El coronavirus detiene la fiesta eterna de Flavio Briatore

MONTE-CARLO, MONACO - MAY 27: Flavio Briatore looks on in the Paddock before the Monaco Formula One Grand Prix at Circuit de Monaco on May 27, 2018 in Monte-Carlo, Monaco.  (Photo by Dan Mullan/Getty Images)
Photo by Dan Mullan/Getty Images

El 16 de agosto, el gobierno italiano decide cerrar las discotecas en todo el país. Ya lo había hecho con las salas de baile. Se trata de una medida económicamente devastadora para el sector, pero necesaria: los casos de coronavirus empezaban a subir. No de manera descontrolada, como en España, pero lo suficiente como para cortar de raíz. Italia sabe algo de esto y es muy consciente de lo que no quiere repetir bajo ningún concepto. La decisión es lógicamente contestada: Italia no “vive” del turismo pero el turismo es uno de sus motores. Tanto el exterior como el interior. Un verano en Italia sin discotecas, sin baile, sin noche, es para muchos un verano extranjero.

En algunas zonas más que en otras, por supuesto. Por ejemplo, Cerdeña. La isla sí que depende casi exclusivamente del turismo y no de cualquier turismo: un turismo de élite, exclusivo, de yates y clubes nocturnos. Clubes como el “Billionaire”, que, como su nombre indica, no es lugar para pobres. Consciente de que, tras el descalabro español, Italia puede convertirse en un objeto de deseo aún más preciado, su dueño, Flavio Briatore, principal relaciones públicas del negocio, salta como un resorte ante la decisión del gobierno: “Este debe de ser el virus panadero: descansa de día y trabaja de noche”.

Briatore, todos lo sabemos, es un tipo excesivo. No ha llegado a donde ha llegado gracias a la educación y las buenas formas. Briatore es la definición del vividor que consigue todo lo que quiere y que cuando le toca montar un equipo de Fórmula Uno, te descubre a Michael Schumacher, luego a Fernando Alonso y se lía a ganar campeonatos del mundo mientras pasea con jovencitas por el “paddock”. Briatore es sinónimo de éxito, de la vida que muchos querrían vivir y les es imposible por razones obvias. Una vida billonaria en una isla paradisíaca en medio del Mediterráneo. Briatore, ya decimos, protesta y protesta, pero nadie le hace caso. El 17 de agosto, su club tiene que cerrar.

Lo que no sabe Briatore por entonces es que su club va a ser uno de los focos de contagio del virus en el paraíso. Lo que el altivo Briatore ignora en medio de este discurso irónico, cínico, de medias bromas llenas de ira, es que seis camareras del “Billionaire” ya han dado positivo. Y que pronto serán once. Y que a la semana siguiente serían 52 los empleados del local infectados. Briatore, que llevaba un tiempo ya mandándose mensajitos encendidos con el alcalde de Porto Cervo, acusando a los virólogos de “difundir un miedo innecesario” y preguntándose qué tenían que ver los decibelios de la música con la enfermedad, desaparece de repente del mapa. El virus sigue su camino y 470 huéspedes y personal de un hotel se quedan atrapados, en cuarentena, sin poder seguir con sus vacaciones ni volver a sus casas.

Entre la prostatitis y el coronavirus

Así, hasta que Briatore reaparece en Milán, donde la marca “Billionaire” tiene boutiques y restaurantes de lujo, y lo hace en un hospital. Saltan las alarmas. El rumor es constante: después de todo, el ruidoso Flavio, el azote de las medidas preventivas, ha acabado cayendo como tantos de sus clientes, unos 140 casos ya relacionados de una manera o de otra con el club de Porto Cervo. Pero Flavio niega la mayor. En entrevista con Il Corriere della Sera, sigue de bromas, imposible saber qué es verdad y qué es de nuevo exageración jocosa: sí, se encontraba mal, con un poco de fiebre, y se fue al hospital; sí, está ingresado; no, no es Covid, cómo va a ser Covid, es una prostatitis que le está dando guerra, espera salir pronto.

Una prostatitis. Hasta la excusa parece ir con broma. Las inflamaciones de próstata son habituales en hombres de cierta edad y que hacen un uso excesivo de ella. También se da entre jóvenes por motivos normalmente relacionados con el estrés o las infecciones. ¿Está Briatore saliendo por peteneras o está fardando? Imposible saberlo. La llamada se corta y el periodista no vuelve a saber nada hasta una hora después. “Sigo bien”, dice Flavio, que no quiere seguir hablando de nada. Para entonces, el propio hospital ha filtrado que Briatore es positivo por coronavirus.

Desde entonces, la habitual catarata de informaciones: está grave, está en la UCI, tiene lo que se merece... Nadie sabe exactamente cuál es su situación. El periodista del Corriere asegura que su voz era la de siempre, sin un matiz de ahogo, sin una tos traicionera que le impidiera charlar. En Italia y en el mundo se le ve como un ejemplo de lo que los antiguos griegos llamaban “hibris”. Quiso desafiar a los dioses y los dioses se lo hicieron pagar. No atendió a los límites y los límites se lo van a llevar por delante.

Tal vez la gente no entienda a estas alturas que Briatore y los límites nunca se han llevado bien. Que su vida ha estado marcada por el exceso y que es el exceso el que le ha llevado a ser quien es. Los que le reían las gracias, ahora le señalan con el dedo. El problema, en cualquier caso, no es Briatore, claro. El problema son las consecuencias de su delirio: los cientos de contagiados y la isla que abandona a sus turistas a su suerte. Pero consecuencias ha habido siempre, Briatore simplemente ha decidido ignorarlas durante demasiado tiempo. Como tantos. No hay responsabilidad moral que se le pueda exigir a un “vividor arrogante”. Es un contrasentido. Cualquier día de estos, sale del hospital, monta una escudería y hace a Verstappen campeón del mundo. Su club abierto, los millonarios y las modelos coqueteando junto al mar de Cerdeña. La vida, de nuevo, como una fiesta sin dioses.

Otras historias que te pueden interesar: