. Sin esa ansiedad hubiésemos podido encontrar mejor los espacios". El fútbol, un juego de engaño, es más veloz cuando hay una pausa, una condición que marida mejor con la cabeza que con las piernas. Si el que no juega se cotiza, en este plantel que anda escaso de librepensadores de la pelota toma más valor la figura de Papu Gómez, el argentino más destacado del fútbol italiano en los últimos años.

Scaloni lo devolvió a la selección después de tres años, pero el capitán de Atalanta no salió del banco de suplentes de la cancha de Boca. "¿Sabes lo que yo miro? Dónde está el árbitro. ¿Quién es el mejor posicionado en toda la cancha? ¡El árbitro! Siempre está solo. Alejado de todo el quilombo. Casi siempre libre. Por eso yo suelo mirarlo, y me tiro donde está el árbitro. Haciendo cosas como esa fui perfeccionando mi nueva función", contó un tiempo atrás en una entrevista. Otra vez: la elección de los que juegan y los que quedan al margen es también una declamación de principios.

Las sociedades lícitas que necesitan Messi y la selección

Messi, el indiscutible as de espadas, necesita socios para jugar. Que los que le andan alrededor sepan leerlo, para encontrarlo en el momento justo. "Yo me desesperaba si pasaba cinco minutos sin tocar el balón. Tienes que llevarlo a donde está el balón, él tiene que participar en la jugada", reflexionó alguna vez Xavi Hernández, el mejor de los que lo rodearon en su carrera, su socio favorito. Basta con apreciar la planilla del capitán contra Ecuador para advertir la falta de asociaciones positivas: el 10 combinó tres veces más con Gonzalo Montiel (le dio 9 pases, más que a cualquier otro compañero) que con Lautaro Martínez (apenas le pasó tres veces la pelota).

¿Y al revés? El delantero de Inter acertó apenas 9 pases (de 11 intentos) en todo el partido, y solo dos de ellos fueron hacia Messi. Otro ejemplo: Paredes encontró solo dos veces al capitán en los 98 minutos que duró el partido. ¿Más? Nadie tocó más veces la pelota que el lateral derecho argentino: Montiel lo hizo 93 veces, aunque resulte imposible advertir una jugada peligrosa que se haya producido en su radio de acción ofensivo.

Paredes, paradójicamente, coincidió más con el capitán afuera de la cancha que adentro. Elegido para tomar la palabra en la conferencia de prensa posterior al triunfo, fue agudo: "Creo que teníamos que cuidar la pelota y erramos más pases de lo común. Era un partido para tenerla un poco más, cuidarla, generar ocasiones con pases cortos y no lo hicimos. Quisimos jugar al ritmo del rival y eso no nos salió bien", analizó.

Hay atenuantes que no se pueden obviar. Los 11 meses sin compartir una cancha, desde los amistosos de noviembre pasado, son una marca insoslayable. La "ansiedad" que mencionó Messi se apoya en otro dato: siete de los titulares nunca habían jugado un partido de eliminatorias. Y más de la mitad del plantel (14 futbolistas) no pasó todavía la barrera de los cinco partidos con esta camiseta. El futuro inmediato avisa que tampoco será sencillo advertir un salto de calidad en la siguiente escala. Los 3640 metros de altura sobre el nivel del mar de La Paz obligan a trazar siempre un plan particular, tan pendiente del oxígeno (y el temor porque falte) como de la pelota.

Pero también se lo puede mirar desde otra perspectiva: si el equipo va a necesitar viajar agrupado por el césped del estadio Hernando Siles, con movimientos inteligentes y esfuerzos controlados, ¿qué mejor que hacerlo pasándose la pelota entre compañeros? "El fútbol", remata Juan Román Riquelme, "no es más que eso: pase y control".