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Federico Chiesa, la estrella de la Italia campeona estaba en el banquillo

TOPSHOT - Italy's midfielder Federico Chiesa celebrates his opening goal during the UEFA EURO 2020 semi-final football match between Italy and Spain at Wembley Stadium in London on July 6, 2021. (Photo by Frank Augstein / POOL / AFP) (Photo by FRANK AUGSTEIN/POOL/AFP via Getty Images)
FRANK AUGSTEIN/POOL/AFP via Getty Images.

Italia es campeona de la Eurocopa 2020. La selección más equipo y el equipo más selección. Un país que pasó del drama de 2018 a bordar el proceso de reconstrucción, saneamiento, paciencia y regeneración que tocó su techo con la culminación de una fase de grupos impertérrita. Roberto Mancini hizo lo más difícil y, seguramente, lo más importante: volver a ilusionar cuando la ilusión se rompe. La Azzurra, eso sí, es un equipo de todos, en el que cada pieza cumple minuciosamente su función y aporta su valor al total del grupo. Por eso el italiano fue un bloque pragmático, solvente, mixto, compensado, flexible, trabajado, equilibrado y dinámico. Capacitado para iniciar el juego desde atrás, construir largos ataques con balón, presionar en campo contrario y sobrevivir sin él en el propio. Por eso Italia estaba preparada para todo. Mancini tuvo que ponerse en todas las pieles para abrigar a todos su jugadores por igual para que ninguno pasase frío. Porque no tenía una superestrella a la que proteger. O eso creímos... porque sí la tenía. En el banquillo, pero allí estaba Federico Chiesa. Preparado para cumplir su destino.

Antes de llegar a nuestro protagonista, debemos ejemplificar el sentido colectivo del que el seleccionador italiano dotó a su equipo. Para ello no hay mayor contraste que el que se vivió en la final ante Inglaterra. Frente a la esperanzadora Italia, divertida, fresca, atrevida y valiente, Southgate se encerró en su idea. Por encima de todo y de todos. Seguramente, de haber controlado sus miedos la historia sería otra y, ciertamente, de no haberlo hecho, no habrían llegado tan lejos.

Tras una primera mitad arrolladora, calculada una vez más al milímetro desde la pizarra, Inglaterra aplastó a Italia, reduciéndola al mínimo y llevando al máximo la incapacidad que estaba viviendo el equipo para poner en práctica todos los conceptos que les llevaron a deslumbrar en los primeros encuentros. Pero Southgate no la remató cuando la tuvo botando. Mancini y Verratti reaccionaron y transformaron la narrativa mientras Rashford y Sancho veían la oportunidad de su vida desde el banquillo. Ni tiempo para intentar una mísera jugada en la prórroga tuvieron.

Esta imagen contrasta con la de la Italia colaborativa, que se convirtió en el segundo equipo en la historia de las Eurocopas, por detrás de Francia en el 2000, según Opta, en disponer de hasta cinco jugadores con más de dos goles en una misma edición. Mancini dio minutos a todos y cada uno de sus seleccionados (a excepción de Meret, tercer portero), repartiendo responsabilidades y confianzas hasta lograr que alguno de los que partía como revulsivo terminó convirtiéndose en la gran estrella del equipo.

Solo Federico tenía el convencimiento de que él era un megacrack, concretamente el de esta Italia. Él no duda jamás, ni de su fútbol ni de sí mismo. Chiesa juega como si cada lance fuera el último, cada acción decisiva y cada noche el gran partido de su vida. Nació con esa idea preconcebida (no ahondaremos sobre su historia familiar, sobradamente contada en numerosas ocasiones, como aquí o aquí). Mancini empezó a sospecharlo cuando la idílica fase de grupos tocó su fin y las eliminatorias empezaron a aflorar la esencia de una cultura. La presión de Austria, los contraataques de Lukaku y De Bruyne o el circuito de pases de Luis Enrique italianizaron a Italia: si querían ganar, debían defender como nadie y acertar más que el rival. Y ahí emerge la figura de nuestro protagonista.

Italy's defender Leonardo Bonucci (2R) celebrates with Italy's defender Giorgio Chiellini (R) after scoring the team's first goal during the UEFA EURO 2020 final football match between Italy and England at the Wembley Stadium in London on July 11, 2021. (Photo by Paul ELLIS / POOL / AFP) (Photo by PAUL ELLIS/POOL/AFP via Getty Images)
Paul ELLIS / POOL / AFP) (Photo by PAUL ELLIS/POOL/AFP via Getty Images.

Porque además Chiesa tiene una forma muy italiana de concebir el juego. Es un ganador. Y busca ganar, por encima de todo, como sea. Ni estético, ni un prodigio en casi ninguna de sus acciones. Puede pecar incluso de repetitivo. De hecho, tiene una fe irreal en sí mismo, como buen genovés, y a su vez, por contradictorio que parezca, de antiesteticismo, como de etapa negra de Goya, con ese amago de encorvamiento al correr a lo joroba de Diego Capel que no ofrece dudas sobre su figura. Ni plástico, ni bonito, ni leches. Al lío. Grandeza y determinación. Poco importa el rival, el contexto o el escenario. Él va a lo suyo.

Mancini, una y no más, no creyó que fuera oportuno recurrir a Fede hasta el minuto 84 de los octavos de final contra Austria, el primer momento del torneo en el que el partido se alejaba del dominio italiano y amenazaba con decidirse en base a aleatoriedad. Italia estaba acomodada en el halago y todavía no había recuperado su contigüidad al sufrimiento. Necesitaba recuperar sensaciones en el punto de penalti antes de los platos fuertes, pero, claro, para llegar a ellos, también iba a necesitar dinamita. Y Chiesa fue la estrella cuando Italia, por fin, necesitó de una. Incluye gol(azo) 25 años y 12 días después de que lo lograra su padre Enrico en una Eurocopa y 10 minutos después de saltar al campo ante Austria. Chiesa fue la solución cuando el equipo italiano, por más flexible que fuera, dio con el límite de la tensión a la que podían llegar sus cuerdas (véase gol previamente anulado a Arnautović).

En cuartos, Chiesa fue titular contra Bélgica. En semifinales, clave ante España, con otro gol marca de la casa, de la nada y de la fe, de los que refuerzan la identidad italiana y validan toda una cultura por el mero hecho de disponer en sus filas de alguien capaz de fabricar un gol a 40 metros de la portería rival en su primer disparo. En la final, el jugador que más hizo por sí mismo de los que estuvieron sobre el césped de Wembley para ganar la copa. El único capaz de saltarse las trampas de Southgate y jugar con sus propias reglas. De meter miedo al rival e insuflar esperanza a los suyos. En poco más de cinco partidos (los cinco importantes, por si fuera poco), Chiesa se convirtió, según Opta, en el jugador de la Eurocopa que más jugadas (12) transformó en disparo (3) u ocasión de gol (9).

Italia tuvo que ser Italia para poder ganar otra Eurocopa desde el año 1968, con una gesta de Donnarumma, con un gol de Bonucci, con un agarrón de Chiellini. Pero ganó... igual que Federico Chiesa que nació para esto. Jugador de noches grandes, nacido para ganar.

Vídeo | Italia recorre Roma con un autobús descubierto para celebrar la Eurocopa

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