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Cómo la saturación del calendario supone un peligro para el deporte minoritario

Diego Ulissi celebra su victoria en la segunda etapa del Giro de Italia 2020.
¿Sabías que el Giro de Italia está en marcha? Ayer domingo Diego Ulissi ganó la segunda etapa. Foto: Luca Bettini / AFP via Getty Images.

Ayer domingo se disputó la segunda etapa de la edición de 2020 del Giro de Italia. Fue un recorrido breve, de apenas 149 kilómetros, en la parte occidental de la isla de Sicilia, relativamente llano salvo alguna subida fuerte al final, que se decidió en un sprint en el que Diego Ulissi consiguió imponerse a Peter Sagan. La jornada, no obstante, fue polémica porque la organización de la carrera decidió multar con 4.200 euros al equipo Education First por utilizar unos maillots distintos a los que habían comunicado antes de empezar.

Hay posibilidades bastante razonables de que tú, persona entusiasta de los deportes y consumidora habitual de información, no te hubieras enterado de nada de esto. Es más: quizás ni siquiera supieras que el pelotón está recorriendo ahora mismo las carreteras transalpinas. Y eso que hablamos de una de las tres grandes carreras del panorama internacional en un deporte tan popular como el ciclismo, quizás solo por detrás del Tour de Francia.

La ronda francesa, precisamente, acabó hace apenas dos semanas. Y dentro de otras dos, antes incluso de que acabe el Giro, arranca la Vuelta a España, la tercera en discordia. Normalmente todas estas competiciones se disputan repartidas durante el año, pero en este 2020 tan atípico el coronavirus obliga a apiñarlo todo en el poco hueco disponible.

En paralelo, en París, sigue adelante Roland Garros, uno de los cuatro Grand Slams del tenis. En Estados Unidos sus grandes ligas, con la NBA en la cabeza, intentan recuperar el tiempo perdido y disputar las finales de la temporada pasada. Las ligas de fútbol europeas ya se han reanudado (como han podido), apiñando partidos entre semana si hace falta; también hay convocatorias de selecciones nacionales, e incluso la Champions ha sorteado su fase de grupos y pretende empezar este mismo mes.

El espectador común, salvo que haya pasado mucho tiempo cerca de Chernóbil, habitualmente solo cuenta con dos ojos para ver deportes. Su capacidad de atención, por tanto, está limitada. Porque, además, suele ocurrir que el tiempo disponible para el entretenimiento es escaso (debido a esas malas costumbres que tienen los humanos de trabajar, interactuar en sociedad, dormir, alimentarse y demás tareas mundanas) y hay que competir con otras alternativas de ocio como el cine, las series, la música o la que cada uno quiera plantear.

De esta manera, en el mundo del deporte se ha producido en 2020 una paradoja curiosísima. Entre marzo, cuando empezó el confinamiento en casi cualquier lugar del mundo, y más o menos el principio del verano, estábamos desesperados porque el universo se había parado, no había nada que ver y tocaba buscar alternativas más o menos creativas para luchar contra el síndrome de abstinencia. Sin embargo, ahora, con tal de recuperar lo perdido, lo estamos concentrando con una densidad brutal. Y no nos llega.

Los principales perjudicados, los de casi siempre: los minoritarios. El ciclismo, más mal que bien, tiene todavía cierto tirón y aguanta como puede, aunque precisamente el Giro está siendo muy deslucido por la ausencia de algunas figuras que se desfondaron en el Tour y ahora prefieren carreras más cortas. Pero casi nadie está haciendo caso ahora mismo, por pura imposibilidad y por falta de cobertura mediática (a nosotros, lo confesamos, tampoco nos da para ocuparnos de todo a la vez), a los deportes que normalmente tienen que sudar tinta para hacerse un mísero hueco en los informativos.

Porque, más allá de las bicicletas, pocos están atendiendo, por ejemplo, a la liga ASOBAL de balonmano, que, aunque le costó ponerse en marcha, finalmente ya está en ello. Tampoco se ve mucho movimiento en torno al Mundial de motociclismo, en el que, pese a que Marc Márquez es baja por lesión, sigue habiendo competidores españoles destacados y, de hecho, hasta siete de las quince pruebas del calendario improvisado son en nuestro país. Ni siquiera estamos prestando la misma atención que otros años a la Fórmula 1, más allá de las declaraciones altisonantes de Lewis Hamilton.

Futbolistas del Real Madrid y el Barcelona femenino luchan por la pelota.
Leila Ouahabi (izquierda) y Marta Cardona luchan por la pelota durante el primer Real Madrid - Barcelona femenino de la historia. Que, aunque mucha gente ni se enteró, se disputó ayer, domingo 4. Foto: Diego Souto/Quality Sport Images/Getty Images.

El ejemplo que mejor puede explicar lo extraño de la situación es, quizás, el fútbol femenino. Este fin de semana han competido, por primera vez, el recién creado Real Madrid y el mucho más consolidado FC Barcelona en la liga. La cosa daba para promocionarlo y explotar el morbo hasta límites insospechados en el entorno del balompié de mujeres en nuestro país. Sin embargo, más allá de referencias tibias (y un tanto desafortunadas, toda vez que uno de los contendientes es un club recién nacido) a “un nuevo clásico”, para la mayoría de la opinión pública ha pasado bastante desapercibido.

¿Hay manera de solucionar esto? Si existe, no la conocemos. Bueno, sí: que los promotores de los grandes deportes hubieran hecho un ejercicio de responsabilidad para aligerar el calendario, como, por otra parte, pedían bastantes deportistas (en tenis, por ejemplo, las críticas y ausencias de peces gordos en Roland Garros han sido muy llamativas). Pero claro, eso se traduciría en pérdidas económicas que nadie está dispuesto a asumir, por mucho que fuera para ayudar a los compañeros de otras actividades. Porque la deportividad y el fair play están muy bien como eslogan, pero en el mundo real el valor que prima, como por otra parte cabía esperar, es el de la competitividad extrema.

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