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El fútbol necesita romper el vínculo con el racismo

Crystal Palace's Ivorian striker Wilfried Zaha takes a knee in support of the Black Lives Matter movement during the English Premier League football match between Crystal Palace and Burnley at Selhurst Park in south London on June 29, 2020. (Photo by HANNAH MCKAY / POOL / AFP) / RESTRICTED TO EDITORIAL USE. No use with unauthorized audio, video, data, fixture lists, club/league logos or 'live' services. Online in-match use limited to 120 images. An additional 40 images may be used in extra time. No video emulation. Social media in-match use limited to 120 images. An additional 40 images may be used in extra time. No use in betting publications, games or single club/league/player publications. /  (Photo by HANNAH MCKAY/POOL/AFP via Getty Images)
(Photo by HANNAH MCKAY/POOL/AFP via Getty Images)

Un par de jugadores del Burnley voltearon a ver el cielo. El zumbido de una avioneta que volaba bajo y en círculos sobre el Etihad Stadium en Mánchester había llamado su atención, y los distrajo del partido en contra del City que se estaba desarrollando enfrente de ellos. Entrecerraron los ojos, intentando descifrar el mensaje de la pancarta que llevaba detrás. Cuando lo lograron, suspiraron, con tristeza, e hicieron un gesto de desaprobación con la cabeza.

Micah Richards estaba de pie al lado del campo cuando lo vio. Esa noche, Richards, el exdefensor del Manchester City, estaba trabajando para la televisión. Él también había visto la pancarta, pero apenas se había fijado en las palabras. Richards se percató de que, después de todo, no decía “Black Lives Matter”, como lo pensaba, solo cuando un auxiliar, con una expresión de desesperanza en el rostro, le pidió que viera de nuevo. El mensaje decía: “White Lives Matter” (Las vidas de los blancos importan). White Lives Matter Burnley.

Inmediatamente después del incidente, la reacción fue veloz y admirable. Antes del medio tiempo, el Burnley publicó un comunicado en el que condenaba la pancarta. Después del juego, el capitán del club, Ben Mee, informó a los entrevistadores que iba a hablar sobre el resultado solo después de dejar en claro lo “avergonzado” que estaba y con cuánta vehemencia el club rechazaba el mensaje que tenía la pancarta.

Sean Dyche, el director técnico del equipo, fue igual de directo. Las opiniones de las personas que organizaron el vuelo no coincidían con sus valores, comentó Dyche, ni con los valores de su club. El Burnley prometió trabajar con todas las autoridades pertinentes para vetar de por vida a quienes estuvieran involucrados.

Más o menos una semana antes, mientras el Reino Unido salía del cierre de emergencia y era un agradable y soleado junio, las calles de Londres se habían enturbiado. Tras días y días de manifestaciones de Black Lives Matter en todo el país, en todo el mundo, después de que en Bristol la estatua del traficante de esclavos Edward Colston fuera lanzada al mar, después de que en Leeds una estatua de la reina Victoria fuera embadurnada con grafitis, se planeó una “contraprotesta”.

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Las comillas son relevantes: en teoría, la gente iba a marchar para proteger las adoradas estatuas británicas de aquellos que las habían dañado en nombre de las protestas en contra de la brutalidad policiaca. En realidad, dio la impresión de que pasaron bastante tiempo peleando, en ocasiones entre ellos, pero básicamente con la policía. El mensaje de la contraprotesta fue un poco vago.

Sin embargo, no lo fue su naturaleza. La iconografía, el cancionero y el patrón de la “protesta” de ese día fueron familiares: le pertenecían, y le fueron tomadas, al fútbol. A medida que marchaban por las calles, cantaban “Inglaterra”, como si la selección nacional estuviera jugando.

LONDON, ENGLAND - JUNE 29: A Black Lives Matter movement Advert is seen on the LED board pitchside prior to the Premier League match between Crystal Palace and Burnley FC at Selhurst Park on June 29, 2020 in London, United Kingdom. (Photo by Catherine Ivill/Getty Images)
(Photo by Catherine Ivill/Getty Images)

Decían que Winston Churchill era “uno de los suyos”, como si el líder del país en tiempos de guerra fuera básicamente un Harry Kane colonialista. Ya hemos visto esas escenas, pero suelen ocurrir en calles extranjeras, suelen estar dirigidas a las fuerzas policiacas extranjeras. Esto era Inglaterra en el extranjero, pero esta vez sucedía en casa.

La realidad es que la extrema derecha siempre ha visto el fútbol no solo como un terreno fértil, sino como su propio territorio. En las décadas de 1970 y 1980, los activistas de la extrema derecha del Frente Nacional buscaban nuevos reclutas en las gradas de Inglaterra. El nacionalismo que engendraba la selección nacional provocó que gente racista confrontara a los jugadores negros en los viajes oficiales, como le sucedió a John Barnes en 1984 durante un vuelo con Inglaterra por Sudamérica.

Tampoco es un problema exclusivo de los ingleses. Los ultras de toda Europa —salvo algunas excepciones ocasionales— se inclinan hacia la derecha, aunque las raíces del movimiento se encuentren en el izquierdismo revolucionario de los años sesenta.

