Inglaterra es mucho más que un penalti dudoso en la prórroga

LONDON, ENGLAND - JULY 07: Raheem Sterling of England is fouled by Mathias Jensen of Denmark leading to a penalty being awarded during the UEFA Euro 2020 Championship Semi-final match between England and Denmark at Wembley Stadium on July 07, 2021 in London, England. (Photo by Alex Morton - UEFA/UEFA via Getty Images)
Alex Morton - UEFA/UEFA via Getty Images.

En la Eurocopa de la fantasía, de los goles –por mucho que el señor "En propia" haya tiranizado la carrera por el pichichi–, del dinamismo, las presiones, el ida y vuelta, la tensión hasta el último minuto y los nervios a flor de piel, Inglaterra se ha convertido por derecho propio en el ogro del torneo. Un equipo feo, peludo, chepudo, suertudo (¿el penalti de Sterling cuenta cómo suerte?)... y finalista.

El verano que el fútbol lo puso todo de su parte para reconquistar a sus aficionados y de paso sanarle a los impíos sus pecados superligueros, los ingleses pusieron todo de la suya para encarnar al enemigo perfecto que toda narrativa necesita. Consiguieron, incluso, hermanar a medio continente alrededor de Italia, españoles incluidos, como si hubiésemos hecho la comunión en la Piazza Navona.

Mientras los demás combinados nacionales llevaban de gira su fútbol enérgico y atrevido de ciudad en ciudad, Gareth Southgate daba vida a un monstruo antinatura que se refugió en sus planteamientos y en su guarida, Wembley, hasta colarse en la final. Por si exiliar a algunos de los jugadores más talentosos, prometedores y esperados, como Marcus Rashford, Jadon Sancho, Jack Grealish o Phil Foden, a papeles residuales no fuera un motivo suficiente para justificar el enfriamiento con la selección inglesa, la raquítica propuesta del seleccionador de Watford, diseñada priorizando siempre desde sus fortalezas defensivas, terminó de alejar a los dudosos.

El día a día hizo el resto. Inglaterra fue completando su transformación en villano a medida que los demás viajaban y ellos no. A medida que los demás arriesgaban y ellos no. A medida que los demás caían. Y ellos no. Este proceso alcanzó su clímax ante Dinamarca, el niño mimado por todos, un fútbol coral y cultural, la historia de superación que enamoró a Europa, una cuestión de fe... que se esfumó con un, ejem, dudoso penalti sobre Raheem Sterling en la prórroga, decisivo para que los ingleses, Kane mediante, se colasen en la finalísima.

LONDON, ENGLAND - JULY 07: Harry Kane of England is congratulated after scoring his team's second goal by Jordan Henderson, Phil Foden, Kyle Walker, Jack Grealish, Raheem Sterling and Luke Shaw during the UEFA Euro 2020 Championship Semi-final match between England and Denmark at Wembley Stadium on July 07, 2021 in London, England. (Photo by Laurence Griffiths/Getty Images)
Laurence Griffiths/Getty Images.

Aunque no despierte el entusiasmo general acorde al, por lo menos para este que escribe, mejor torneo de selecciones de la historia, Inglaterra es un equipo de acero cimentado en sólidas bases ya forjadas durante el Mundial de 2018. Además, endulzado con un arsenal de revulsivos a años luz de los de sus contrincantes. Para Southgate, el talento, por mucho o especial que sea, no es un germen alrededor del que estructurar una idea. El talento no cambia ni su discurso ni su sentir la competición; solo los matiza y los complementa. El talento espera en el banquillo hasta que el desgaste hace mella, hasta que, después de triunfar en la tarea de no perder el partido, toca ganarlo.

Por eso, el técnico ha logrado moldear el combinado más competitivo de la Eurocopa. A partir de un detallado planteamiento basado en su argumentario defensivo, Southgate siempre ha conseguido que su Inglaterra salga a los partidos con las armas necesarias para anular (o por lo menos reducir, como en el caso de Alemania) las fortalezas de sus rivales: el dibujo con dos o tres centrales y el rol de Walker como corrector, el poderío a la hora de repeler ataques en el punto de penalti, la altura del bloque, el diseño de saltos, ayudas y coberturas, el comportamiento de cada pieza para ser más agresiva o más paciente, el tipo de circulación y las zonas prioritarias para perder el balón...

El mejor equipo defensivo del torneo está a punto de proclamarse, sin matices, en el mejor equipo del torneo. Inglaterra ha encajado un solo gol en 570 minutos, poco menos que de casualidad, en la única falta directa transformada en la Eurocopa, a manos –a pies– de la revelación Mikkel Damsgaard. Ninguna otra selección ha conseguido reducir con tanto éxito las intentonas de sus rivales, en este caso, de batir a Pickford, portero menos goleado casi por inercia.

A partir de una firme certeza colectiva en la validez de su idea, Inglaterra pone en marcha un plan, específico en función de las características de su oponente, que raya lo desesperante. Tiene respuestas defensivas para todas las situaciones sin balón y, cuando lo recupera, adormece el juego. No contragolpea, no corre, no se acelera. No se abre más de la cuenta. De manera pausada utiliza la posesión para establecer un ritmo lento y seguro, con el que cortar de raíz cualquier amago de efusividad o dominio rival y posicionar sus piezas sobre el tablero.

Entonces, cuando el choque se iguala, los ingleses empiezan a hacer pesar su calidad diferencial e imponer su capacidad para decantar los detalles a su favor. Principalmente, desde las posiciones de los extremos, donde Southgate permite a los suyos tomar las decisiones más arriesgadas. Sterling, en izquierda, y Saka, en derecha, son los primeros que aceleran la jugada, cambian de marcha y tratan de agredir. Su movilidad y facilidad para superar marcas en conducción hunden al rival, conquistan espacio para la subida de sus laterales y atraen marcas.

Harry Kane, que por fin ha llegado, es quien completa la jugada, bien rellenando el área, si progresa por fuera y el ataque alcanza la línea de fondo, bien alejándose de ella si el juego debe reiniciarse desde atrás. Ahí, se esconde a espaldas de los centrocampistas rivales, suma un efectivo extra en las zonas intermedias, recibe y lanza, con golpes de billar, a sus diabólicos extremos a la carrera.

Si ninguna de estas maniobras termina de funcionar, entre las que no debemos olvidar el poderío en el juego aéreo y el balón parado, empiezan los cambios. Southgate mira a su banquillo y se encuentra un elenco que bien sirve para ilustrar aquello de la Eurocopa de los All-Star. Suele mover a Sterling a la banda derecha, total, da la lata juegue donde juegue, y dar entrada a Grealish. Ante equipos frustrados tras constantes cabezazos contra el muro inglés, desgastado y, a buen recaudo, sin tantas soluciones individuales desde el banquillo, las reglas cambian. Cada nueva sustitución de los ingleses es un recurso en sí mismo, fresco, ansioso por demostrar, que puede rematar la faena. Southgate tiene titulares que solo saca cuando toca ganar el partido. Casi nada.

A los Rashford, Foden o Sancho no les hace ni una pizca de gracia, obviamente. De la misma manera que a nadie le gusta Inglaterra. Pero ahí están, a 90 minutos de ser campeones de la mejor Eurocopa que recordamos.

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