España vuelve a naufragar en el mejor Tour de Francia en décadas

SAINT-EMILION, FRANCE - JULY 17: Enric Mas of Spain and Movistar Team at arrival during the 108th Tour de France 2021, Stage 20 a 30,8km Individual Time Trial Stage from Libourne to Saint-Emilion 75m / ITT / @LeTour / #TDF2021 / on July 17, 2021 in Saint-Emilion, France. (Photo by Chris Graythen/Getty Images)
Photo by Chris Graythen/Getty Images

Acabó un Tour de Francia a la altura de los tiempos ciclistas que vivimos: exuberante en todos los sentidos, sin apenas respiros, con enormes corredores en enormes momentos de forma y pocas etapas realmente desperdiciadas. El palmarés, etapa por etapa, es impresionante, como lo es que entre Mark Cavendish, Tadej Pogacar y Wout van Aert se impusieran en diez de las veintiuna disputadas... con la sensación de que aún pudieron haber sido más. Tuvimos lo mejor de las clásicas, lo mejor de los Alpes, lo mejor de los Pirineos, unas contrarrelojes con distancia suficiente para establecer distancias y solo nos faltó una cosa: ver a los españoles estar a la altura, aunque empezamos a acostumbrarnos a ello.

Los que peinamos canas, nos acostumbramos a que el ciclismo español, como el colombiano, fuera un ciclismo casi suicida allá por los 80: un ciclismo de buenos puestos en la general conseguidos a base de atacar en las montañas sin mirar atrás. Un ciclismo, también, de enormes fugas, con ciclistas como Eduardo Chozas y oportunistas como José Luis Sarrapio o en años posteriores David Etxeberría. Los ciclistas españoles no solo ganaban sino que, sobre todo, daban espectáculo. En el caso de Perico en 1988 o, más recientemente, Alberto Contador, las dos cosas. Induráin era otro estilo, incomparable al de ningún país. Un ciclismo de autor, por llamarlo de alguna manera.

El problema del ciclismo español en los últimos años no es ya que no haya triunfos en la general de una gran vuelta desde el Giro de 2015 (algo que nunca había sucedido desde que la Vuelta se disputa anualmente) sino que ya apenas hay triunfos de etapa, apenas hay corredores que se la jueguen... Por supuesto, todo viene de antes, viene de la ausencia de dinero en un deporte que en su momento contó con cuatro o cinco equipos disputando el Tour de Francia y ahora solo presenta uno, perdido además entre sus verdaderas posibilidades y la obsesión por el "qué dirán".

Puede que, en el fondo, el drama esté en que solo quince ciclistas españoles hayan disputado la gran ronda francesa. Ahora bien, siendo pocos, son casi el 10% del pelotón. No vamos a pedirles el 10% de las etapas, pero sí un poquito de lucha. Para los que se fijen solo en la general, España coló a dos ciclistas entre los diez primeros. Enric Mas fue sexto y Pello Bilbao acabó noveno. El mérito no es despreciable, pero apenas se vio a ninguno de los dos corredores en los finales de etapa. No fueron puestos conseguidos a lo Guillaume Martin o a lo Ben O´Connor, con grandes fugas y exhibiciones individuales. Fueron puestos de resistencia, de no perder demasiado ningún día y mantenerse lejos de las cámaras de televisión. De Bilbao quizá no cabe esperar mucho más, aunque hemos echado de menos precisamente su estilo combativo. Lo de Mas ha sido una enorme decepción.

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El corredor balear, gran promesa del ciclismo español cuando acabó segundo la Vuelta de 2018, se ha quedado en un buen corredor con evidentes limitaciones. Puede que buena parte de sus problemas sean psicológicos: se sabe inferior a sus rivales por la general. De ahí que apenas intente cosas distintas. No se cuela en fugas peligrosas, no ataca desde lejos, no intenta aprovechar el despiste o la vigilancia ajena. Acabar sexto un Tour es algo al alcance de muy pocos, pero queda en nada cuando se espera otra cosa: algo más que un corredor diesel que al más mínimo acelerón se queda con los Lutsenko y los Kelderman de turno. Enric parecía llamado a empresas mayores y se nos está quedando en nada.

Tampoco vimos mucho de los demás ciclistas españoles, la verdad: Marc Soler se cayó en la primera etapa y se acabó su Tour. Podría haber aportado algo distinto, supongo. Ion Izagirre sí se coló en numerosas fugas pero apenas tuvo fuerzas para culminarlas. Quedó segundo en Le Gran Bornand y cuarto en la etapa de Andorra en la que Alejandro Valverde fue segundo. Izagirre y Valverde, setenta y tres años entre los dos, salvando los muebles del ciclismo español en el día a día. También lo intentó el campeón en ruta, Omar Fraile, pero da la sensación de que estamos un peldaño por debajo del resto en todos los terrenos. España no tiene a nadie entre los mejores escaladores ni entre los mejores rodadores, contrarrelojistas, sprinters... García Cortina quedó como un buen compañero de equipo y Aranburu tuvo una buena primera experiencia, metiéndose en alguna volata. Ninguno estuvo realmente cerca de un triunfo de etapa y las hubo que se prestaban mucho a sus características.

Con todo, puede que Aranburu y Cortina sean lo mejor que tengamos para conseguir ganar el año que viene una etapa en el Tour después de tres años en blanco. Los dos correrán en 2022, salvo hecatombe, en el Movistar . A ver cómo los gestionan. Del equipo navarro volvió a no saberse nada, como apenas se supo en el Giro. Ni siquiera pudo luchar por la clasificación por equipos porque no tenía corredores para ello: Mas llega hasta donde llega, Valverde corre por su cuenta, igual que un Miguel Ángel López lastrado por las lesiones. Soler se retiró y Cortina hizo lo que pudo. Lo mismo se puede decir de Arcas o Erviti, con los que no da para ganar nada. De Verona, también dolorido, no tuvimos noticias. Movistar nunca supo si quería mantener el top ten de Mas o si quería luchar por etapas y en el camino nos dejó un Tour vulgar, mediocre.

Durante tres décadas nos hemos acostumbrado a los grandes campeones españoles y ahora que todos los países elevan su nivel, parece que nosotros nos hemos quedado demasiado atrás. Hace falta dinero para crear buenos equipos y conseguir que lleguen al World Tour. Hace falta una renovación de aspiraciones. Hace falta valentía, coraje... y piernas. A ver si nos va a pasar como a los franceses, en su día los reyes del cotarro y que llevan 32 años sin ganar nada y quejándose hipócritamente de lo mucho que se dopan los otros. El problema es que nada de esto se ve en el horizonte cercano: no hay un duro, no hay estructuras con aspiraciones World Tour y no hay jóvenes más allá de Juan Ayuso. Uno piensa en el Tour del año que viene o en la Vuelta de este mismo septiembre y ve difícil el cambio de paradigma. ¿Quién va a toser a las estrellas internacionales que vengan? No digo ganarles, digo competir con ellas. Se vienen aún más años de plomo y, como aficionados, nos costará. Habrá que hacerse belga o esloveno para vivir mejor. Tampoco parece mal plan, la verdad.

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