El medallista olímpico más sortudo de todos los tiempos

Sí, Steven Bradbury tenía que estar allí, en ese momento y en ese lugar, y tenía que estar preparado para aprovechar las circunstancias favorables, está claro. Ahora, nadie podrá negar que la medalla dorada que el australiano conquistó en Salt Lake City, en 2002, tuvo como prólogo uno de los desenlaces más ridículos de la historia del deporte.

Lo cierto es que el patinador en velocidad australiano llevaba ya algunos años en el circuito y tres medallas en mundiales de pista corta, además de un tercer puesto en relevos en los Juegos de Lillehammer, Noruega, en 1994. Pero nunca, nunca, estuvo cerca de conquistar una medalla olímpica. Hasta que se llevó la más importante de todas.

¿Cómo sucedió eso? Ni el propio Bradbury lo entiende hasta hoy. Eso sí, tal vez haya sido la recompensa a un deportista luchador, que después de su bronce en 1994, con el equipo australiano, comenzó a sufrir una serie de hechos desafortunados. En 1995, un patín le cortó el cuádriceps femoral con su filo, por lo cual necesitó 11 puntos de sutura y un tiempo de inactividad.

Steven Bradbury
Steven Bradbury

En los Juegos de Invierno de 1998 no estuvo ni cerca de arañar una medalla, y dos años después terminó chocando contra un rival en la pista, fracturándose dos vértebras del cuello. De nuevo al parate, casi con ganas de tirar la toalla.

A la suerte, hay que ayudarla

Cualquier otro lo habría hecho, algunas conquistas y mucha mala suerte parecían decidir el final. Pero a Bradbury algo le decía que debía poner sus desafortunados piecitos en los Juegos de Invierno de Salt Lake City, en 2002. Es por eso que se anotó en todas las modalidades que podía, hasta conseguir la clasificación y una nueva oportunidad. La última, claro.

En la primera ronda, Bradbury se había quedado afuera, parecía que su estadía en Salt Lake City sería corta, y el final, triste. Opaco, una vez más. Sin embargo, uno de los competidores que terminó delante de él fue descalificado y, automáticamente, Bradbury se ganó el paso a las semifinales.

La “estrategia Bradbury”

Compitiendo entre los mejores, atletas jóvenes y en gran momento, Bradbury asumió que no tenía chances. Su estrategia, entonces, sería muy simple: aguardaría detrás de todos, haciendo una carrera prolija, y esperaría que suceda algo, una catástrofe, entre los líderes. Y sucedió: el australiano estaba en última posición entrando en la última recta, como se esperaba. En ese momento, el coreano Dong-Sun se desparramó en el piso, arrastrando en el accidente al chino Li-Jiajun y el canadiense Mathieu Turcotte.

Con la elegancia de un cisne viejo, llegó en segundo lugar, detrás del japonés Satoru Terao, que poco después fue descalificado -de nuevo. Es decir, nuestro “sortudo” amigo pasaría a la final como primero. Con él, también accedieron a la instancia decisiva Li y Turcotte, a pesar de sus caídas.

Estar en la final ya era un regalo del cielo para Steven Bradbury, y no ser el último en esa última actuación ya sería un papel digno. Además de sus compañeros de serie, en la largada estarían el estadounidense Apolo Ohno y el coreano Ahn Hyun-Soo -que cuatro año después ganó tres medallas doradas en Turín 2006.

Bradbury famously came from last place to win the men’s 1000m speed skating in Salt Lake City when all of his rivals wiped out on the final bend. It was Australia’s first gold in Winter Olympics history.

La estrategia, claro, sería la misma. Quedarse en la retaguardia, esperar una nueva catástrofe entre los líderes, lo que era muy poco probable. La cuota de milagros de Bradbury parecía agotada.

El desenlace menos esperado

Faltando una vuelta, Bradbury estaba último, lejos de los líderes. Pero, entonces… sí, sucedió de nuevo. O peor aún. Li, que iba tercero, se desconcentró, perdió el equilibrio y salió de la pista. Hyun-Soo, en el intento por esquivarlo, chocó contra las piernas de Anton Ohno; y Turcotte, que venía cerca, la ligó de rebote y también terminó en el suelo.

Allá a lo lejos, mirando todo, venía Bradbury. Casi paseaba cuando los ojos casi se le saltaron al entender que la posibilidad que nunca esperaba, por fin llegó. A sus 29 años, consiguió la medalla dorada más insólita de todos los tiempos.

“En el momento, no sabía si celebrarlo o esconderme en un rincón”, comentó Bradbury poco tiempo después sobre su casual conquista. Pero lo celebró, y cómo. Incrédulo, aseguró que se sentía “el hombre más afortunado del mundo”.

Si no nos creés, mirá el video de la increíble final: