Facundo Ortiz, "acostumbrado a ser pobre" desde chico: se ganó un lugar en el turf como jockey y hoy recuperó la felicidad en el stud

"Los premios fueron flojos, ganamos monedas. Aunque vencieron tres de mis caballos, creo que con lo que tengo que pagar de comisiones a mi equipo y a otros peones que me ayudaron a presentar a todos los que anoté, no me queda nada. Pero... ¿sabés qué? Ahora se renovó el entusiasmo y comienza a dar vueltas la rueda", grafica Facundo Ortiz. La voz del entrenador llega desde el otro lado del teléfono desde Villa María, donde el domingo pasado regresaron las carreras tras seis meses, sin público. Con poco, les volvió el alma al cuerpo a todos.

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Ortiz, de 45 años, integra una familia ligada a la hípica. Es el menor de tres hermanos que, por un tiempo, fueron rivales en la pista como jockeys. Hugo, de 58, fue el primero en colgar la fusta y también entrena actualmente. Jacinto, de 53, sigue empuñando las riendas y también celebró en tres ocasiones en la fecha cordobesa, dos con caballos de Hugo y la otra con Hat Firulete, al que prepara Facundo. El zaino es un ejemplar de 7 años que antes de la pandemia había llegado segundo en días consecutivos, en San Isidro y Palermo. Un roble que ahora se llevó la Copa UTTA - Haras El Arroyo.

Facundo fue peón desde los 11. Pudo más la pasión por los equinos que las ganas de estudiar. "Iba a ser abanderado en séptimo grado y dejé la escuela. A la mañana iba al colegio y a la tarde al stud. No era que no necesitaba la plata, pero estábamos acostumbrados a ser pobres, y había menos necesidad. Lo que te daban el fin de semana de propina era bueno fuera la cantidad que sea. Ahora no hay plata que alcance. Yo desde muy chico quería estar con los caballos", recuerda.

El amor por estar gran parte del día limpiándolos, mimándolos y alimentándolos lo llevó a subirse a ellos. El paso a jockey fue duro. No había escuela de aprendices y había que formarse "mirando a los demás y vareando", asegura. Con la ilusión de aprender la profesión se mudó a la capital cordobesa, con actividad más frecuente. Pasaron cuatro meses hasta que se volvió a casa. Tenía 13 años, vivía solo y debía lavarse la ropa, coserla, plancharla y ganarse la comida. "Difícil para un pibe de esa edad. El día de mi debut nunca había estado adentro de una gatera con montura", dimensiona. Tras pegar la vuelta, el día del primer triunfo, en Villa María, también llegó el segundo festejo.

Al año siguiente se radicó en Río Cuarto, apadrinado por Luis Ledesma, un entrenador que junto a su señora Marta lo recibieron en su casa, a media cuadra de la entrada a las pistas de entrenamiento. Allí terminó de criarse Facu. "Me fue muy bien. En 1990, ya había ganado la primera estadística como jockey, había logrado mi primer éxito en Buenos Aires con 15 años y ganaba clásicos por toda la provincia y otras vecinas. Ese hipódromo me marcó mucho", relata Ortiz, hoy casado con Gabriela y padre de Rocío, Melina y Manuel. Es un emblema del turf villamariense, donde fue el jinete más ganador en casi 20 temporadas. En medio del crecimiento, hasta se animó a ser domador para sumar algunos ingresos extra.

En 1994, contratado por un stud (El Peloncho), otra vez volvió a la tierra donde se crió y desde entonces, cada vez que la abandonó fue para ir a correr (o presentar sus caballos) y volver. Los dos primeros éxitos clásicos en Palermo llegaron en 1998, uno de ellos con Apartheid. Toda una paradoja: lejos de cualquier discriminación, se sintió integrado. Como jockey, ganó más de 2000 carreras, incluyendo el Gran Premio San Jerónimo, que para cualquier cordobés es como sentirse Maradona levantando la Copa del Mundo. Lo logró tres veces: 2003, 2008 y 2011.

Con el paso del tiempo, pese a los triunfos y a alcanzar estadísticas también en Bell Ville, General Cabrera y La Punta (San Luis), correr se puso difícil. "Soy de físico grande y me costaba dar el peso. Para ir a montar a Buenos Aires perdía hasta 5 kilos en un día, me descompensaba, me bajaba la presión... Era un sufrimiento. No me alcanzaba con el sacrificio de la dieta y ejercicios. Los sábados a la noche, la familia (bien numerosa) se juntaba a comer y yo me cambiaba y me iba a trotar. No podía quedarme de mal humor a verlos cenar. Pero tenía que seguir como jockey porque en mi casa se dependía de mis ingresos", confiesa. En 2015 dijo basta. Estaba acostumbrado a los huesos rotos, pero no al alma en pena.

"No sabía qué hacer. Pensé en poner un restaurante, porque me gusta la gastronomía", dice. Vaya paradoja para quien había evitado todo lo posible comer. "Al final, un amigo que ya falleció, Luis Casabella, me dijo que siguiera en lo que yo conocía y me animé a entrenar. Lo fui haciendo al final de mi carrera como jockey, en simultáneo. Dejar de correr me cambió la vida, volví a disfrutar, recuperé el humor... A Luis yo le corría sus caballos, pero no llegué a cuidarle ninguno", se sensibiliza.

Hoy suspira por el regreso de las carreras. Allí y en Palermo, donde la reapertura fue dos días antes. "Los primeros 90 días no tuvimos casos y era difícil explicarles a los propietarios por qué no había carreras, como en todo el mundo. Los cuidadores teníamos permiso hasta las 5 de la tarde para salir, porque había que darles de comer y sacar a los animales. Había que aguantar, estaba como atajando pollos... Algunos de los patrones se llevaron los caballos a Buenos Aires porque se hablaba de que podían comenzar antes, pero en general mantuve unos 30 en el stud. Con las pensiones me arreglaba, lo mismo que Hugo. Jacinto, que es muy trabajador, vareaba para sobrevivir. No teníamos claro qué iba a pasar y a mí me traen caballos pensando en que los costos en Villa María son menos cuando no se viaja, pero los patrones quieren correr en Buenos Aires, porque hay mejores premios", contextualiza la situación actual.

Tras casi seis meses prácticamente sin carreras en la Argentina, mucha gente se quedó sin trabajo. Desde herreros y veterinarios hasta forrajeros o transportistas; la cadena es gigantesca. "Va a ser duro recomponer esta industria. En las condiciones que se corre hoy en Palermo (bajas recompensas y con ingreso y egreso el día de la carrera), no se puede ir. Viajar, llegar y correr es imposible. Son entre 6 u 8 horas de traslado. Hay que ir al menos dos días antes y tendría que coordinar con algún entrenador de confianza para que lo presente y luego de la carrera me los mande otra vez. No sé...", señala, casi pensando en voz alta.

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"Tal vez es la oportunidad que tiene el interior para crecer, ofrecer carreras oficiales con mejores premios, trabajar con las apuestas online y las agencias. Incluso, integrar las cuadreras a los hipódromos. Eso va a generar mejoras en los clubes, va a aumentar el parque caballar y, entonces, los buenos irán a Buenos Aires y los más limitados podrán intentar ganar en las demás provincias", evalúa Facundo, antes de volver a poner en marcha el auto y acelerar rumbo al stud. Volvieron las carreras y los éxitos, pero eso no implica que tenga margen para relajarse. El turf, tampoco.