Gareth Bale, percepciones y realidad

Después de un tiempo, Gareth Bale casi parecía disfrutarlo: la confrontación, la controversia, el oprobio. Era como si hubiera dejado de tratar de combatirlo, de desperdiciar su energía en corregir malos entendidos o mostrar su desacuerdo con las malinterpretaciones intencionales y, en cambio, los invitara a enfrentarlo.

La bandera, creía Bale, era solo una pequeña broma. Lo había visto —el dragón galés, adornado con el eslogan “Gales, golf, Madrid, en ese orden”, una referencia a un cántico que se había escuchado entre los fanáticos de su selección nacional— algunas semanas antes y lo consideró lo suficientemente gracioso para objetar cuando sus compañeros de equipo sugirieron que tal vez les gustaría mostrarlo.

No obstante, luego surgieron las imágenes de Bale en los partidos de la era del distanciamiento social, sentado en las gradas mientras veía al Real Madrid jugar un encuentro más sin su participación, con la mente evidentemente vagando, enrollando un pedazo de cartón para hacer un telescopio, cubriéndose los ojos con el cubrebocas o simulando que se quedaba dormido.

Todo fue un poco pueril, no del todo profesional, pero en esencia inofensivo; muchos jugadores bromean durante el tiempo que pasan en la banca. (Ha habido casos poco comunes en los que revisan su celular, aunque para muchos esa no es una conducta aceptable). Sin embargo, esas imágenes expresan el aburrimiento, la frivolidad, de un futbolista que desde hace tiempo ha dejado de importarle todo.

Ese, probablemente, era el caso de Bale, muy en sus adentros. Sabía, para entonces, que no jugaría, y que incluso si jugaba, no sería titular en el próximo partido, ni en el siguiente. El director técnico del Real Madrid, Zinedine Zidane, había dejado muy en claro que Bale no figuraba en sus planes, y mucho menos en su equipo.

Los hinchas del Real Madrid —aunque estén ausentes de las gradas— desde hace tiempo le habían hecho saber a Bale que ya no era bienvenido. Los aliados del equipo en los medios informativos españoles habían revelado de manera intencional, una y otra vez, que la jerarquía del club se sentía de la misma manera. Alguien, en algún lugar había estado informando a los reporteros, en repetidas ocasiones, que Bale desde hace tiempo había sido una figura distante e indiferente; que nunca se preocupó por aprender español; que prefería jugar golf. Bale sabía que no era deseado. Ya no estaba preparado para continuar con la farsa.

La guerra de Bale con su empleador se ha estado gestando desde hace tanto tiempo que la rareza de la situación ha sido oscurecida. Hasta el verano pasado, él todavía era, después de todo, la contratación más cara del Real Madrid, según todos los cálculos, excepto los que le dieron a Cristiano Ronaldo. Está lejos de ser considerada una inversión desastrosa: en sus siete años en España, Bale ganó La Liga dos veces y la Liga de Campeones en cuatro ocasiones.

Además, ha ganado esos trofeos de manera activa; no solo ha estado ahí para disfrutar de las mieles del triunfo. Anotó en la final en 2014 —el gol que le dio la ventaja al Real Madrid en el tiempo extra y finalmente acabó con la determinación del Atlético de Madrid— y, como sustituto, anotó dos más en la victoria ante el Liverpool en 2018. El primero fue, tal vez, el gol más hermoso jamás anotado en una final de la Liga de Campeones.

Aun así, ahora hay escasos o nulos cuestionamientos sobre por qué, con exactitud, Zidane no tiene tiempo para un jugador que ha disfrutado de tal éxito y que, en ocasiones, le ha dado resultado. La culpa no es del entrenador que lo ha condenado al ostracismo, sino del futbolista, ya sea por no justificar su vasto salario o por renunciar a él por completo simplemente para escapar.

