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¿Podría funcionar para otros lo que le funciona a la Juventus? Algunas veces

Se pueden decir muchas cosas de Andrea Agnelli, pero al menos no le tiene miedo a una mala idea. Incluso para los estándares de Agnelli, el presidente de la Juventus, esta ha sido una semana bastante espectacular, un caudal aparentemente interminable de pensamientos libres sobre el futuro del fútbol, cada uno, de alguna manera, peor que el anterior.

Primero, hubo una recia defensa a la próxima reforma de la Liga de Campeones, el llamado “modelo suizo”, según el cual clasificarían 36 equipos para el torneo y luego jugarían 10 partidos de grupo, en lugar de 6, todos ellos contra diferentes rivales.

Pero, para Agnelli, esto era solo el comienzo. Quizás sea más fácil pensar en él como el equivalente del fútbol de Stewart Pearson, el estratega político / insípido gurú de la mercadotecnia perfectamente inserto en “The Thick of It”, el programa de televisión británico de sátira política. ¿Puestos de legado en la Liga de Campeones? ¿Prohibirles a los clubes de élite comprar jugadores entre ellos? ¿Vender suscripciones de los últimos 15 minutos de los juegos? “Yes, and ho” (clasificación del programa: exclusivo para adultos).

La reacción a todas estas sugerencias, por supuesto, fue lo que incluso Agnelli, creo, ha llegado a esperar: una colección de burlas y desprecios, del tipo que —de una extraña manera— une a las diversas tribus beligerantes del fútbol para expresarle hostilidad a las maquinaciones de un hombre de negocios inteligente y civilizado que parece decidido a interpretar el papel de un supervillano caricaturesco.

El hecho de que muchas de sus ideas surgieran en una semana en la que la Juventus de Agnelli fuera eliminada de forma dramática e inesperada de la Liga de Campeones por el Oporto, simplemente sirvió para recalcar su arrogancia. Después de todo, ese es el tipo de drama que quiere anular, infligido por el tipo de equipo al que quiere privar de derechos. En resumen, recibió su merecido.

Pero si bien esa reacción es comprensible y ampliamente justificada, no es muy constructiva. Al igual que con el “Project Big Picture” —el conjunto de ideas propuestas por los propietarios del Manchester United y el Liverpool para reformar la Liga Premier y que se filtró a finales del año pasado— el apuro inmediato a la indignación se traduce en que las islas de sentido común en el tren de pensamiento de Agnelli sean barridas antes de que puedan ser exploradas de manera adecuada.

Tomemos, por ejemplo, la última de sus sugerencias. ¿Por qué estaría mal, en concreto, vender los derechos para ver los últimos 15 minutos de los partidos? Por supuesto, los clubes se beneficiarían de otra fuente de ingresos, pero ¿sufre alguien con esto?

Aquellos que quisieran ver el partido completo aún podrían hacerlo a través del paquete de suscripción que disfruten en la actualidad. Pero tal vez otros, aquellos que no pueden pagarlo o que no tienen el tiempo para aprovecharlo o que no desean ver un juego completo, les podría funcionar una alternativa más barata, corta y específica.

Habrá muchos que, por ejemplo, hubieran querido ver el desenlace del partido de la Juventus contra el Oporto, una vez que quedó claro que el juego podría terminar siendo más atractivo de lo esperado. Entonces, ¿por qué no permitírselos?

Que la idea pueda ser descartada desde el principio se debe, en parte, al hecho de que fue Agnelli quien la propuso. Después de todo, no es solo el presidente de la Juventus, sino también el presidente de la Asociación de Clubes Europeos, un organismo diseñado para representar los intereses de todos sus miembros pero que —en el imaginario popular— se utiliza en gran medida para avanzar las agendas de la élite establecida del deporte.

Como tal, se asume que todo lo que está en los intereses de Agnelli está teñido automáticamente no solo de su interés personal, sino también de codicia. Según ese argumento, la expansión de la Liga de Campeones está diseñada para permitir que un puñado de clubes gane más dinero, a expensas de todos los demás, lo que amplía el abismo financiero que se abre entre los equipos de las ligas mayores, así como entre los equipos de ligas mayores y menores.

