Échale la culpa a la FIFA si no te gustó la goleada del equipo femenino de fútbol de Estados Unidos a Tailandia 13-0

No es culpa de Alex Morgan, quien anotó cinco goles, que Tailandia no estuviera preparada para enfrentarse al equipo nacional femenino de Estados Unidos en su primer partido de la Copa Mundial Femenina de Futbol celebrado el pasado martes.

No es culpa de Rose Lavelle, quien marcó dos goles, que Tailandia haya perdido 11 de los 12 partidos en este torneo, cayendo ante cinco oponentes que ni siquiera se clasificaron para esta Copa Mundial.

No es culpa de Samantha Mewis, quien marcó dos goles, que la portera tailandesa Sukanya Chor-Charoenying no estuviera a la altura de un torneo de este calibre, al igual que la defensa que tenía delante.

No es culpa de Carli Lloyd, Lindsey Horan, Megan Rapinoe o Mallory Pugh, quienes también marcaron sus respectivos goles, que el programa de sus oponentes solo existiera desde hace 20 años y que esta fuera su cuarta Copa Mundial, de manera que sufrieron su tercera derrota y su tercera goleada.

No es culpa del equipo nacional de Estados Unidos haber aplastado a Tailandia 13-0.

No es culpa de la selección de fútbol estadounidense que el país invierta mucho más en su programa femenino que su contraparte tailandesa. Desde esa perspectiva, quizá ni siquiera es culpa de la Asociación de Fútbol de Tailandia. Después de todo, la FIFA ha clasificado su equipo femenino en el puesto 34 del mundo, mientras que los hombres ocupan el lugar 114. De hecho, no se trata de un desempeño tan malo si se considera que el PIB per cápita de Tailandia es de apenas 7.600 dólares, una fracción del PIB que ostentan los países más ricos que participan en esta competición.

Es más probable que sea responsabilidad de la FIFA.

Las jugadoras de Tailandia reaccionan por su derrota ante Estados Unidos y el final de la Copa Mundial Femenina de la FIFA 2019. (Getty)
Las jugadoras de Tailandia reaccionan por su derrota ante Estados Unidos y el final de la Copa Mundial Femenina de la FIFA 2019. (Getty)

Si hay que responsabilizar a alguien por lo que muchos han catalogado como una especie de debacle deportiva –aunque eso no hace honor a las décadas de inversión y dedicación que han sido necesarias para impulsar el programa femenino estadounidense hasta el punto de que las jugadoras fueran capaces de dominar a cualquier otro equipo, lo cual, dicho sea de paso, también es digno de elogio y admiración– es al órgano de gobierno global de este deporte.

Antes de su expulsión, el antiguo presidente de la FIFA, Sepp Blatter, intentó colgarse la medalla por celebrar la Copa Mundial Femenina y convertirla en un evento cada vez más grande. La FIFA sigue apostando por el surgimiento del juego femenino y, en ocasiones, incluso realiza gestos grandiosos como duplicar el dinero del premio para la Copa Mundial Femenina de Futbol de la edición de 2015 a 2019, sin importar el hecho de que esos 30 millones de dólares son una miseria en comparación con los 791 millones de dólares que se asignaron a la competición masculina en 2018.

La FIFA no ha entendido nada.

No merece tanto crédito por la Copa Mundial Femenina, sino más bien fuertes críticas por no hacer más por el juego femenino. Y por no haberlo hecho antes.

Según los últimos datos financieros que han salido a la luz, la FIFA mostró que tiene una reserva de 2,7 mil millones de dólares en efectivo. No existe una razón convincente que explique por qué la FIFA se queda con todo ese dinero. En realidad, no existe ningún motivo que justifique que cualquier tipo de institución que no sea el gobierno tenga un extracto bancario de tal magnitud, aunque eso es otro asunto. Sin embargo, todo toma un matiz especialmente negativo si consideramos que el fútbol femenino está muy mal financiado en muchos lugares.

Muchas federaciones nacionales le confieren poca importancia al fútbol femenino. De cierta forma, casi todas están en esa situación. Incluso las jugadoras estadounidenses, que conforman el equipo más importante del mundo y que también es muy superior a la selección masculina, todavía están luchando en los tribunales por una remuneración igualitaria en el contexto de sus respectivos juegos.

Samantha Mewis, la número 3 de Estados Unidos, celebra su gol con Megan Rapinoe, la número 15, durante la victoria de las estadounidenses sobre Tailandia en la Copa del Mundo. (Getty)
Samantha Mewis, la número 3 de Estados Unidos, celebra su gol con Megan Rapinoe, la número 15, durante la victoria de las estadounidenses sobre Tailandia en la Copa del Mundo. (Getty)

La FIFA puede cambiar esa situación. Tiene el dinero para transformarla.

Puede obligar a sus países miembros a que tomen los programas femeninos tan en serio como los masculinos. Puede compensar la falta de financiación. Puede hacer muchísimas cosas.

En cambio, la FIFA ve un gran juego en el crecimiento del deporte y la inversión en las bases. Le gusta expandir estos torneos de exhibición. Argumenta, no sin razón, que tener más equipos mejorará a los recién llegados, difundirá el deporte a nuevos lugares y dará una oportunidad a más equipos. Seamos honestos: más equipos también le dan a la FIFA más juegos para vender patrocinio y derechos de transmisión. Pero su argumento sigue siendo cierto, al menos en términos deportivos.

Sin embargo, estar en la Copa Mundial solo beneficiará a Tailandia si cuenta con los recursos necesarios para aprender de humillaciones como la que ocurrió el martes y buscar soluciones. Si puede crecer a partir de esa experiencia, mejorar las prácticas a nivel de desarrollo juvenil y profundizar su conocimiento institucional para competir en estos torneos, esto podría convertirse en un punto de inflexión.

No obstante, la pequeña federación tailandesa no tiene los medios para hacerlo. Y no existen antecedentes de que la FIFA proporcione los recursos necesarios para desarrollar aquellos programas femeninos que lo necesiten. Preferiría quedarse con su dinero y centrarse en el juego de los hombres. Preferiría seguir expandiendo la Copa del Mundo, abriendo espacio a países como Tailandia para luego dejarlos a un lado, desequilibrando las pérdidas.

Y las jugadoras estadounidenses no tienen la culpa de nada de eso.

Leander Schaerlaeckens