LONDON, UNITED KINGDOM - JUNE 28:  Protesters take part in a demonstration organized by the group Black Lives Matter in London, United Kingdom on June 28, 2020. (Photo by Ray Tang/Anadolu Agency via Getty Images)
LONDON, UNITED KINGDOM - JUNE 28: Protesters take part in a demonstration organized by the group Black Lives Matter in London, United Kingdom on June 28, 2020. (Photo by Ray Tang/Anadolu Agency via Getty Images)

En Inglaterra, el vínculo no es tan explícito ahora, aunque las letras que se suelen escuchar durante las breves visitas de Inglaterra en los torneos —así como un montón de incidentes racistas en años recientes— evidencian que no es una batalla ganada. No importa si el fútbol los quiere o no, si el fútbol asume la responsabilidad por ellos o no, buena parte de la extrema derecha sigue viendo el juego como su hogar natural.

No basta que las autoridades del fútbol se despojen de la responsabilidad de esos incidentes. No basta que los aficionados demuestren que estas personas no hablan en su nombre. Debe haber una oposición activa, como lo ha dejado claro el movimiento Black Lives Matter. No basta con no respaldarlos; debemos estar en su contra.

Esto significa no encontrar ni un solo escalofrío de emoción en la identidad de forajidos que presentan los ultras, quienes se bañan con orgullo en la iconografía del fascismo. Significa no hacer un fetiche de los días de los “hooligans”, los vándalos vestidos de ropa casual ni las barras bravas, que expresaban su postura política en la violencia que ejercían sin siquiera pensarlo. Significa comprender que ellos no creen que hablan en nombre del club, sino que hablan en nombre de los aficionados. Significa dejar como legado las historias del daño que hicieron, no del ejemplo que dieron.

Lo extraño del avión que sobrevoló el Etihad es que el estadio, esa noche, estaba vacío. No había aficionados que pudieran verlo. El mensaje llegó solo porque los medios lo notaron, lo informaron y lo difundieron.

LEICESTER, ENGLAND - JUNE 28: Tammy Abraham of Chelsea takes a knee in support of the Black Lives Matter movement during the FA Cup Fifth Quarter Final match between Leicester City and Chelsea FC at The King Power Stadium on June 28, 2020 in Leicester, England. (Photo by Darren Walsh/Chelsea FC via Getty Images)
(Photo by Darren Walsh/Chelsea FC via Getty Images)

Los organizadores del ardid sabían que eso iba pasar. Sabían que iba llegar a la gente que querían que llegara, de alguna manera, porque el fútbol es su juego, el juego que siempre los ha hecho sentir bienvenidos, los ha tratado como renegados y buscapleitos, en vez de racistas y fascistas. Ya basta. Es momento de dejar claro que no es su juego, y que nunca lo fue.

Preguntas por responder, y por hacer

Estos días son memorables para el Liverpool. El miércoles por la noche, el equipo de Jürgen Klopp desmanteló al Crystal Palace —la exhibición tan extraordinaria de frenesí y poderío fue todavía más impactante por lo estéril de su telón de fondo— para quedar a dos puntos de su primer título de Liga Premier en 30 años. El jueves, el Chelsea venció al Manchester City para sellar el destino.

Ese título fue el logro supremo de tres años extraordinarios: una final de la Liga de Campeones en 2018, un trofeo de la Liga de Campeones en 2019, un reto impresionante para el Manchester City en la Liga Premier el año pasado y una debacle cabal de todos sus rivales esta temporada. Durante la última década, el Liverpool se ha transformado en un admirable club moderno: estas son las recompensas que se ofrecen a la vanguardia.

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Por otro lado, el equipo femenil del club acaba de descender después de años de negligencia. En general, los contrastes entre el fútbol varonil y femenil son inútiles pero, en este caso, creo que es relevante. Para muchos, el Liverpool ha “jugado” para tener un equipo femenil. Ha invertido de manera significativa en el equipo varonil —el año pasado, realizó pagos por 30 millones de libras (37 millones de dólares) a representantes; no jugadores, representantes— y, en términos reales, dejó que su equipo femenil jugara al todo o nada.

Básicamente, esa acusación es correcta, pero vale la pena examinar la explicación del Liverpool. En esencia, el Liverpool quiere que el equipo femenil sea sostenible. No quiere que dependa de infusiones regulares de efectivo del equipo varonil.

En lo personal, esto me parece miope. Hace veinte años, los equipos varoniles ingleses pagaron con gusto precios más altos de los que exigía el mercado por estrellas extranjeras pues reconocieron que producirían una liga más glamorosa a largo plazo. En Europa, el fútbol femenil se encuentra en esa etapa. Los dueños están especulando para acumular.

Sin embargo, a largo plazo, vale la pena preguntarse si el Liverpool tiene un punto a su favor. No es saludable para el fútbol femenil que reciba financiamiento del varonil, depender del varonil para sus ingresos, ser vulnerable a las prioridades cambiantes de los clubes varoniles, como sucedió con el Liverpool. El futuro del fútbol femenil no se encuentra en mantenerse como una filial del fútbol varonil. Debe ser autosustentable. A todos les beneficiaría encontrar la manera de que eso suceda.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company