La idea de los puestos de legado —permitir que los equipos con mayor pedigrí europeo se salten a los que tienen menos, con lo que se asegura que las potencias tradicionales siempre tengan acceso a la Liga de Campeones, sin importar dónde terminen en sus ligas nacionales— se siente como si a esos equipos les ofrecieran un respaldo y los alejaran de las consecuencias del fracaso, rompiendo el contrato de que el deporte debería ser de alguna manera meritocrático y asegurar que su dinero siga fluyendo.

Esto es, sin duda, cierto. Agnelli no está defendiendo nada que pueda perjudicar sus intereses, los de su club o los de sus colaboradores. Pero no es cierto que aquellos que se interponen en su camino estén actuando en defensa de un propósito altruista superior. Esta semana, varios clubes —en particular el Crystal Palace y el Aston Villa— lideraron la resistencia a la reforma de la Liga de Campeones, al insistir en que perjudicaría de manera irrevocable las competiciones nacionales.

Y tienen razón, pero sus motivaciones no son más puras que las de Agnelli. Tanto el Crystal Palace como el Aston Villa se benefician muy bien del statu quo. Se han enriquecido inmensamente por su mera presencia en la Liga Premier; rechazarán cualquier medida que ponga en peligro su lugar privilegiado en ese banquete en particular.

Y es aquí donde el problema se torna más amplio y más nocivo. Hay una razón por la que Agnelli —y John W. Henry, el dueño del Liverpool, y Joel Glazer, su contraparte en el Manchester United, y los poderes fácticos del Bayern Munich y la Juventus y todos los demás— siguen teniendo malas ideas y es una que no se le puede atribuir por completo (aunque es relevante) a la codicia de los grandes clubes por los trofeos y las ganancias.

Y es que, en algún nivel fundamental, la economía del fútbol tal como está no funciona y ya no funcionaba incluso antes de que llegara el coronavirus, que generó un agujero colosal en las cuentas de (casi) todos los clubes de Europa, ricos y pobres por igual.

En esta coyuntura, lo ideal sería poder determinar un solo problema —el gasto del Paris Saint-Germain y el Manchester City, la riqueza de la Liga Premier o la creciente brecha entre los que tienen y los que no— para luego identificar una panacea que haga que todo mejore. Pero no funciona así. La equidad en el fútbol europeo de primera categoría es un tema vasto, complicado y difícil de manejar, que además no tiene una solución clara.

Para las grandes casas de Europa continental, el problema es la marcha implacable de la Liga Premier. Para los grandes clubes de la Liga Premier, es la expectativa de ganar una carrera armamentista contra equipos respaldados por Estados nación. Para esos equipos, es el intentar descifrar un cartel que está diseñado en su contra.

Desafortunadamente, no existen respuestas sencillas. Pero eso no debería dictaminar que todas las sugerencias de cambio sean rechazadas, que la suposición implícita deba ser que todas están arraigadas en la mala fe o incluso que el interés propio impida que una idea tenga mérito.

Los propietarios de clubes tienen derecho a querer ingresos más estables y predecibles o gastos más restringidos. No es viable exigirles, como lo hacemos en la actualidad, que simplemente arrojen todo el dinero posible a la pared en la búsqueda del éxito a corto plazo. Los aficionados, sobre todo, deberían saber a estas alturas que esa estrategia rara vez termina bien.

Les corresponde a todos, entonces, tener el valor de tener ideas, no objeciones arraigadas en la tradición ni fantasías utópicas, sino sugerencias concretas y meditadas. ¿Las ligas transfronterizas ayudarían a equipos de países más pequeños a competir? ¿Debería permitírseles a los equipos de élite firmar acuerdos estratégicos con clubes asociados? ¿Existe alguna manera de lograr que la Liga de Campeones sea más atractiva? ¿Cómo se aborda el tema del equilibrio competitivo dentro y entre los torneos nacionales? (Respuestas abajo).

Todas tendrán defectos. Todas generarán críticas. Pero es una conversación para la que debemos estar preparados, no una que debamos evitar solo porque alguien, en algún lugar, considera que no se alinea con sus intereses. Debemos hacerlo, en parte, porque es la única manera para lograr que algo cambie. Y en parte porque si no lo hacemos, alguna de las ideas de Agnelli podría aplicarse.

a) Sí, obvio; b) Sí, también; c) Se debe comenzar por cambiar la manera en que se asignan los puestos de la clasificación del torneo, y d) Límites de plantilla y gastos y una combinación de a) y b).

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company