Mientras tanto, la idea de que el Real Madrid podría estar tan desesperado por eliminarlo de sus filas —que estaba dispuesto a permitirle regresar a su antiguo club, Tottenham Hotspur, a préstamo, sin ningún pago y que los Spurs paguen solo la mitad de su salario— es vista, en todo caso, no como una locura de parte del Real Madrid, sino como un riesgo para el Tottenham.

Cuando Bale se incorpore a los Spurs —él y el equipo confirmaron su cambio el sábado—, él no será visto como un golpe, sino como una indulgencia —un breve recorrido por el valle de los recuerdos para Daniel Levy, el presidente de los Spurs— o un lujo. El Manchester United lo consideró, pero decidió que Jadon Sancho era una mejor apuesta. La mayoría de los fanáticos de la mayoría de los clubes, excepto los del Tottenham, estarían de acuerdo.

Eso brinda una mirada no solo del poder de los medios informativos para moldear las percepciones, incluso cuando se refractan con la interpretación de un segundo bloque de medios —lo que se escribe en los periódicos españoles a la larga se publica en sus equivalentes británicos—, sino también de cuán voluble puede ser el negocio en el que se encuentra Bale.

Es en el punto más álgido de la ventana de transferencias que la memoria casi escasa del futbol —su manía y su inmediatez— se ve de manera más clara. Lo próximo es siempre lo mejor. El potencial siempre es más emocionante que lo comprobado. Como José Mourinho, el director técnico inminente para Bale, alguna vez mencionó, el futbol es un deporte que prefiere a aquellos que nunca han perdido un partido, incluso si nunca han jugado uno.

El futbol inglés —tal vez el futbol europeo— ha superado, de cierta manera, a Bale. Ya no es nuevo y emocionante y genial. El hecho de que, en cambio, él ya ha sido evaluado, probado y comprobado es considerado como irrelevante o cuenta de manera activa en su contra. Desde que se fue, otros han ascendido a tomar su lugar. Es una contratación a corto plazo. Es una apuesta. Es una promesa que no resultó. No es para nosotros. Es mejor que esté con los Spurs. Es un jugador del pasado.

El éxodo

Solo el tiempo dirá si, en este caso, lo último fue lo mejor. Todo lo que podemos decir con certeza, por ahora, es que el acaparamiento del futbol inglés del talento futbolístico estadounidense llegó a formar un impresionante “crescendo”.

Sam Mewis y Rose Lavelle se unieron al Manchester City. Tobin Heath y Christen Press firmaron con el Manchester United. Y luego, después de una pausa apropiada para crear un efecto dramático, Alex Morgan aceptó un acuerdo para irse al Tottenham Hotspur. De alguna manera, la contratación de Morgan será la menos exitosa de las cinco transferencias —es poco probable que el equipo femenil de los Spurs sea contendiente por el título—, pero podría ser la más impactante: Morgan es el tipo de jugadora, para usar esa palabra herética, en torno a la que se puede construir una franquicia.

Qué ver este fin de semana

El futbol europeo finalmente da la bienvenida a los rezagados, Alemania e Italia, este fin de semana, aunque tal vez el partido más interesante está en la Liga Premier, donde los campeones, el Liverpool, juegan de visitantes el domingo contra un equipo del Chelsea transformado por un destacado reclutamiento veloz.

No obstante, la historia del fin de semana está en Turín, y el primer vistazo en el futbol de Andrea Pirlo como entrenador. ¿Qué tipo de futbol jugará su equipo? ¿Podrá ayudar a su equipo a redescubrir su identidad? ¿Qué vestirá? No será un atuendo deportivo, seguramente. Pirlo no puede vestir ropa deportiva. Su equipo, la Juventus, recibe al Sampdoria —cuyo entrenador es Claudio Ranieri, un hombre que tiene tan solo un poco más de experiencia en la banda de la cancha que su rival— conforme comienza su búsqueda de un décimo campeonato italiano consecutivo.

This article originally appeared in The New York Times.

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