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Eliminatorias. "Terrible e imposible", las palabras que exclamó Lionel Messi cuando escaló hasta La Paz

Allá arriba, a la izquierda, sobre la tribuna norte del estadio Hernando Siles, el cartel electrónico les confirmaba a los hinchas que no era un sueño. Cada vez que se refregaban los ojos y volvían a mirarlo, el 6-1 seguía ahí. Allá arriba, en el altiplano boliviano había fiesta popular. Cada 1° de abril, Bolivia infla el pecho. Cada año, y ya pasó más de una década, recuerdan esa paliza que llamó la atención del mundo. El día que Bolivia martilló sobre Diego Maradona y Lionel Messi hasta dejarlos en ruinas. "Estaba shockeado, ausente, no tenía idea de lo que estaba sucediendo", fue el diagnóstico de William Ramallo, ex delantero, héroe de la clasificación boliviana al Mundial '94, y aquel primer día de abril de 2009 ayudante de campo de Erwin Sánchez. Hablaba de Messi, un Messi de 21 años y 37 partidos en la selección que ya fascinaba a la platea global. Pero había sido un fantasma bajo la intimidante presencia del gigante nevado Illimani, en los dominios del cóndor.

El mismo Messi que algunas semanas más tarde, en la temporada bautismal de Pep Guardiola en Barcelona, iba a coronarse en la Liga de España y en la Champions, había arrastrado su sombra, había cargado con tantos ahogos. La Paz le advertía que aquel sería territorio inhóspito para Messi. "El jugador que ya jugó en la altura tiene la ventaja fisiológica de acordarse de lo que va a sufrir, pero esta era la primera vez de Messi y no estaba preparado", agregó Ramallo. El rosarino, como tantos más, no la pasa bien en los 3,650 metros de la metrópoli más alta del planeta. Pero anoche durmió allí por primera vez en su vida, en el hotel Camino Real, y mañana volverá a correr en una cancha. Lo impone el fixture de las eliminatorias rumbo a Qatar. Cómo cambió la estrategia albiceleste con respecto a todos los desembarcos anteriores -antes llegaba sobre la hora de los partidos-, permanecerá casi 48 horas en La Paz. Una incógnita para su organismo.

Messi ya jugó dos veces y resistió los 90 minutos en ambos partidos. Pero no hizo goles, tampoco ganó y la pasó mal. De la primera excursión, la apuntada en 2009, se trajo la peor derrota de su vida en la selección, el 1-6, cicatriz eterna. La segunda ocasión que escaló hasta el Hernando Siles, en 2013, su cuerpo volvió a sufrir y no pudo evitar los vómitos. Hubo una tercera aventura, la última, en 2017, pero el mismo día del partido, cuando completó la conexión Santa Cruz de la Sierra-La Paz, se enteró que la FIFA lo había suspendido provisionalmente y nunca llegó a cambiarse. Acostumbrado a gobernar desde las alturas, paradójicamente el techo de América es su kryptonita.

Aquella primera experiencia estuvo condenada a la improvisación de Maradona. En 2008 el excapitán había participado, junto con el entonces Presidente boliviano Evo Morales, de un amistoso en el Hernando Siles con la finalidad de reclamarle a la FIFA que pusiera fin al veto a los partidos jugados a más de 2750 metros de altitud. "Yo, con 47 años y con el Presidente, hemos demostrado a la FIFA que se puede jugar aquí", afirmaba. El Maradona DT llevó su discurso al extremo: en su afán de quitarles el problema de la altura de la cabeza a sus jugadores, terminó olvidándose de ella. Pegó cartelitos en el vestuario con arengas infantiles. La conclusión fue el desastre futbolístico: 1-3 en el primer tiempo para el 1-6 final, que pudo ser peor si el arquero Juan Pablo Carrizo no salvaba otra media docena de situaciones. Maradona, insensato y desagradecido, no le dio más la titularidad.

Messi deambuló. Nunca pesó en ese ataque que conformó con Tevez. Un 4 resultó la calificación de LA NACION. Al día siguiente, antes de embarcarse desde Ezeiza a Barcelona, confesó sus sensaciones: "Personalmente, creo que es imposible jugar ahí, aunque hay otros jugadores que van y juegan. No esperábamos perder de esa manera. Costó jugar en La Paz. A ellos les salía todo, metieron un ritmo muy alto y nosotros hacíamos un pique y nos costaba mucho recuperar. Era imposible". Cuatro días antes, en River, había sido la figura del 4-0 sobre Venezuela. En Bolivia no pudo con su alma. Por entonces, el preparador físico de la selección, Fernando Signorini, daba una sentencia que también sostiene hoy: "Un jugador se puede morir en La Paz".

