Alaphilippe, en el nombre del padre

Niza (Francia), 30 ago (EFE).- Apenas cruzada la línea de meta de Niza en cabeza, poco antes de enfundarse el maillot amarillo por decimoquinta vez en su vida, Julian Alaphilippe se derrumbó en lágrimas víctima de mil emociones que se agolpan en su mente.

En junio pasado, el ciclista francés del Deceuninck perdió a su padre, del que se sentía muy cercano, el que le compró la primera bicicleta, aunque siempre quiso que siguiera sus pasos en el mundo de la música.

Jo Alaphilippe, reputado director de orquesta, arrastraba problemas de salud y el carismático ciclista siempre reconocía que pensar que su padre seguía sus triunfos desde la residencia para la tercera edad en la que se encontraba era una motivación suplementaria.

Las lágrimas del quinto de la pasada edición eran algo más que un homenaje. Eran el reconocimiento a la pérdida de un ser muy querido.

"Esta victoria es para mi padre", dijo a los medios antes de que las lágrimas impidieran que siguiera explicando.

"Siempre es una gran emoción ganar en el Tour, pero este año es muy particular", agregó poco después el francés, que por quinta vez se imponía en una etapa de la ronda gala.

El triunfo en Niza, en una etapa que para muchos llevaba puesto su nombre, tenía numerosos elementos de alegría. No solo porque le permitía cumplir la promesa que le hizo a su progenitor. Además, rompía una sequía que duraba toda la temporada, contraste con los éxitos que había celebrado en la pasada campaña.

Alaphilippe marcó el Tour de 2019 y tras un año en blanco, no quería irse sin dejar su huella en el de 2020.

"Este triunfo es un alivio, para mí y para el equipo", aseguró, recobrada la calma, el "mosquetero", que se apresuró a aclarar que defenderá el liderato lo más posible, pero que no está en el Tour para ganar la general.

"Me alegra mucho haber ganado hoy porque me estoy siendo mejor y porque nos ha salido todo como lo habíamos programado", señaló.

El Deceuninck se puso al servicio de su líder y endureció la carrera en las dos últimas ascensiones, el col de Èze y, sobre todo, la subida a Cuatro Caminos, donde se produjo el ataque del espadachín.

Arrancó veloz en un pelotón que no encuentra un dominador claro y mantuvo una ventaja con el grupo, pese a que fue alcanzado por dos elementos, el británico Adam Yates y el suizo Marc Hirschi.

"Al final me vino bien, porque yo solo no habría podido mantener la ventaja con el viento en contra", contó.

Los tres se la jugaron en la bajada y colaboraron camino de la ciudad mediterránea, donde con el pelotón al acecho y el viento de cara, Alaphilippe fue el más listo y el más rápido para dar la estocada definitiva con premio doble: etapa y amarillo.

"Esta victoria representa mucho para mi", repetía el corredor, que de nuevo se colocó como la principal esperanza de un país entero que necesita soñar.

Como el año pasado, Alaphilippe sabe alimentar la esperanza, aunque también es consciente de que la ruta hasta París es todavía demasiado larga como para pensar que su liderato es algo más que circunstancial.

"Voy a defender el maillot amarillo, lo tengo demasiado respeto, pero sabiendo que cada día que lo conserve es un plus, que no estoy aquí para ganar el Tour", afirmó, tratando de enfriar el fervor francés.

Sus compatriotas recuerdan la rabia que sintió el año pasado cuando se vio obligado a ceder el liderato al colombiano Egan Bernal a las puertas de la llegada a los Campos Elíseos. Entonces también repetía que no luchaba por la general, pero el sueño ya había arrancado y parecía imposible frenarlo.

Luis Miguel Pascual

(c) Agencia EFE