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Las estrellas sudan la gota gorda: el trabajo pesado de la Liga Premier seguirá empeorando

MÁNCHESTER, Inglaterra— Por un momento, pareció que Jürgen Klopp estaba teniendo un altercado con Pep Guardiola. Klopp, el entrenador del Liverpool, se había enfilado hacia Guardiola, su contraparte en el Manchester City, apenas sonó el silbato final sentenciando el empate de sus equipos este 8 de noviembre. Con el rostro serio y el ceño fruncido, Klopp jaló a Guardiola hacia él y luego agitó sus brazos hacia el campo, señalando dos grupos de jugadores abrumados por el agotamiento.

La rivalidad entre estos dos clubes es curiosa. Su prominencia y potencia deberían, estrictamente hablando, ser argumento contundente para establecerla como una de las contiendas definitorias de la historia de la Liga Premier: el Manchester United de Alex Ferguson contra el Arsenal de Arsène Wenger, el Chelsea de José Mourinho contra esos dos equipos y también casi todos los demás. El Liverpool y el City son, después de todo, las dos fuerzas dominantes de su época.

Y, sin embargo, aunque los equipos han intercambiado golpes y batido récords, la rivalidad, de alguna manera, siempre se ha quedado corta: un poco mezquina como para que se sienta seria, quizás demasiado prefabricada para parecer auténtica. Las grandes rivalidades se sustentan en un desprecio arraigado en la familiaridad; son argumentos conducidos en un lenguaje común sobre un terreno común. El Liverpool y el Manchester City, con sus prioridades e identidades absolutamente contrastantes, no tienen eso. Con demasiada frecuencia, su rivalidad se siente como poco más que puros gritos.

Excepto, claro, cuando se trata de Klopp y Guardiola. Su relación siempre ha sido más que cordial. Sería demasiado sugerir que son amigos. Al observarlos en espacios cerrados, lejos del campo, es posible ver cuán diferentes son como personajes. La competencia entre ellos es, sin duda, intensa.

Pero el respeto y la admiración van más allá de una declaración en una rueda de prensa; los himnos de elogios que fluyen entre ellos durante el transcurso de una temporada no son, como suelen ser presentados, salvas de alguna guerra psicológica en curso. Cada uno tiene al otro en alta estima. Cada uno considera al otro como un igual, o al menos algo cercano a eso.

Y así, cuando Klopp acercó a Guardiola hacia él la noche del domingo, no estaba protestando, quejándose o escarbando alguna vieja cicatriz. Lo estaba reclutando para su causa. “Vamos a pelear juntos, él y yo”, dijo Guardiola, minutos después.

Lo que pasó durante la siguiente hora fue una sostenida ofensiva de esa batalla. Klopp completó el que puede ser el triunvirato más improbable del fútbol al ofrecer su respaldo al entrenador del Manchester United, Ole-Gunnar Solskjaer —quien es, sin duda, el Craso en esta historia— en su queja sobre la programación televisiva de la Liga Premier: el United se vio obligado a jugar a primera hora del sábado, a pesar de haber tenido un partido de la Liga de Campeones en Turquía el miércoles pasado.

Luego, tanto Klopp como Guardiola, una y otra vez, enfocaron su ataque en la decisión de la Liga Premier de seguir adelante con esta temporada apretada y compacta en la que se le permite a cada equipo solo tres sustituciones en cada juego.

Todas las demás grandes ligas, así como la Liga de Campeones, han aceptado un cambio temporal para permitir cinco sustituciones, un testimonio de lo intenso que es el calendario para que todo culmine a tiempo para la Eurocopa del próximo verano. La Liga Premier es la única que le hace reverencia a la tradición. “A este país le gusta ser algo especial”, dijo Guardiola, una evaluación fulminante que se aplica al Reino Unido de modos que van mucho más allá de la cantidad de jugadores que hay en un equipo el día de un partido.

Klopp acusó a la Liga Premier de “falta de liderazgo”. Dijo que la decisión había obligado a los clubes a soportar un “octubre que pareció diciembre, un noviembre que parece diciembre y un diciembre que seguirá siendo diciembre”, refiriéndose a la frenética programación de juegos en torno a la Navidad que por tradición define a la temporada inglesa. Guardiola calificó la decisión de regresar a las tres sustituciones como incomprensible. A los jugadores, dijo, no se les estaba dando “ningún descanso ni respiro”. Ambos exigieron que se reanudara la discusión al respecto.

El momento elegido no fue un accidente. La visita del Liverpool al Etihad —un juego que terminó en un empate 1-1 y dejó al Liverpool en el tercer puesto y al Manchester City en el 11 en la aún joven tabla de posiciones de la Liga Premier— se había vendido como el primer punto de inflexión clave en la carrera por el título, a pesar de la abrumadora evidencia de que esta temporada no se decidirá por duelos de élite sino por un largo y desgastante esfuerzo.

Durante 45 minutos el juego estuvo a la altura de su ambiciosa publicidad. Fue el tipo de partido que se espera de los dos mejores equipos del país. El Liverpool azotó al City y el City azotó al Liverpool mientras, en el fondo, las estrategias cambiaban, las piezas de ajedrez se movían y las ideas zumbaban.

Y luego, todo se detuvo. Trent Alexander-Arnold salió cojeando de la cancha, lesionado. El Liverpool retrocedió un poco. Los jugadores de Klopp se alinearon en dos disciplinadas hileras de cuatro, contenidos para sofocar el ataque. Al City le quedaba un poco más de piernas y pulmones, pero solo un poco más. A cinco minutos para el final, Guardiola se volteó y le gritó a Phil Foden, su joven y explosivo centrocampista. Prepárate. Todo o nada. A tres minutos del final, Foden volvió a sentarse. No era el momento de apostar.

Eso fue lo que unió a Klopp y a Guardiola: la sensación de una obra maestra cumplida solo a medias, de una misión que no podía ser completada con éxito. Es algo a lo que ambos creen que la Liga Premier tendrá que acostumbrarse. Estas primeras semanas de la temporada, como bien dijo Klopp, han sido la parte fácil. Lo que viene es mucho peor.

Las lesiones y el agotamiento se acumularán. Esos equipos — Southampton, Aston Villa, Everton— que se han encendido en la primera parte de la temporada, se desvanecerán cuando entren en lo que Wenger solía llamar la zona roja. Las estrellas se perderán partidos o, peor, varios juegos en fila. Para los equipos sin posibilidades de remplazar futbolistas de élite con otros de nivel similar, los resultados cambiarán.

Y, al final, los que queden en pie serán los que mejor sepan lidiar con esto, los equipos con las escuadras más sólidas. En todo caso, eso es testimonio de cuánto se inclina el statu quo hacia la élite establecida. Y eso, en el fondo, es lo que hace que el argumento de Klopp y Guardiola sea contundente. Lo más probable es que darles a los entrenadores más oportunidades para rotar jugadores no altere mucho el resultado. De todos modos, todo se enfila en la misma dirección. Lo que cambiará es la cantidad de jugadores que se lesionarán en el camino.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company