El 26 de marzo de 2013, Messi retornó a La Paz. Tenía 25 años, cuatro Balones de Oro y ese sería su encuentro número 69 en la selección. Ya era el capitán, cargo que cuatro años antes llevaba Mascherano. Ahora, Messi estaba advertido y sabía lo incómodo que se podía sentir. ¿Evitó el mal de altura? No, pero su rendimiento al menos fue discreto. LA NACION lo calificó con un 6 y la selección de Alejandro Sabella rescató un valioso 1-1 camino al Mundial de Brasil. En el final del juego, el arquero Sergio Galarza le tapó un mano a mano a un Messi ya desinflado. Después del encuentro, el Presidente Morales se apareció por el vestuario argentino para regalarle un poncho andino y llevarse esa foto.

Pero las impresiones no cambiaron en Messi, que vomitó en el entretiempo mientras varios compañeros eran asistidos con pequeños tubos de oxígeno. "Mucho no se puede jugar... Dentro de lo que te permite la altura, el resultado es relativamente bueno, pero es terrible jugar acá. Es difícil: cuando hacés un esfuerzo o una jugada de velocidad cuesta recuperarse. Te presionan, físicamente te pasan por arriba, pero salió el partido que habíamos planteado: estar paraditos atrás y salir rápido con Di María", resultó su resumen. Sí, Ángel Di María corrió como nadie, fue la figura y esta vez ni integra la delegación.

En la tercera cruzada sólo fue espectador. Por propia irresponsabilidad dejó a sus compañeros solos. El 28 de marzo de 2017 fue el partido con Bolivia, en La Paz, pero cinco días antes la Argentina derrotó 1-0 a Chile. Con gol de Messi, de penal. Tras los 90 minutos, ante la vista de todos, insultó al asistente brasileño Emerson Augusto do Carvalho de todas las maneras posibles. Messi entraba en el 'modo rebelde y pendenciero' que desde entonces sólo ha decolorado su figura. Intervino la FIFA de oficio, le abrió un expediente por mala conducta y a las 10:32 de la mañana del choque con Bolivia, todavía en Santa Cruz de la Sierra, en el hotel Sun, Messi se enteró de la suspensión por cuatro partidos. Luego quedaría sin efecto en otro episodio con bordados papelonescos, pero aquel día Messi no pudo jugar.

Fueron horas de rumores y contramarchas. Hasta se especuló con que Messi no haría el tramo hasta La Paz..., pero el chárter que lo llevaría de regreso a Barcelona ya estaba en la capital. Desde la AFA se culpó a la prensa por difundir los exabruptos, toda una descripción de sí misma. En la AFA se despedía el Comité de Regularización y llegaba Claudio Tapia. Marcelo Tinelli estrenaba el cargo de presidente de selecciones que pronto, de nuevo, iba a abandonar. Y el entrenador Edgardo Bauza tenía los minutos contados, aun antes de jugar. Ya asomaba Jorge Sampaoli.

Intentaron ubicarlo a Messi en algún lugar entre el cuarto y el quinto piso del estadio, pero su seguridad no estaba garantizada. Lo invitó Evo Morales a su palco, pero el delantero no estaba con ánimo para funciones protocolares. Siguió el partido por televisión, con Tinelli y el dirigente Jorge Miadosqui, dentro del vestuario. Allí recibió a compañeros agotados, mareados y derrotados. El estadio estuvo lleno, muchos querían ganarle a la Argentina de Messi para que no se les devaluara la victoria. Se impuso 2-0 Bolivia, que ya ocupaba un papel decorativo en las eliminatorias, y la selección albiceleste quedaba tecleando camino a Rusia, quinta, colgada del repechaje.

Literalmente, es una cumbre muy escarpada La Paz. En ningún lugar de América del Sur le ha ido peor a la Argentina camino a una Copa del Mundo. La Paz es como un espectro, cinco de las 25 derrotas por las eliminatorias, desde 1957, ocurrieron en el altiplano. El embrujo traspasa generaciones. Si Lionel Messi pudiera borrar un partido del fixture, sería este. Siente que se convierte en un jugador más.

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